Decir doña Virtudes Uribe, en el campo de la cultura bibliográfica de República Dominicana, es referirse a una gestora de conocimiento, a la bibliófila, empresaria más importante en la promoción del libro y autores nacionales; la que desde 1968 abrió su librería La Trinitaria como espacio del saber, que hoy permanece como símbolo, dedicado exclusivamente a impulsar la bibliografía dominicana, comparada solo con la librería de don Julio Postigo que fue por décadas promotor de las letras nacionales. En ella, en las últimas cinco décadas, la literatura nacional ha tenido un espacio exclusivo para los interesados en los temas sociales, la novelística, la producción poética, ensayos literarios y en todo lo que guarde relación con la cultura, la sociedad y la política.
En sus 55 años sirviendo a la comunidad de estudiosos, intelectuales amantes de las letras, escritores, estudiantes y profesores nadie ha intentado disputarle el espacio ganado con sacrificios, dedicación y entrega. Pero el camino ha sido largo y difícil, y lo comenzó a transitar por amor a la cultura y a la educación nacional.
El primer libro de tema y autor dominicano doña Virtudes lo promovió con éxitos en 1965, meses antes de que se iniciara la guerra de Abril: Crisis de la democracia de América en República Dominicana, escrito por Juan Bosch y publicado en México en noviembre de 1964. De esa edición, nos cuenta la entusiasta bibliógrafa—que también es editora—, llegaron unas mil copias que se vendieron masivamente, ya que traídas en avión desde el país Azteca, y siendo su autor un ex presidente que estaba en el centro del debate y la lucha política, esta obra fue anunciada en el programa político del Partido Revolucionario Dominicano, Tribuna Democrática. “Fue mi primera venta masiva popular, poro entonces—dice la señora Uribe—no tenía librería”.
La Trinitaria, nombre que nos remite a Juan Pablo Duarte y a la lucha por la independencia, resultó simbólicamente el más apropiado, porque de eso se trataba: impulsar los valores patrios, ayudar en el rescate de la memoria histórica, dar a conocer la cultura nacional, la literatura, a los jóvenes escritores que para entonces comenzaban a escribir en la revista Testimonio de Lupo Hernández Rueda y en los suplementos culturales de la prensa diaria, o daban vida a las agrupaciones literarias La Antorcha, El Puño y La Isla, iniciándose también en la formación de los talleres literarios que se expandieron por la ciudad de Santo Domingo y otras localidades del país.
Pero realmente, aquellos jóvenes escritores eran desconocidos y se les tenía más como estudiantes, combatientes en el Frente Cultural durante la revuelta constitucionalista, integrantes de la generación del sesenta, o de los que se sintieron y resultaron los más importantes de postguerra o mucho antes de ese acontecimiento. Señalados todos, por sus escritos y galardones, entre los más destacados en la literatura dominicana como son los casos de Diógenes Céspedes, Andrés L. Mateo, Enriquillo Sánchez, Aida Cartagena Portalatín, Mateo Morrison, Enrique Eusebio, René del Risco Bermúdez, Ángela Hernández, Antonio Lockward Artiles, Silvano Lora, Efraín Castillo, Tony Raful, y Marcio Veloz Maggiolo….
Los escritores dominicanos de la segunda mitad del siglo XX, casi todos eran desconocidos, a excepción de los que provenían de la Poesía Sorprendida, o de la Generación del 48, formados en los tiempos difíciles de la dictadura de Trujillo, como los eran doña Aida Cartagena Portalatín, Marcio Veloz Maggiolo, Lupo Hernández Rueda, Fernández Spencer o Manolito Mora Serrano, para solo citar algunos nombres que nos vienen a la mente. Por eso pensamos que la labor desarrollada por don Julio Postigo y doña Virtudes Uribe fue y es fundamental, no solo por la promoción de la literatura nacional, sino también por la contribución en dar a conocer a los jóvenes escritores a nivel nacional y en el extranjero.
En eso radica el trabajo realizado por doña Virtudes Uribe y su librería La Trinitaria, pues más que negocio pecuniario, que lo es, en todos estos años se ha proyectado como una plataforma al servicio del exigente espacio cultural, y cosa rara en el mundo de los negocios exitosos, doña Virtudes atiende de manera personal a los que visitan su establecimiento. Un detalle en ella que ya muchos conocemos: la señora Uribe es una excelente referencista, conocedora de la bibliografía dominicana, que guía a los que requieren su servicio orientándolos sobre los temas de interés, y lo hace con una agradable sonrisa que nunca la abandona.
Pero La Trinitaria no estuvo en sus inicios dedicada al libro dominicano, ni se encontraba ubicada en el local que ocupa desde hace décadas. En principios, el establecimiento bibliográfico distribuía libros extranjeros que tenían una demanda asegurada, especialmente entre los intelectuales de izquierda, profesores y estudiantes universitarios, como eran los distribuidos por el Fondo de Cultura y Siglo XXI, de México. En este afán competía con otros libreros presentes en la ciudad de Santo Domingo en el último cuarto del siglo XX, como los fueron la Librería Nacional, de Franklin J. Franco, la Librería América, y con el Economato de la Universidad Autónoma, pero estos desaparecieron o perdieron iniciativas antes de que finalizara el siglo.
