El grito de una sociedad es evidente en lo que escribe, en lo que ve, en lo que baila y hasta, a lo que
aspira. La violencia literaria, su carácter no es distinto de cualquier otro, busca visibilizarse. Abrirse
paso entre las ideas de las personas y crearse opiniones que, provoquen un pensamiento, que nos mueva a la acción.

Mostrar la crudeza de las batallas; un hombre que golpea a su mujer embarazada; la muerte que pertrecha sus dientes contra inocentes en una frontera; otras que buscando un sueño sucumben al estómago del mar; la mujer que se levanta temprano a vender en una banca y es asaltada camino a ello; un joven que compartía con amigos, es masacrado por balas entre bandas; una bala perdida que encuentra su lecho en el pecho de un niño; esta, y muchas más, son realidades que ciertamente pueden ser comunes en cualquier esquina latinoamericana, y para otros, un escándalo que acaban de descubrir. Ellas al igual que la cultura, forman parte de la ramificación de venas de cualquier sociedad, y cuartarlas, no hace que dejen de existir. Por eso es que, hablar de ello, visibiliza; escribir sobre ello, nos lleva a meditar.

Desde el inicio de la literatura, con la escritura cuneiforme, vemos el reflejo de como relatos épicos, describen cotidianidades en donde el énfasis es la violencia. Esto una vez más evidencia que, incluirla es natural. En nuestro país, no es diferente. Las novelas, relatos, cuentos o poemas son megáfonos de las vivencias en su entorno, para otros que pueden o no estar también viviéndolas, y el fin es el mismo, mover a empatizar, revolver y cambiar.

Esta es una literatura donde el sustantivo es el dolor, es ese daño. Los personajes rondan alrededor de esto, coexistiendo con aquello que les drena la vida. Lo vemos por ejemplo con La mañosa de Juan Bosch, allí el énfasis no es el animal, sino como las guerras afectan a don Pepe, al pueblo e incluso, a la misma mula. O con Over de Ramón Manrrero Aristy, donde el punto no es el hombre, sino como se les pagaba con «hambre» a los braseros de los bateyes. Allí, como A la deriva de Horacio Quiroga, el protagonista es la selva, y como afecta a esos personajes.

La afección del dolor es la prosopopeya por excelencia. No se busca solo ver el culpable, sino describir ese dolor insondable que pueden sentir los personajes que se pasean alrededor de este, sufriendo las penurias. Cuando vemos en la violencia doméstica, como en La mujer de Juan Bosch, no solo vemos el dolor que causa a la infligida, sino como aquellos que alrededor quisieran evitarlo, como el niño o Quico. Nos deja ver una sicología no solo del que da los golpes, sino, además, de ella que los recibe, y del que pasaba que trató de evitarlos. Por eso, la exclamación aquí es esa violencia doméstica, que afectó a más de un personaje, siendo ella la relevante, y como sus tentáculos dañan la moral del que ayuda, y de la que recibe la ayuda.

Esta literatura se vale mucho de simbolismos, recursos retóricos o líricos, para lograr llevar al espectador a que participe, mueva las entrañas de la consciencia y se logren nuevos paradigmas,
debates en la palestra pública que lleve a su sociedad a tomar políticas públicas a favor de los que
sufren.

La violencia en la literatura debe no solo ser aplaudida como una osadía de los que se reinventan con ella, sino además cuidada y alentada, puesto que esto presupone un trabajo profundo de la psicología del que sufre, como de aquel que ejerce el horror. Ambos, necesitan ser contemplados con el lente neutro de la literatura, que puede exponerlos a ambos, e inspeccionarlos de una manera más objetiva.

Esta herramienta siempre ha existido, y se usa de maneras indistintas a través de la genialidad de las plumas latinas. Por eso vemos a un Gabriel García Márquez con Crónica de una muerte anunciada, o con su novela también, La increíble y triste historia de Cándida Eréndira y su abuela desalmada. Porque algo claro debe quedar establecido, toda literatura tiene violencia, pero cuando hablamos de literatura de violencia, no nos referimos a eso, sino más bien,
cuando el personaje central es el dolor, y ese dolor toca a uno o varios personajes, con el fin de
mostrarse, dejarse ver y ser visible.

Finalizo con esta expresión, «¡No se trata ahora de política! ¡Se trata de que antes eran hombres como usté y yo, con hijos a quienes querer, y con mujeres; se trata de que eran hombres y ahora no son nada, porque usté ordenó que los volvieran nada, nada…!1 », que esta nos ayude a ver, pero no de soslayo, sino de frente, el dolor que revuelve y que, siempre es injusto, pero real, cercano, y que ciertamente, siempre habrá algo más que hacer al respeto para mejorarlo.

1.Frase del libro La mañosa de Juan Bosch.