Cuando mi abuela dibujaba en el patio de la casa tres cruces de ceniza y la tapaba en el centro con unos calderos negros, sin duda evocaba a los espíritus del más allá para que estos evitaran la lluvia abundante, la brisa fuerte, el rayo y el trueno. Luego, con una soga ataba tres piedras y la colgaba en una rama del árbol de naranjo con las cuales simbolizaba los testículos de San Pedro para, de igual forma evitar la lluvia. En los días de mucha sequía, al ritmo de la frase: San Isidro el labrador pon el agua y quita el sol, yo participaba con mi abuela en las procesiones que hacían los lugareños en honor a la Virgen para que lloviera. Esto significaba un gran sacrificio, sobre todo, para mí que era un niño, pues este ritual se asumía con una fe ciega e inquebrantable. Se realizaba a pleno sol y no estaba permitido llevar sombrillas. La mayoría de los feligreses iban vestido de blanco y cargados con cruces de palos, rosarios de cuentas de vidrio y los pies descalzos como símbolo del sacrificio de Jesucristo. De manera que el milagro se solicitaba de acuerdo con la conveniencia y a las necesidades del momento.

En esa época la cultura de los pueblos tenía un componente silvestre y maravilloso, pero no lo sabíamos. De manera que en nuestro Caribe hispano y en toda Latinoamérica, la realidad se adelantó a las teorías. La vida cotidiana tenía un encanto y era propia de los espíritus exaltados. No en vano en cada rama de un árbol dominicano puede aparecer de repente la imagen de Jesucristo o la Virgen de la Altagracia como muestra de la exaltación animista que subyace en el alma del dominicano. En cualquier campo o paraje, aún en estos días se cree que un difunto te puede darte una botija o el número de la lotería. De forma tal, que el dominicano sigue creyendo que puede llegar a hacerse rico por cuenta de un milagro, por causa de la suerte o por obra del azar. Desde tiempos remotos también se invoca la sanación de los enfermos y se apela al milagro a través de lo que ellos llaman “cadena de oración”. Recuerdo que a los niños, las madres le amarraban un azabache en la muñeca del brazo izquierdo para evitar el “mal de ojo”. En nuestra cultura la mirada tiene poderes mágicos y un lenguaje hechizante que tanto puede ser maligno como benigno. En ese sentido, el ojo es una de las clave de lo real maravilloso porque se manifiesta en las supersticiones, en el mito y en las creencias populares. Eso es una muestra de que en la cultura dominicana lo real maravilloso tiene un efecto encantador.

Fue sin duda el cubano Alejo Carpentier quien ayudó a los caribeños a descubrir el concepto de lo real maravilloso americano. Este fenómeno de la cultura del Caribe tiene sus raíces en la literatura oral. Y su fundamento específico lo encontramos sin duda en la fe del participante y este se consagra cuando ocurre un hecho extraño y milagroso.

La esencia de esta corriente se encuentra depositada en todas las actividades de la vida del dominicano y se manifiesta en dos órdenes posibles: Lo maravilloso cotidiano y lo maravilloso evocado. El primero es menos patético, más real y se encuentra en la leyenda, el segundo es mucho más ritual y sagrado porque el hecho requiere de un oficiante que provoque el milagro, por lo tanto, está emparentado con el mito. Podemos llegar a afirmar que lo real maravilloso es una cartografía del espíritu. Un conjuro de los elementos sincréticos y las visiones fantasmagóricas “de las inadvertidas riquezas de la realidad” que componen los   diferentes escenarios dramáticos y sus distintas variaciones. Esta corriente de la cultura es fuente de una búsqueda incesante junto al afán desmedido por exorcizar los demonios que los humanos llevamos por dentro. Pienso y estoy convencido que a cada paso acudimos a estas formas y desmanes en procura de agenciarnos una mejor vida.

¿Quién duda que las mujeres dominicanas visiten brujas y leedoras de tazas para retener a sus maridos? En la mayoría de los colmados y pulperías dominicanas hay un bacá o un velón encendido en un rincón evocando la suerte. O, un árbol de sábila colgado en la puerta de entrada como símbolo de la abundancia. En ocasiones cuando el negocio prospera se dice que el dueño tiene un “pacto con el diablo”, de manera que lo real maravilloso se manifiesta tanto en la esfera del bien como en la esfera del mal.

Hay que advertir la presencia de lo maravilloso en el contexto de los pueblos del Caribe, específicamente en Haití. Sin embargo es a partir de Carpentier que lo hemos visto con ojo avizor y hemos podido adelantar sus diferencias con la cultura europea, ya que en el Caribe, lo maravilloso tiene una connotación mucho más valiosa y universal desde el punto de vista de la historia porque su contenido está impregnado de una concepción antropológica de la cultura y emparentado con la africanía. De paso, el mundo de cosmogonías en la que confluyen creencias, mitos y leyendas es el producto de un marcado sincretismo cultural que con el paso del tiempo ha caracterizado nuestras identidades.

En el entramado de la cultura dominicana lo real maravilloso se manifiesta de diferentes formas:  En la vida política, en lo económico, en la curandería, en la costumbres, en los asuntos amorosos, en la vida religiosa, en las creencias populares, y en el tratamiento que se le da a los difuntos es donde más se advierte la presencia de lo maravilloso.

Filosóficamente lo maravilloso está conectado a dos instancias mentales: lo divino y lo diabólico. Todo depende del estado donde el hombre se sitúe. Su principio fundamental es la creencia. Su fuerza espiritual es la energía cósmica. Como fuerza delirante del poseído, yo veo lo maravilloso como un estado del espíritu en éxtasis tanto del alma como del cuerpo. En el cuento de Juan Bosch, la vieja Remigia invoca a las ánimas para que llueva, ofreciéndoles “dos pesos de agua” y el cielo se derrama abundantemente con todas sus fuerzas. El fenómeno se puede ver como una paradoja: las ánimas se revelan en su contra. Le envían el agua, pero la inundación destruye todo, porque las deidades ven en el dinero un signo diabólico. Las deidades no se asocian con el dinero, sino con Dios. Lo que Bosch hace aquí es reinventar una realidad que ya había vivido en los campos y parajes dominicanos como lo hizo Alejo Carpentier en su gira por Haití, antes de escribir la novela El reino de este mundo.

Asimismo, cuando Mackandal – Personaje de El reino de este mundo—está atado a un árbol, rodeado de un fuego que le va sollamando los pies, frente a una gran multitud de los de su raza. Justo en ese momento en el que lanza su grito salvador Mackandal sauvé, de seguro estaba poseído por los dioses del más allá y por los seres a quienes ha convocado para su definitiva salvación. En ese momento, el grito del haitiano rompió las ataduras del árbol y echó alas para emprender el vuelo definitivo hacia la memoria de un pasado remoto y ancestral. Sin embargo esa multitud enfebrecida congregada en la plaza sabe que los amos blancos atraparon su héroe y lo mataron, pero ellos están seguros de que el día menos esperado volverá hecho insecto, ave o animal como mandato divino del universo en el que ellos creen.

No cabe duda de que los mejores exponentes de lo maravilloso son esos hombres y mujeres reunidos en los velorios, en los cabos de vela y en las celebraciones novenarias de los difuntos y en las evocaciones y homenajes que se realizan en las fiestas de  San Miguel Arcángel como una manera inequívoca de apostar a una mejor vida, cuya única  esperanza es la de alcanzar los estadios del purgatorio o del infierno, donde solo será posible el canto y el cuento de lo que fuimos a través de nuestra infinita memoria.

Eugenio Camacho en Acento.com.do