La interioridad es la miscelánea del alma y el intelecto en cada ser humano. Es en este estado metafísico donde confluyen todas las vivencias de un individuo relacionadas con sus creencias, pasiones y valores morales. Así pues, el valor de interioridad se define como la convergencia equilibrada entre el ámbito espiritual y moral de cada individuo. Por lo que se refiere a la novelística de Leopoldo Alas, en una de las novelas más prodigiosas del canon de la literatura española, La Regenta, este destacado humanista expone de una manera magistral el ahora afamado valor de interioridad. En consecuencia, lo que nos resta como lectores es adentrarnos en la sociedad española de la Restauración y, comprender el realismo implacable de Alas, a medida que nos revela su percepción sobre la complejidad de la naturaleza humana por medio de la relación entre sus personajes.

Para empezar, Alas se sitúa en Vetusta: un pueblo inspirado en su lugar de nacimiento, o sea, Oviedo. Vetusta es un pueblo altamente conservador y religioso, donde la burguesía se preocupa en demasía, por mantener una apariencia de pulcritud. En este ambiente de hipocresía es que sale a relucir una mujer que está en una búsqueda genuina de la felicidad: Ana Ozores. Mejor conocida como “la Regenta”, gracias a su casamiento prematuro con el exregente del pueblo don Víctor Quintanar. De esta manera, es que conocemos al personaje principal de la novela. Ana es una mujer que aparentemente lo tiene todo, pero que lleva una vida monótona al estar casada por conveniencia con Quintanar. Su vida es una fachada debido a que, Ana no encaja con el arquetipo establecido para las damas en la pequeña sociedad vetustense a causa de estas peculiaridades:

― repudia la maternidad, a causa de una mala relación con su madre desde la infancia;

― posee una afición por la literatura, pero no es aceptable que escriba porque no es bien visto;

― su esposo no la ve como esposa, sino como una hija debido a la diferencia de edad entre ambos;

― es ambivalente porque representa un amor cándido y a la vez erótico.

Estas singularidades son las que llevan a Ana hacia don Fermín de Pas, el cura del pueblo y su fiel confesor. De Pas sentía grandes ansias de poder y entendió desde joven que una forma fácil de conseguirlo era usando el obispado como escalinata:

Llegar a lo más alto era un triunfo voluptuoso para de Pas. Ver muchas leguas de tierra, columbrar el mar lejano, contemplar a sus pies los pueblos como si fueran juguetes, imaginarse a los hombres como infusorios, ver pasar un águila o un milano, según los parajes, debajo de sus ojos, enseñándole el dorso dorado por el sol, mirar las nubes desde arriba, eran intensos placeres de su espíritu altanero, que de Pas se procuraba siempre que podía. (La Regenta, 1884, tomo I).

Concretamente, cada vez que Ana iba a confesarse, don Fermín comienza a sentir amor hacia ella, a pesar de su celibato. Asimismo, Ana comienza a sentir cierta atracción por él, a pesar de estar casada. Esta creciente atracción entre ambos lleva a de Pas a creer que Ozores era de su propiedad, aunque nunca le correspondió porque terminó eligiendo a nuestro cuarto y último personaje principal como objeto de su amor: don Álvaro Mesía. Don Álvaro, es el antagónico de don Fermín ante Vetusta, entiéndase, es un mujeriego empedernido que siempre ha sentido atracción hacia Ana. Es aquí donde se crea un triángulo amoroso y el desequilibrio del valor de interioridad entre don Víctor, don Fermín y don Álvaro resultan en un infortunio.

Las ínfulas desequilibradas de poder de don Fermín, además de su ineptitud para aceptar que su amor no era correspondido por Ana, lo impulsaron a valerse de otros para que don Víctor terminara enterándose que su esposa le era infiel con don Álvaro. El exregente consumido por la ira e indignación ante la traición, reta a muerte al don Juan. No obstante, confiado en sus habilidades de cacería y sin conocer las capacidades de su oponente termina exánime. Como resultado, Mesía huye dejando a Ana sola afrontando la desgracia y el bochorno. Aunque, ya era de conocimiento de Ana que Quintanar no le era leal y se revolcaba con las criadas, ella termina sumida en una profunda tristeza porque a quien dedicó su juventud había fallecido. Se sentía culpable por la muerte de Quintanar.  En suma, la Regenta termina en un estado más paupérrimo a cuando todo empezó:

Ocho días había estado Ana entre la vida y la muerte, un mes entero en el lecho sin salir del peligro, dos meses convaleciente, padeciendo ataques nerviosos de formas extrañas, que a ella misma le parecían enfermedades nuevas cada vez. (La Regenta, 1885, tomo II).

De manera superior, Alas logra retratar su simpatía y devoción hacia el valor de interioridad. Considero que la crítica que realiza hacia la opulencia de la iglesia católica romana, la hipocresía de la burguesía española, la falta de educación que atravesaba la sociedad española en esta época, sumado a las claras influencias positivistas y deterministas hacen de esta novela un pilar dentro del realismo español.

Sostengo que esta novela es una narrativa sumamente rica; ninguno de los personajes principales es un héroe. Desde Ana hasta don Álvaro, absolutamente todos los personajes (incluyendo los vastos personajes secundarios y terciarios) tienen propiedades y acciones reprochables. Por consiguiente, ninguno lleva a cabo una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble. Todos actúan en base a su concupiscencia, aunque externamente buscan agradar a su dios y llegar a lo que creen es la vida eterna.

El análisis de la naturaleza humana reflejado en el contexto histórico de Alas, es uno que bien podría asumirse a la sociedad occidental posmoderna tras más de un siglo. La lujuria, el nepotismo, la opulencia y rechazo a la intelectualidad de las masas son cosas que siguen vigentes al día de hoy. En mi opinión, es una obra que ciertamente invita a la reflexión, pero que no se concentra meramente en llevar al lector a hacer un juicio de la vida de los personajes. En lugar de eso, busca que el lector disfrute de esta magnífica obra literaria gozando de placer, al toparse con la realidad de lo abstracto y bizarro del valor de interioridad que cada ser humano lleva consigo.

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La autora del artículo es estudiante de la Licenciatura en Letras, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).