La poesía de Vicente Huidobro (Santiago, 1893, Cartagena, Chile, 1948) es absorbente y modula un ámbito personal de profundo intelectualismo. De lúcida certeza en su reflexión sobre el fervor de la creación poética completamente pura. Puede afirmarse que fue uno de los poetas teóricos que, junto a T. S. Eliot, Apollonaire, Baudelaire, André Bretón, Tristan Tzara, Paul Valery, completaron el lenguaje poético de una tensión imaginaria de interpretación exacta.
Huidobro llegó a la cumbre más alta de la creación poética, y al propio tiempo es uno de los poetas que mejor explica sus más íntimas convicciones. La verdadera poesía es aquella que le canta a la virtud humana. El ilustre poeta chileno sostiene, en ese sentido que, en el testimonio, en lo curioso de la belleza y el azar está el verdadero sentido de la poesía.
Se recuerda a Les mamelles de Tirésias, obra teatral surrealista del poeta simbolista francés Apollonaire, estrenada en junio de 1917 en París, con unos dibujos a lápiz de la mano del pintor cubista Juan Gris y anotaciones de la mano de Huidobro. Este había llegado un año antes a París, en plena Primera Guerra Mundial, y de inmediato estableció amistad con Pablo Picasso, Juan Gris, Max Jacob y Joan Miró. Comenzó a escribir en revistas literarias junto a Tristan Tzara, Luis de Aragón y Pierre Reverdy.
En París fundó el creacionismo, movimiento literario que se desarrolló a partir de las corrientes vanguardistas del siglo XX que también incluyen el arte, los nuevos enfoques filosóficos, la música y otros géneros literarios y disciplinas científicas. En ese contexto, la idea de Vicente Huidobro estuvo basada en que “el poeta debía exponer las palabras tal cual eran desde su hermosura, sin importar su significado. También pretendió dejar de lado la verdad de los hechos, para poder crear nuevas cosas”.
Vicente Huidobro, el poeta de la escritura depurada, intelectualizada y estructurada en el perfeccionismo, aun cuando nació en el seno de una familia aristocrática, nunca tuvo obsesión por el dinero y más bien se dedicó a concretizar un conocimiento literario ilimitado. En 1918 viajó a España y reunió un selectivo grupo de jóvenes para promover el creacionismo. De nuevo se estableció en París, y, entre 1935 y 1938 volvió a Madrid para apoyar a los republicanos. En ese último año regresó a Chile.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial regresa a París y se alista en el ejército participando en las últimas batallas, obteniendo el grado de capitán. En el campo de batalla lo hirieron dos veces. La segunda herida no llegó a curar y fue la causa de su muerte. De regreso a Chile, falleció a orillas del mar, en Cartagena, el 2 de enero de 1948.
Escribió dos libros inmortales: Altazor (1930) y Temblor del cielo (1931). En ellos, el claustro del lenguaje solidifica las imágenes que se van convirtiendo en ámbitos personales. Es decir, el poeta Huidobro formula la exaltación de la naturaleza y de la vida en una conjunción de ideas que explica la humanidad del poeta por su multiculturalismo y los sentimientos puestos en evidencia, y la vida y renovada voz que se repite a menudo en muchos de sus versos:
CONTACTO EXTERNO
Mis ojos de plaza pública
Mis ojos de silencio y de desierto
El dulce tumulto interno
La soledad que se despierta
Cuando el perfume se separa de las flores y emprende el viaje.
Y el río del alma largo largo
Que no dice más ni tiempo ni espacio.
Un día vendrá ha venido ya
La selva forma una sustancia prodigiosa
La luna tose
El mar desciende de su coche
Un jour viendra est déjà venu
Y yo no digo más ni primavera ni invierno
Hay que saltar del corazón al mundo
Hay que construir un poco de infinito para el hombre
Como se observa, Huidobro no se conforma con todo lo vivido o escrito y, por esa razón, pide que Hay que construir un poco de infinito para el hombre. Es como si se tratara de una revelación o de un profeta convencido de que el infinito es la última posibilidad que le queda al hombre cuando ya solo tiene este espacio o refugio de servidumbre, vigilia o utopía.
Es como historiar las vivencias a partir de la memoria para evitar la fragilidad de la individualidad. En el poema anterior, lo que Huidobro quiere manifestar a plenitud es que se debe salvar el canon de la existencia mediante el lenguaje de la verdad y la ética de escribir con responsabilidad para enfrentar la soledad y el tiempo que conviven permanentemente con el poeta. En tal sentido, dice: Un día vendrá ha venido ya. En esta parte se muestra apocalíptico de sí mismo. Atrapado en su propia red, no le queda otra alternativa que aferrarse a la creación poética y por ello la coloca en el sitial más alto, incluso más alta que Dios.
En esa tesitura, en junio de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, le escribe al poeta Juan Larrea:
(*) “Dios debe ser enterrado para siempre, y su sitio en el mundo será ocupado por la poesía. Debemos llenar la vida de poesía. Infiltrar la poesía en todos lados. Hacer que el planeta Tierra esté cruzado de poesía por todas partes. Que cuando nos miren de Marte vean largos canales de poesía que atraviesan la Tierra.
Seguramente vendrá otra clase de poesía. Si es que el hombre necesita de ella. Nosotros somos los últimos representantes irresignados de un sublime cadáver. Esto lo sabe un duendecillo al fondo de nuestra conciencia y nos lo dice en voz baja todos los días. De ahí la exasperación de nuestro pecho y de nuestra cabeza. Queremos resucitar al cadáver sublime en vez de engendrar un nuevo ser que venga a ocupar su sitio. Todo lo que hacemos es ponerle cascabeles al cadáver, amarrarle cintitas de colores, proyectarle diferentes luces a ver si da apariencias de vida y hace ruidos. Todo es vano. El nuevo ser nacerá, aparecerá la nueva poesía, soplará en un gran huracán y entonces se verá cuan muerto estaba el muerto. El mundo abrirá los ojos y los hombres nacerán por segunda vez o por tercera o cuarta.
Esta carta ya se pone aburrida, discúlpame. La cortamos antes de que parezca discurso”.
*Nota: Párrafo final de la última carta de Huidobro a Larrea, fechada apenas tres meses antes de morir.