Vicente Huidobro nos dejó una interesante y exquisita poesía que ocupa un lugar preponderante en la cultura universal. Se destaca precisamente por su riguroso lenguaje contextual. El mismo que nos permite estudiar a profundidad el nervio de su estructura y el éxito de sus referencias y los conjuros furiosos de la intelectualidad.

Huidobro dejó de lado la fortuna económica heredada de sus padres para asumir la poesía como un sacerdocio. Esto es un buen ejemplo de su pasión por la escritura poética, por lo que fue su marca, su identidad como poeta y escritor. Lo que tiende a confirmar que fue la pasión poética la que lo llevó a fundar el creacionismo y a convertirse en un revolucionario al extremo de arriesgar su vida en la Guerra Civil Española (1936-1939) y en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) de las que salió malherido y con efectos para el resto de su vida.

Al evocar sus poemas conviene citar a Altazor, compuesto en siete cantos y considerado por la crítica literaria contemporánea y posmoderna como su logro poético fundacional. Lo escribió en Madrid, en 1931. Poema que se caracteriza por sus oleajes estéticos, su sentido etimológico y sus epifanías. Veamos:

Altazor (fragmento, canto I)

 

Quedará un gusto a dolor en la atmósfera terrestre

Tantos siglos respirada por miserables pechos plañideros

Quedará en el espacio la sombra siniestra

De una lágrima inmensa

Y una voz perdida aullando desolada

Nada nada nada

No

No puede ser

Consumamos el placer

Agotemos la vida en la vida

Muera la muerte infiltrada de rapsodias langurosas

Infiltrada de pianos tenues y banderas cambiantes como crisálidas

Las rocas de la muerte se quejan al borde del mundo

El viento arrastra sus florescencias amargas

Y el desconsuelo de las primaveras que no pueden nacer.

Todas son trampas

Trampas del espíritu.

Vicente Huidobro.

Altazor está enmarcado en la facultad de imaginar intelectualmente, y la meditación que propicia crea una simbiosis entre entendimiento y memoria. Su evocación arquitectónica sugiere el mundo de lo posible, pero también su negación insensiblemente. Por un lado, manifiesta lo conceptualmente frenético y, por el otro, el suplicio de las pasiones. En él no hay margen para los sentidos de la fantasía sino una estela de hipótesis y anatemas que cubren el espacio absoluto de la idealización.

Su convergencia sugiere liquidar a Dios, negarlo en todas sus formas al declararlo culpable de todo lo malo que le acontece al hombre. Y lo plantea con furia; y quien escribe no le reprime como poeta, pero sí por su irreverente discurso, pues sin su presencia o creencia en él no tendríamos derecho a vivir la existencia que nos permite la fuerza de un mundo espectacular en su orden progresivo.

Sus sensaciones a ese respecto limitan el cosmos, el espacio, el tiempo y las energías de la naturaleza, estimulantes en sus múltiples y variadas percepciones antropológicas. En Altazor, Vicente Huidobro se encierra en las liturgias y en los rituales religiosos y, por esa razón, sus estados de ánimo, en muchos casos, lo llevan a un intelectualismo poético donde pierden la fantasía, el sueño, la introspección irreflexiva.

Aceptamos su rebeldía y su litigio con la conciencia crítica sobre ciertos actos sociales y hasta filosóficos. Compartimos su ideal de lucha revolucionaria y su preocupación por el destino humano. Sin embargo, rechazamos su determinismo de que Dios era el gran responsable de las guerras en Occidente y poner en duda su entidad suprema y creadora. Lo apoyamos también cuando aboga por la esperanza, por la justicia de los hombres y su preocupación en cuanto a la soledad que sentimos en el alma.

El mismo Huidobro le atribuye “una importancia histórica porque en él están marcados todos los caminos que yo he seguido”. El hecho es que Altazor, como los Cantos de Pound, fue un proyecto de larga duración y discontinuo desarrollo, no redactado en un impulso lírico sostenido, sino más bien armado tras varias y sucesivas epifanías”.

Sabemos que “La referencia más temprana al proyecto data de 1919, cuando Huidobro, camino hacia París, pasa por España. En Madrid se detiene a saludar a Rafael Cansinos-Assens, quien al dar noticia del encuentro señala que Huidobro lleva un libro todavía inédito, Voyage en Parachute, en el que se resuelven arduos problemas estéticos. A juzgar por el título, el proyecto está en francés. Y en ese idioma están los primeros anticipos del poema: el prólogo a “Altazor: viaje en paracaídas” que Jean Emar publicó en La Nación de Santiago en 1925; y el fragmento del canto IV que publicó Eugène Jolas en Transition (París, junio de 1930)”.

“En enero de 1931, terminado el poema —y ya en español— Huidobro viaja a Madrid para buscar editor. C.I.A.P., la editorial más dinámica del momento, lo contrata y procede a su inmediata impresión —tan rápida, que escasos meses después, en mayo de 1931, le informan que el libro “está ya terminado y será puesto a la venta”. Durante su estadía en Madrid (enero-febrero) es festejado por sus antiguos amigos de la gesta vanguardista”.

Por otro lado, entre 1919-1921, Huidobro escribió los “Poemas árticos,” de carácter vanguardista. Se afirma que “ansioso por publicar el libro y por volver a España, en julio, estuvo en Madrid donde había alquilado un apartamento en la Plaza de Oriente, frente al Palacio Real y allí pudo reanudar su amistad con Cansinos-Assens y con Alfonso Reyes. Asistió a la tertulia de Ramón Gómez de la Serna en Pombo y entró en contacto con una serie de escritores jóvenes como Guillermo de Torre, Isaac del Vando Villar, Humberto Rivas, Eugenio Montes, Mauricio Bacarisse…, quienes, contagiados por sus ideas sobre lo que entonces se llamaba la “nueva poesía”, pasarían como en un salto del ultramodernismo al ultraísmo, incluyéndole a Huidobro en el momento inaugural del flamante movimiento”.

No hay duda de que, con Altazor, Huidobro puso en marcha un proceso cerebral psicológico y lingüístico de un alcance universal. Fenómeno que dotó a la poesía vanguardista de un pensamiento ecléctico y argumentador donde sujeto y lenguaje se someten a la determinación de la imaginería poética a partir de la actividad conceptual. Aun con los reparos que hago a ciertas aseveraciones que denota Altazor, no dejo de reconocer su grandiosidad y la forma con que Huidobro desarrolla el mito. Con la mención de la muerte, el autor chileno simboliza la circunstancia temporal que origina en los poetas la manera de mitologizar el pensamiento, los sentidos y el lenguaje; de manera que Huidobro nos hace ver en Altazor que no bastan los dominios de las formas preceptivas sino que la poesía es el drama que humaniza al hombre, siempre y cuando dé sustancia al sentimiento y el pensar. No hay duda de que su poesía es excepcional por ondas vanguardistas y por su apasionada contextualidad y su hondo acierto humano.