El V Festival Literario Sur 2023 tiene lugar durante los días 17,19 y 19 del presente mes en San José de Ocoa. El más importante encuentro de las letras del sur — en el que participan escritores de la region,del país y del extranjero — se llena de esplendor al centrar su agenta en torno al tema “Sureñidad cultural” y en rendir homenaje al ilustre escritor y gestor cultural William Mejía, uno de los máximos representes de la sureñidad cultural y literaria.
En otra ocasión he abogado por el reconocimiento que se debe a ese autor, merecedor de los más altos galardones literarios de nuestro país. Sin embargo, alegre y complacido del gallardo gesto que significa dedicar el festival sureño a William Mejía, prefiero compartir estas apreciaciones acerca de las obras narrativas de ese autor.
Confieso que ha sido sumamente difícil establecer la distancia aconsejable entre el crítico literario y mi simpatía hacia William Mejía. No he podido decirme con la felicidad con que acostumbro en mis lecturas: “Dedícate a la obra y olvídate del autor”.
Y es que en el arte narrativo de ese escritor hay algo especial: sus textos son la acción creativa de un hombre cuya autenticidad es tan potente y genuina que desborda sus páginas a través de la magia de las voces y las miradas, bañando al autor y a todos los entornos de su obra.
Y la primera voz que se descubre en la narrativa de William Mejía es, justamente, la del autor. En sus textos se escucha su testimonio de vida. Sus novelas son autobiográficas—como son todas las obras, se dirá —pero las suyas tienen ese carácter como parte esencial del sello del autor en la narración y las historias narradas.
Los universos de las novelas de William Mejía Una rosa en el quinto infierno ((2001), Naufragio (2005) y Estrella (2007), son propios de un estilo genuino de narrar de ese autor. Pero más que estilo propio, lo que se observa en esas obras a partir de sus elementos es un modo de ver un mundo que se interroga, se afirma, se vive y se revive siempre con asombro.
Esas voces y esas miradas son esenciales en las novelas de William Mejía porque son provocadoras. El suyo es un arte narrativo hecho de amor a lo propio, a lo nativo, a lo comunitario. Es un arte identitario.
El narrador es un médium entre una historia que, ficticia o real, se da como una experiencia colectiva y cotidiana de un grupo que ve desfilar sus vivencias, sus recuentos, sus sueños, las más de las veces angustiantes, bajo sus propias miradas.
Esa experiencia puede ser trivial entre enamorados infantiles, como una competencia pueblerina de antes. El escenario es un parque, una glorieta, una fiesta patronal, como en la novela La Estrella; puede ser política y trágica, como en Una rosa en el Quinto Infierno: la cárcel, el trabajo forzado en El Sisal de Azua, bajo la tiranía de Trujillo; puede ser heroica y nacional: la guerra de abril, como en Naufragio.
El de William Mejía es también un arte narrativo solidario, humano, amoroso. De hecho, las historias son la evidencia de un convivir y darse las manos. Los novios, los combatientes, los condenados forman una hermandad en la búsqueda de posibilidades y de camino…
Qué mejor muestra de solidaridad que esa historia de Naufragio, en que un grupo de amigos envueltos en un viaje ilegal de antiguos constitucionalistas. Y qué mejor que la historia del Sisal.
Estamos hablando de una voz que se nombra a sí misma en la novela Estrella desde el primer capítulo, e identifica su autor, su portador, cuando dice “Y como soy Julio Razuk”.
Esa voz tiene valor de testimonio que se muestra en su escritura y formación, cuando el personaje, en un lecho del “Centro Médico Feraz”, habla de la carta que se dispuso a dictar al abogado, porque él es “quien sabe los hechos”, y porque él está inhabilitado para escribir.
Hay un título en la novela Estrella, que ayuda a reafirmar esta idea en la narrativa de William Mejía: la obra narra discursos, prolonga discursos, por el recuerdo, por las referencias, por las imágenes de infancia en San José de Ocoa. Se ven los momentos y los protagonistas de un tiempo ido, en un ambiente dialógico.
