En la teoría literaria y del arte se usa la expresión latina Ut pictura poesis cuando nos queremos referir a la relación histórica entre poesía y pintura. Esta locución fue formulada por primera vez por el poeta latino, Horacio, en su Epístola a los Pisones. La misma alude a la frase, que reza: “La poesía es una pintura que habla y la pintura es una poesía muda”, atribuida a Simonides de Ceos. El debate entre ambas expresiones de las artes verbales y visuales siempre ha estado en su centro de gravedad, desde el punto de vista del lenguaje y el empleo de la vista y el oído, como sentidos perceptivos. En el objeto de producción y recepción descansa el predominio del color y la palabra. Ambas tienen en común, que la experiencia estética entre lector y espectador, experimenta un goce sensible y sensorial diferente. La poética horaciana se fundamenta, como sabemos, en la expresión, “Dulce et utile”, es decir, en la función del arte como productor de placer –o goce– y utilidad, entre lo estético y lo social o moral, para lo cual Horacio parte del concepto aristotélico de “mimesis”, o sea, del arte como “imitación de la naturaleza”, planteado antes por Aristóteles en su Poética. La teoría aristotélica, de preceptiva literaria, fue asimilada y extendida, en su Arte Poética, por Horacio, quien vio el “arte como imitación de otros artistas”, y no de la naturaleza, donde reside, a mi juicio, el origen de la tesis de las influencias que, según Harold Bloom, causan angustias. Durante el Humanismo renacentista, las teorías horaciana y aristotélica, fueron convertidas en categorías estéticas, en que las artes tendrían un nexo común, independientemente del lenguaje o del ámbito expresivo. Así pues, el poema y el cuadro de pintura sugieren, en la mente del lector y del espectador, una asimilación de las imágenes verbales y visuales con la misma emoción, en el proceso de contemplación estética. De modo que, el poeta y el pintor han de pintar con palabras la naturaleza y el hecho estético. En ambos casos, el componente poético será el rasgo común a los dos lenguajes artísticos. En un cuadro hay poesía, y de ahí que la poesía, en tanto origen del arte y de la filosofía, sirve de elemento cohesionador y catalizador, y punto de partida de la emoción, en el arte general. El nivel imaginativo de una pintura o de un poema se percibe por la dosis o carga de poesía que contiene. Así, vemos poesía en el cuadro pictórico o en el dibujo, la escultura, la arquitectura, el cine, la danza, el teatro o la música. Por lo tanto, la poesía puede ser visual, acústica, perceptiva o audiovisual. De ahí que se suele decirle artista, al pintor o al poeta. O poeta, al músico, al arquitecto, al escultor, al danzante, al actor, al dramaturgo, al dibujante, al fotógrafo o al pintor O medir, por el nivel de emoción, al decir que: en una pintura, hay más poesía que en otra; o sentir o percibir poesía en una pieza teatral, una composición musical, una película, un espectáculo de ballet, una escultura o un cuadro de pintura. En efecto, “el color piensa”, como dijo Baudelaire. “El color es la voz de la pintura”, dijo Octavio Paz. Constituye el elemento central y el núcleo de la pintura: representa el sonido o la música de la pintura (Para Kandinski, el color azul representa una sinfonía). El color es la pintura en sí. Quien dice pintura dice color. No hay pintura sin color. Una pintura sin color es muda; un poema sin ritmo es sordo. Por lo tanto, hay ritmo en el cuadro y en los versos del poema; es decir, en las artes temporales y espaciales. De modo que el ritmo es un componente esencial y vital en el espacio pictórico y en el tiempo poético. Hay música en el color de la pintura y en las palabras del poema. En efecto, la música sirve de elemento cohesionador y ente mediador entre pintura y poesía. En tanto que la palabra representa, en la poesía, el elemento que encarna el lenguaje, el tejido de símbolos y el ritmo que organiza el sentido del poema.
Durante el Renacimiento, el oficio de artista se asoció al de poeta, pues este era considerado superior en la escala social, cuando el oficio de pintor era emparentado al de artesano. Pese a que el hombre, antes de hablar y de escribir, dibujó en las paredes de las cavernas (arte parietal o arte rupestre) o bailó alrededor de una hoguera, cuando la poesía era oral y se declamaba para ser bailada, en algunas tribus primitivas. Durante mucho tiempo, se consideró al poeta como un artista, cuyo talento provenía de su intelecto y de su inspiración, cuando se creía que el poeta escribía inspirado por las musas, en un acto de inspiración no de expiración, es decir, que era visitado por las musas, las diosas de la memoria. De ahí que la memoria, en la modernidad estética, equivale a la inspiración antigua. La memoria poética es, en el fondo, la madre de la creación lírica, de la imaginación verbal, y aun del arte literario. Sin memoria es imposible escribir, pensar, intuir y soñar.
