Santo Domingo,  nuestra  ciudad mecánica con menos  perfume de mar  y ahora tan  desafiante y tensa como una pistola a punto de asesinar, todavía conserva la tradición de los  cuentacuentos improvisados y sin guiones en el transporte público.

La  antigua  oralidad cherchosa en carros de concho, guaguas voladoras, omsas y los nuevos buses con aire acondicionados,    se resiste y  da patadas de ahogados para no morir. Ya en el Metro el parloteo escasea y solo hablan las miradas.

Si los viajantes  están en ánimo,  a veces los seis pasajeros de los carros públicos tejen y deshilachan historias de sus vidas y  mentiras bien hilvanadas para pasar el rato  y poder  así  domar los tapones, el apretuje involuntario  y el calor. Péguense como anoche.

Lo  siguiente es una historia contada por un chofer de carro público. Sucede y viene a ser que el parlanchín  Fellito  de la ruta 25 relató   a su audiencia el caso de un incidente en una de esas megafiestas de fin de año que ofrece  Telemicro, en el Malecón, justo en la desembocadura de la avenida Máximo Gómez.

Narraba Fellito- así se llama el “obrero del volante”- la frecura de un hombre dotado con una lengua más allá de lo normal. Lo  normal de una  lengua humana  es diez centímetros de longitud.  Fellito juraba que el tipo la tenía  de quince centímetros y  que la movía  fuera de su boca como una serpiente histérica, con el grosor similar a un rabo de vaca.

El Lengua Man, vamos a llamarle así, en esa fiesta de fin de año  se dedicaba a dar lametazos a todas las féminas que se les cruzaban  en su camino.

Sigiloso, se colocaba a espaldas de las damas y  extraía su instrumento para lamer orejas, cabezas  y mejillas. Sopetiar” su viscosidad  en los hombros y hasta donde le alcanzara su sable bucal.

Ante el descaro y la afrenta, las  féminas llamaban a la policía, pero no les hacían   caso. Creían que era un relajo. Lo empujaban  y lo  maldecían con el clásico “ aqueroso”.

Si estaban acompañadas de varones, algunos de ellos  se amilanaban por temor a que el tipo sacara un machete y  otros lo enfrentaban, pero para su mala suerte el tipo corría más que el correcaminos de Chuck Jones para la Warner Brothers.

Todo tiene su final, como cantaba Héctor Lavoe. Dos de la mañana y la fiesta encendía encendía  y el LenguaMan borrachísimo de romo malo y gratis. La juma que traigo yo  le cogió  con “sopetiar” el escote de una morena alta y bien plantada. La señora iba acompañada de un señor con perfil  militar. Cuenta Fellito que Lengua Man encontró en segundos la  tusa que le iba  a su parte más baja y oscura cuando el  militar retirado sacó  la 45 y le sembró la pistola en el lado derecho  de su cara abriéndole un surco entre la oreja y la comisura de la boca. Borbotones de sangre, dolor  y la lengua escondida, enrollada hasta nuevo aviso. Se acabó lo que se daba.

Fellito concluyó el cuento-mentira relatando que Lengua Man  quedó arrodillado y sangrando, con una torpe expresión  en la cara como si no hubiera pasado nada,   y  en medio de la  gente que   bailará  y beberá  hata la amaneca.