Narrar que se da como una totalidad, en la que el sujeto narrador se confunde, o más bien se funde con una cultura, una lengua y un medio autóctono, el sur del país, en el que las cosas son de por si extraordinarias. No existen como en otras partes. Hay un sortilegio evocador de ambientes especiales por ser sencillamente naturales, ingenuos.
En las novelas de William Mejía la voz es una oralidad maravillosa como en los cuentos de brujas y de Buquí y Malí. Una voz profunda que se escucha y que se nombra a sí misma, tanto del narrador como de los personajes. Es una evidencia del lenguaje que se manifiesta de modos diferentes, con claro sentido de que persigue expresar un mundo interior rebosante de historias que claman su derecho a ser narradas. La voz aviva un escenario de recuerdos de sensaciones entrañables, pueblerinas. Es como si William Mejía no escribiera sus novelas, sino que las recordara en voz alta.
En la novela Naufragio, el recurso de la oralidad se manifiesta en el conjunto de preguntas y admiraciones que llenan esa novela citadina.
El relato en primera persona de la novela Estrella es una oralidad que recuerda acontecimientos, sensaciones, personajes, fiestas, encuentros, que se van descubriendo por la voz, como la de la señorita Estrella cuando cuenta la competencia en las fiestas patronales.
Todo cuanto el autor narra se centra, en una palabra: diálogo. Su arte consiste en una narración dramática, dialogada, como si leyendo la novela leyéramos teatro. ¿Será porque el novelista es esencialmente un dramaturgo, un gran autor de obras teatrales?
Las vivencias terrosas y populares de ese diálogo, raigalmente dominicanas, son los mejores atributos de la narratividad de William Mejía. Sin embargo, el arte narrativo es trascendencia en él, como en todos los narradores modernos. Es una trascendencia generada en la fragua de la subjetividad del escritor, del autor.
El arte de narrar de William Mejía opera según esa regla, esa ley universal: lo acontecido, lo contado no es lo esencial, sino lo contando; el contar.
En el texto Una rosa en el quinto infierno lo que más se destaca es la voz. Hay una subjetividad hablante que se escucha y se impone por encima de cualquier otra imagen y otro contenido. Eso me lleva a decir que, en la narrativa de William Mejía, es preciso primero, leer la novela como discurso.
Colocando esos ejemplos narrativos en un plano de equilibrio con las obras de William Mejía, puedo imaginar al autor decir: He soñado con escribir una obra titulada “Las pequeñas gentes”, hecha de personajes anónimos que conversan sobre sus pequeñas cosas en pequeños diálogos acerca de pequeños gustos y tormentos, y que, sin embargo, reflejan enormes emociones.
Luego lo oigo decir, contemplando su creación, tonterías, qué tanto soy, si ya ese texto se ha escrito y reescrito tantas veces. Esa reflexión me ha conducido a pensar que el arte narrativo no es más que eso: contar menudencias, detenerse en las cosas sin sentido, aquellas que a nadie interesan. Por pequeñas, por insignificantes. Por inocuas. Por insustanciales. Por inexistentes.
Lo que llevo pensado es que en un cuento o una novela no hay motivos poéticos per se que el narrador los descubre y los coloca en el papel. No existen las historias interesantes como ésas que recogían los cuentos maravillosos y las leyendas épicas.
Toda la obra es un decir y una visión producto de la subjetivad del autor William Mejía. El posibilita que los inertes o inocuos momentos o cosas del adquieran vida como motivos, símbolos e imágenes vivir y que a través de él se accionen y se transformen en hablas y miradas trascendentes.
De esos modos, la voz, la mirada, la imagen, la situación y el referente son los formatos de la narratividad en las novelas de William Mejía. El narrador se apoya en esos recursos para tejer las tramas de las historias y dejar planteada una visión enraizada en un universo poblado de sentidos propios.