Avizorar más allá de lo cotidiano implica examinar hábitos y rutinas diarias. Hacemos una ensalada y sustituimos sin rubor el aceite de oliva por el jugo de limón. En cuanto al hambre, nos jondiamos un conconete antes de emprender vuelo.

A unas cuadras de nosotros divisamos al predicador evangelico, buen tipo, pero contrale, todavía hay tiempo y es temprano: tomaremos una ruta distinta y así evitaremos escuchar sus insultos, en particular el mote ese de “endemoniados” por el solo hecho de llevar una camiseta con la imagen de Mapplethorpe abrazando a uno de sus amantes. Esta gente siempre llevandole la vida al mundo. No soportan ver, ni en pintura, gay icons, tatuajes o artistas. Y si por ejemplo mencionas a Ronald Reagan, Pinochet o Kissinger, luego te dicen que esos malandros son unos santitos.

Caminamos con el Village Voice debajo del brazo (la edición es del martes 7 de octubre de 2001); es cierto, no podemos negar ser una pareja de lectores adictos a la prensa alternativa pero cuando hay que hacer una pausa, le damos en banda y volvemos a la “realidad” y en contra de nuestra voluntad leemos los tabloides, la prensa mala y aburrida publicada en inglés y en español (y en otros idiomas) en Nueva York.

Antes íbamos a la Knitting Factory o al Holy Grail por lo menos una vez al mes. Ahora es distinto porque hacemos el esfuerzo de ir todos los fines de semana gracias al programa de las 3:30pm en la WFMU: una llamadita y te sale una entrada gratis con acompañante y todo y así no tenemos excusas de perdernos de la buena música en vivo. Aun así, después de la muerte de Kurt, su trágica e inolvidable partida, nos acercamos al final de la lista de géneros (y anti-géneros) musicales, bandas y artistas que juramos escuchar antes de llegar a los treinta: trompetas tibetanas, free jazz, los sonidos de la lluvia, Keiji Haino, la briza de los árboles, The Slits, Fela Kuti, silencio/ruido,yéyé, Les Rallizes Dénudés, Os Mutantes, musique concrète, Shleu Shleu, flamenco, Krautrock, etc.

Hacemos el recorrido para alcanzar el nirvana, pero ya nos habían advertido antes: es largo el camino.

Nos encanta salir, aventurarnos en Chinatown (venimos desde el Bronx), perdernos y rastrear callejones y callejuelas (los back alleys) para filmar algunas escenas de nuestro proyecto documental. Allí, tratamos de capturar, a través del lente de mi cámara barata y desechable, las cicatrices de una hemorragia colectiva, ocultada o semi-borrada por capas y capas de pintura, cal, graffiti, tags, publicidad politica, carteles y diminutos mosaicos de cerámica en los viejos edificios y alumbrados eléctricos. Y ahora me preguntas acerca del scratching. Pero la verdad es que no tengo la mas minima idea si es arte o no.

Luego de contemplar y admirar el trabajo de Los Carpinteros en Art in General, cruzamos a la Walker y entramos a la bodega donde procedemos a ordenar un sándwich vietnamita hecho con pan de agua. Así es la vida, además de compartir una historia de resistencia en común en respuesta a las agresiones militares yanquis en 1965, Vietnam y Santo Domingo también comparten una obsesión por la frescura y delicia de un buen pan de agua.

Caminamos hasta la Mulberry (la calle predilecta del abuelo Chiche) y le echamos un vistazo a la barbería localizada en un sótano (basement) donde cobran solo cuatro dólares y se escucha el mandarín y el cantonés y tal vez otros idiomas a todo dar en las ondas radiales.

Las plantas de nuestros pies ya no dan más, sienten cansancio porque nuestros pies son como si fueran extensiones moleculares de nuestras mentes en búsqueda constante de un centro al que aferrarse.

Atrás dejamos Little Italy y ahora en Soho saboreamos, es la pura verdad, ese aroma que emana de la taquería adornada con papel picado y carteles de cine mexicano de los años 50 y obras de celuloide contemporáneas como Frida, naturaleza viva de Paul Leduc. Nos sentamos a comer y a tomar mezcal. De pronto nos topamos con las nuevas amistades que conocimos en la marcha del Primero de Mayo y platicamos y platicamos; el ambiente es tan acogedor, francamente hemos perdido el interés en estar pendiente del paso del tiempo; il tempo vola, y mientras tanto, sigue el ameno intercambio de chismes, buenas nuevas, gilipolladas, chistes, sonrisas y abrazos. Al final, nos llevan a una tienda donde encontramos papel de arroz y mentas de jengibre.

Sintiéndonos recargados, ahora nos dirigimos a la St. Marks pero antes de que lleguemos allí y pisemos el suelo que los gutter punks han hecho territorio suyo, entramos en la tienda ucraniana al lado de ese pub irlandés tan concurrido y abarrotado de gente, la mayoría turistas. Una vez dentro comenzamos a curiosear las antiguas postales de fin de siglo que aún conservan ese aspecto refinado del viejo mundo. Luego nos dirigimos a Kim’s (parada obligatoria) en busca de fanzines y emociones sonoras o viceversa.

Una hora después, cruzamos la calle y nos dirigimos al antiguo local de See Hear repleto de fanzines, y como todo lo bueno y prohibido, ubicado fuera de la cuadrícula del mapa citadino; buscamos vainas usadas a las que algun dia le daremos brillo y forma y haremos pasar por obsequios de cumple o al pasar los días y los años, se amontonaran en nuestros archivos personales; hojeamos revistas y cómics; tomamos un puñado de volantes, de convocatorias, etc; palabras impresas o reproducciones no mecánicas, el punto es regocijar el alma o llenar el corazón de la mano de palabras esculpidas a base de estructuras elípticas, a base de un tejido de rocas volcánicas fortificadas como columnas de acero para sostenernos y llenar este vacío perforado a quemarropa por noticieros tristes y sucesos violentos, imágenes incurables de borrar de nuestras mentes.

El lema “salvación a través de la creación” nos sirve de guía temporal en este mundo post-seattle. Eso es simplemente deleitarse en la lectura de publicaciones independientes, imaginadas desde los márgenes sin fronteras: desde otras franjas y mundos; publicaciones hechas a mano con ega, tinta y tijera; fotocopiadas o mimeografiadas o dibujadas a mano; otras imprimidas en viejas máquinas industriales, cada letra es un poema diseñado a vapor o delineado con toda la paciencia del mundo, cada letra representa una figura humana: cuerpos imperfectos colocados meticulosamente por Walt Whitman en sus libros respondiendo a un orden íntimo y personal; las letras esconden los códigos de la magia perdida en el fuego o en algún cuerpo fluvial hace muchos siglos atrás, en esos instantes de gozo o prueba y error, ahí es donde empieza la esperanza.

Llegó la hora de regresar a casa.

“¿Quieres sake?”

Hacemos una última parada. Es imposible mantener los ojos abiertos a estas horas de la noche.

Durante nuestro viaje de regreso escuchamos voces familiares hablar de la furia del mar Caribe. Dos jóvenes están rememorando las tardes de lucha libre en Villa Juana al final de los 12 años de Balaguer; también hablan de la bulla y el chirrido de machetes o colines en la penumbra de las noches en cualquier lugar de Los Mina; rememoran, entre risas y nostalgia, haber jugado Cero mata Cero en los peatones llenos de lodo, almendras y tapitas chatas de botellas de malta, cerveza y refresco. Son las cuatro de la mañana en un tren lleno de gente y de vida en la ciudad de Nueva York.