Hasta que un día nos damos cuenta (SD: Tiempo de Nosotros Editores, 2022) es la más reciente obra narrativa que publica Tony Rodríguez Labour, perteneciente a la nueva generación de poetas y escritores neiberos. Su primer libro del mismo género, El domingo que viene, de la Editorial Gente, vio la luz en 2018. Nuestro autor, junto con otros, da continuidad en Neiba a la tradición intelectual y cultural que en el siglo XIX la encabezaron Tomás Bobadilla y Briones, Apolinar Perdomo y Manuel de la Candelaria; posteriormente, en el siglo XX, sobresalió Ángel Hernández Acosta, uno de los primeros iniciadores del realismo mágico en América Latina, seguido de otros escritores, algunos de ellos, figuras de relieve en la cultura dominicana actual.
Rodríquez Labour, en la presente obra, además del uso de nuevas técnicas de organización del material y de nuevos procedimientos que da a conocer, retoma núcleos narrativos que son básicos en sus colecciones de relatos y cuentos, a saber: su condena a la depredación de la naturaleza, la inocencia de los niños, recreaciones de escenas y episodios del día a día, la lucha por la existencia de simples hombres y mujeres. Todo esto lo hace a través de la práctica del realismo, la sátira social, y la reproducción de la mirada moral de la vida que tiene como escritor.
Esta vez, el cuentista alterna sus cuentos y relatos con poemas introitos breves y microcuentos; por igual, utiliza la metanarración y el cuento fantástico –probablemente influido por Borges– y la reconstrucción de ciertos rasgos de la novela picaresca, como en el caso de las bellaquerías de Filipito y la amarga suerte de la prostituta Sariota. El escritor prosigue en el tratamiento de temas y personajes similar a como lo hace en El domingo que viene; solo que en Hasta que un día nos damos cuenta demuestra tener un mayor manejo de maniobras lingüísticas y de figuras retóricas entre las que resaltan metáforas originales, hipérbole y personificación; continúa en esta obra con su circuito de humor y con la recreación de tramas de su libro de cuento anterior a los que prolonga, o más bien, amplía. Lalano y el pueblo de Verano Largo, vale decir, Neiba, pasan con sus mismos nombres a Hasta que un día nos damos cuenta. Lo propio ocurre con Ludovia, su esposa, que en esta ocasión, sería Rafaela.
Verano Largo es el lugar donde Rodríguez Labour encuadra sus relatos y cuentos, y que toma como microcosmos de lo que pasa en el mundo en gran escala. Dicho pueblo hace las veces de telón de fondo de las historias que en él se narran. En la estructura de su discurso narrativo, el cuentista sigue en los pasos de un maestro, Hernández Acosta, cuyo influjo en su narrativa, tanto en los tintes poéticos que utiliza a lo largo de la obra, la elección de Neiba donde mayormente ambienta sus cuentos, la crítica social velada que ejerce, como en el empleo de ciertos giros de la lengua, saltan a la vista.
Para entrar en materia, en el relato “Mi calle larga”, entre otras historias, el autor resalta el orgullo que a lo largo de los años han sentido los veranolarguenses por sus valores y símbolos históricos y culturales, tanto así, que hasta individuos del bajo mundo del lugar parecieran saberlo y reconocerlo, como lo satiriza en este fragmento: “Suponía con tierna arrogancia”, dice el cuentista, de Filipito, un pícaro que se propone estafar al dueño de un negocio de electrodomésticos, “que en ningún punto de ese trayecto, osaría cambiar el nombre de su poeta [de la calle donde vive], por el de héroe alguno, por más glorias que colgasen sobre su pecho, ni por más aciertos que llegare a acumular el filo de su espada”, (37) lo cual indica, que, en Verano Largo, aparentemente, el intelecto vence a las armas.