El nombre de La Trinitaria remite muy temprano, en sus primeros diez años de existencia, al lugar donde estuvo el primer local de la librería, en la calle La Trinitaria casi esquina 30 de marzo, en el sector capitalino de San Carlos, donde permaneció hasta 1978. En ese año, el 22 de noviembre, y con ayuda de su padre, el escritor Max Uribe, que también fue periodista y filólogo, autor del Diccionario de dominicanos y americanismos, adquirió el punto comercial de la calle Arzobispo Nouel esquina José Reyes, en la zona colonial, donde todavía permanece convertido en centro de cultura, sitio emblemático con sus sillas y mecedoras destinadas a los visitantes que forman parte de las tertulias desarrolladas en su limitado espacio, pero que comparten ideas, revisan los libros de interés, y disfrutan de los desinteresados brindis del agradable café obsequiados por doña Virtudes, asistida en todo por Juan Báez, un hombre inteligente amante del libro dominicano y su esposa Raquel, los que siempre están presentes y atentos para servir a los clientes y visitantes.
En aquellas tertulias, donde los presentes se nutren y comparten testimonios con reconocidos historiadores, médicos, novelistas, ensayistas y poetas se conversa de todo, incluyendo tópicos políticos de actualidad, marcando los encuentros con la pasión del debate, pero en un ambiente de amistad y camaradería.
De los más importantes intelectuales, profesionales y políticos dominicanos relacionados con la librería, muchos de ellos ya fallecidos, podemos señalar a Carlos Esteban Deive, Alexis Gómez Rosa, Pedro Antonio Valdez, Lipe Collado, Andrés L. Mateo, Marcio Veloz Maggiolo, Emilio Cordero Michel, Rene Fortunato, Roberto Cassá, Guaroa Ubiñas, Frank Moya Pons, Bernardo Defilló, Cesar Mella, Leonel Fernández, Hamlet Hermann, Tony Raful, Mario Bonetti, Jorge Puello Soriano (El Men), Kabito Gautreaux, Jaime Domínguez, y Amaury Justo Duarte….
La labor desarrollada por Virtudes Uribe, que tiene como centro los impresos dominicanos, solo puede ser comparada con la que desde antes realizaba don Julio Postigo, quien tuvo un importante centro cultural dedicado al rescate de la memoria histórica-bibliográfica nacional, situado en la calle Las Mercedes casi esquina 19 de Marzo: la Liberia Dominicana, responsable de una colección de libros clásicos conocida como Pensamiento Dominicano. Lamentablemente, esta librería cerró sus puertas en los años setenta del siglo XX.
Se podría decir que La Trinitaria sirvió de relevo a la desaparecida Librería Dominicana en el mercado del libro, tanto en su distribución y difusión como en el campo editorial, pues desde los años setenta ha publicado más de ochenta títulos bajo el sello editorial La Trinitaria, relacionados con la literatura y la historia.
Pero todo no ha sido color de rosa; en los últimos años la batalla a favor del libro ha resultado desigual; la crisis económica ha hecho desaparecer muchas librerías y aunque el centro regentado por doña Virtudes permanece abierto, ella no deja de reclamar el urgente apoyo oficial para el sector; resistiendo para que el libro dominicano no desaparezca de las estanterías, lamentando—como siempre lo dice—que desde el Ministerio de Cultura, en las últimas décadas, no tienen entre sus prioridades poner atención a la problemática que afecta la distribución del libro.
Han pasado veinte años que doña Virtudes Uribe expresó lo que a continuación copiamos, tomado de una interesante entrevista que le hizo el gestor cultural Clodomiro Moquete, (recientemente fallecido), publicada en su revista Vetas[i] en el 2003. Lo que doña Virtudes dijo aquella vez, con muy pocas diferencias, creemos que sigue teniendo vigencia, por lo que sus palabras se convierten en un aldabonazo en los oídos del actual Ministerio de Cultura:
“El libro ha venido declinando en una desprotección; el libro ahora mismo está completamente desprotegido, y en este momento no se está leyendo, ha disminuido la lectura, y te voy a decir, ha disminuido en el incentivo a la lectura, nunca lo ha habido, ni hay siquiera un proyecto; no existe un plan de alfabetización a nivel nacional, los barrios aquí ninguno tiene biblioteca, creo que Villa Duarte nada más; tu sabes la cantidad de barrios que hay aquí y ninguno tiene una buena biblioteca, que eso es básico, primordial, para que un pueblo eleve su condición de desarrollo”.
“No hay bibliotecas ni hay ese proyecto, y si lo hay es en una forma muy dispersa. No hay ediciones masivas populares de libros. Aquí sí hay una gran población que jamás en la vida visita una librería, lo que significa que el libro debe ir donde ellos, obligatoriamente, porque no van a ir nunca a una librería, pero sí pueden tener acceso si se topan con el libro, de una forma barata, lo pueden adquirir o pueden interesarse”.
Doña Virtudes Uribe ha dedicado su vida a la promoción de la bibliografía nacional, pero el libro dominicano requiere urgente una iniciativa que le devuelva el brío de los años finales del siglo XX. Ojala y sus palabras, que también hago mías, no se queden vagando en el vacío.