La constante exaltación en el veranolarguense de sus raíces históricas y culturales parecería nadar a contracorriente de estos tiempos de cinismo y de falta de fe en las personas por la esterilidad espiritual que fomenta el globalismo, resuelto a nivelar todos los pueblos y sus culturas, al difuminar las fronteras, la variedad y la diversidad entre ellos. En una palabra, pareja ideología busca la muerte de estos valores. Aunque no se lo proponga quizás, un autor debería escribir para dar aliento y esperanzas a las personas que leen sus obras y más en medio de la vorágine y la oscuridad en que han devenido los tiempos.
Se desprende de Hasta que un día nos damos cuenta una visión moral de la vida en Rodríguez Labour. Dicha noción se entrevé en la condena que hace a la destrucción del concepto de la familia tradicional en el relato “Los compadres de Nenea”, y en el de “Me lo contó un pajarito”, donde lanza críticas de refilón al gran capital que está desplazando la naturaleza y la cultura, personificados por los megaproyectos de construcción inmobiliarios, a los que él opone puro pecho y corazón. “¿Yande tú va a poné a dormí to eso pájaro que amanecen ahí?”, le pregunta un anciano que cuida un parque que va a ser derribado a un ingeniero que tiene en carpeta un proyecto de urbanización. (69)
Como el también poeta que es, Rodríguez Labour es un maestro moral, aparte de serlo en la vida real, centrado en la enseñanza de valores a través de su escritura creativa. En tanto que escritor, nuestro autor entiende que debe comprometerse con los ideales más genuinos de su cultura y sociedad. Por lo visto, es lo que se ha destinado a hacer en sus obras, contrario a otros autores, que, en el constante culto al vedetismo literario y figureo, sin una obra que lo respalde, han perdido su norte como escritores, si es que alguna vez lo tuviesen.
El relato en el que el cuentista retrata de cuerpo entero con su crítica y sátira sociales mordaces al común de los veranolarguenses es “Obra al mérito”. Rompe lanzas en contra de esa falla en su carácter y arremete contra sus sentimientos de vanidad. Está en la naturaleza egoísta de las personas aspirar de continuo a ser reconocidas por los demás, pero que, en el pueblo del autor, no cabe duda de que raya en lo absurdo y caricaturesco.
El periodo de los Doce Años de Balaguer también dejó marcada una tierra históricamente valiente como Verano Largo. De ahí que el cuentista neibero registre un drama de protesta en el liceo de la comunidad protagonizado por Olmedo, el Grifo de Jimene en el relato “Para muestra unos días”. Como es bien sabido por todos, aquella era una época de intolerancia política, en la que a los estudiantes se les veía no menos que delincuentes, por el solo delito de ser jóvenes.
Rodríguez Labour apunta a explorar el concepto de la predestinación en los relatos “El negro feliz” y en “Papín, de la grandeza del corazón a la dulzura de una ñapa”. En el primero, Félix Pérez Jiménez aspira a hacerse ingeniero electromecánico en la UASD en la década de los años setenta, pero, por ser una época de persecuciones, muertes, represión y de insurgencia, como reacción (eran los tiempos del desembarco guerrillero de Caamaño), tuvo que abandonar sus estudios para dedicarse a llevar un negocio de transporte de Verano Largo a la Capital. “De aquí en adelante”, nos dice el autor, “Félix, optó por no contradecir al destino, dedicándose de lleno a trabajar con su hermana como transportista”. (54) Antes de ingresar a estudiar en la primada, su hermana le había pedido que se encargara del negocio por sus habilidades en ese sentido. En el segundo relato, Papín no dio pie con bola en la industria de la construcción. Lo suyo era los negocios. “En su plan de vida estaba prendida la ilusión casi tangible de ser comerciante”, escribe el cuentista. “Pegar block no era lo suyo”. (93)
Sin embargo, de todos los relatos, ninguno logra estremecer con el más agudo dolor las páginas de Hasta que un día nos damos cuenta, con un niño como el mayor receptor del sufrimiento, que el de la múltiple tragedia de “Las muchachas del lago”, desgracia ocurrida en el lago Enriquillo, donde perecieron ahogadas. El autor, también de corta edad en el decenio de los años setenta cuando sucedió, hace el intento de recrear el sentimiento de angustia y desolación que embargó a toda la provincia Bahoruco en aquel entonces.
En “Ojalá y se equivoquen otra vez”, aferrado a los valores eternos de la vida, Rodríguez Labour hace una radiografía de los rasgos que más se han destacado en los últimos dos decenios del siglo pasado y en los albores del presente en materia de geopolítica y de adelantos tecnológicos. Insiste en defender los valores tradicionales en los que fue formado, y ver en ellos la única salida al caos presente. El escritor advierte que, a fin de cuentas, las últimas guerras que se han librado en el escenario mundial han sido inducidas por el Imperio, con punto de apoyo en sus neocolonias con dominio de la tecnología; por lo que no le queda sino condenar las grandes injusticias perpetradas contra los indefensos. De lo contrario, no tendría sentido en su rol social.
Como nuestro cuentista lo sugiere, en la práctica de su arte, un escritor jamás debe renunciar a tener una visión crítica de la realidad en la que vive. Ha de ser ante todo un humanista, altamente creativo, perspicaz, observador, con miras a hacer un mundo mejor. Observa que el grueso de la gente vegeta mientras los grandes artífices de la geopolítica y la tecnología le dictan los nuevos rumbos al mundo. Da la voz de alerta a través de los veranolarguenses que festejaban en vísperas del nuevo milenio, que “lo que le espera al mundo no es chiquito”. (84) Los domina un gran dejo de indiferencia por lo que pudiera sobrevenir al planeta, a la espera del cambio del dígito 1999 al 2000, y ni decir del “apacible Yeyén”, dice el autor, que puso la música con las ocurrencias de su Akitari, akitari, akitari tari, tari. . . ahí donde hizo falta la banda de música municipal del pueblo.
En “Hasta que un día nos damos cuenta”, cuento homónimo con el que titula y remata su obra narrativa, Rodríguez Labour trata acerca de diferentes enfoques con que las personas abordan el fenómeno y el concepto de la muerte. En tanto que muchos se relacionan a ella de modo realista, los más prefieren ahorrarse tiempo, sufrimiento y energías de lo que implica hablar de ella. En el fondo asumen que no hay verdad más incontrovertible que esa; que a nadie se le ocurriría disputarla; por lo que se resisten a aceptar que se les trate con desparpajo por tener una visión distinta de su presencia.
Ya en el camposanto municipal, escribe el cuentista, las autoridades del ayuntamiento de Verano Largo quieren involucrar al terrateniente don Lalano, de edad avanzada, en la discusión en torno a la nueva construcción del lugar, máxime, en gratitud por haberle concedido el terreno donde se levantará. Don Lalano, por más que hace el intento de esquivar el tema, tan incómodo para él, tiene que escuchar a un concejal de nombre Severín –impertinente como no hay dos–, el cual, sin dorar la píldora siquiera, le dice: “Además, usted tiene donde lo van a enterrar desde antes de nacer. Un nicho por ley – agregó de lo más natural”, dice el autor. (149) A partir de ese momento, empieza a rondarle la idea de la muerte al anciano. Y no es que él pretendiera que sería eterno. En el cuento, Rodríguez Labour se cuestiona el porqué dar tanta importancia a algo que es inevitable como el último momento en la vida de un ser humano; peor aún, se pregunta por qué insistir en restregar la idea que la muerte implica en la cara del que se las arregla para prevenirla.
Para concluir, los valores y los sentimientos están en la base de la narrativa corta de Tony Rodríguez Labour. Una visión moral de la realidad la atraviesa. Hay una constante lucha entre las fuerzas del bien y las del mal como él lo entiende a través de los personajes que ha delineado y de los temas y las tramas que ha construido en Hasta que un día nos damos cuenta, obra en la que el bien, al final, vence al mal la mayoría de las veces; y subsumida en esa lucha general, la que se libra por la existencia. En una era en que ha muerto el espíritu, el escritor apuesta a expresar su indignación contra quienes fomentan la cultura de la muerte, se opone a aquellos que atentan en contra de la tradición, de la naturaleza, de la inocencia y contra los valores de antes, a los que resiste con los sentimientos como elemento de redención entre las personas.