En efecto, vemos que entre poesía y pintura hay una analogía, un vínculo entrañable, a pesar de que se diferencian en que la pintura es un arte espacial y la poesía, un arte temporal. Sin embargo, en el siglo XVIII, Lessing, en su obra Laocoonte o los límites de la pintura y la poesía, pese a que no rechazó su vínculo, sí criticó su relación absoluta entre pictura y poesis. De modo que Lessing vio una ligazón inextricable entre poesía y pintura. Por ende, no hay límites imaginativos y creativos entre pintura y poesía, pero sí límites expresivos y técnicos entre sí.
Por consiguiente, la pintura parte de un modelo, como imitación creativa, para superar y poner en crisis el espacio de la representación, en tanto la poesía parte de una lengua determinada, y tiene como desafío creativo el tiempo. La poesía se sitúa en el presente; es su única forma de temporalidad, y de ahí que sea la simbolización de un tiempo eterno: de un tiempo sin tiempo. Ambas usan técnicas diferentes, pero con una estética sensible común. Sus fines son comunes, pero sus medios son disímiles: mimesis y creación, es decir, imitación imaginaria, lúdica y fantástica de la naturaleza. De la contemplación viva y creativa a la interpretación del mundo real, en un proceso de abstracción imaginativa del espacio o del tiempo para convertir, transformar o transfigurar, en palabra o colores, signos o formas, la naturaleza de lo visto, de lo mirado o escuchado. Sintaxis visual o verbal, el cuadro pictórico y el poema conforman –o constituyen– un discurso que apunta a la hibridez, o sea, a un lenguaje híbrido. Así, se gesta o se produce una transversalidad de sus formas expresivas y una intertextualidad, en que convergen sus lenguajes. Recursos, procedimientos y técnicas pictóricas se mezclan y coexisten con los recursos, los procedimientos y las técnicas poéticas. Poesía visual y poesía verbal: poesía para ser vista y para verse, y poesía para leerse y escucharse. En ambos casos, poesía visual y verbal para descifrarse, en su simbolización y representación. El texto visual y el verbal sugieren sus símbolos, en su posibilidad de representación, para el espectador y el lector. Poesía y pintura son, en el fondo, conciliables. El poeta-pintor y el pintor-poeta viven así en habitaciones contiguas (como vivieron los pintores y poetas surrealistas), y no en relación de atracción y repulsión, como vivieron históricamente los poetas y los filósofos, en la antigüedad greco-latina y en la clasicidad.
En gran medida, vemos a la imagen como elemento o ente de mediación de lo visible y lo legible. O entre lo visible y lo invisible, lo visual y lo oral, dentro del plano iconográfico o verbal. Se produce así un corpus, que trasciende la técnica de composición del poema o del cuadro de pintura. En ambas expresiones del lenguaje artístico hay una poética: una poética visual o una poética verbal. De manera que, en efecto, se produce un vínculo indisoluble entre pintura y poesía, en un proceso en el que el pensamiento juega un rol de ente mediador: piensan –o hay pensamiento– en ambas expresiones artísticas. De ahí que, cuando vemos un cuadro de pintura, un dibujo o una pieza de escultura, pensamos: nos insta a pensar y, por tanto, conocemos y aprendemos, amén de que nos sensibilizamos y deleitamos.
Ver y oír se convierten, en el fondo, en experiencias sensibles o en una experiencia estética de la creación artística. Entre el arte de la pintura y el arte de la poesía se establece el cultivo de una búsqueda estética, que entraña la fundación o creación de un mundo visual o poético. En síntesis, entre lo verbal y lo visual media la figura retórica conocida como écfrasis o ecfrasis. Se trata de la representación verbal de una representación visual. Es decir: es pintar con palabras una imagen. El poeta interpreta la imagen verbal y el pintor, la imagen visual. Según Umberto Eco: “Cuando un texto verbal describe una obra de arte visual, la tradición clásica habla de ecfrasis”. Se produce así una intermedialidad real o imaginaria, visual o verbal. Es un recurso retórico o literario en el cual, un medio artístico, se relaciona con otro medio, y describe su forma, naturaleza y esencia. Es decir, cualquier medio artístico puede convertirse en sujeto u objeto de la écfrasis.
De modo que la relación pintura y poesía se remonta a la antigüedad y a la historia del arte y de la literatura: ha dividido los puntos de vista en relación a los defensores de la pintura o de la poesía. Por ende, los abanderados de la pintura postulan que la écfrasis en la poesía funciona como un agente parasitario de la pintura, y los abanderados de la poesía opinan que la écfrasis enriquece a la poesía. El término écfrasis es de raíz griega, y significa “afuera, decir, declamar o pronunciar”. Según Hermógenes de Tarso –el primero que habló de esta palabra–, es la “descripción extendida, detallada, vívida, que permitía presentar el objeto ante los ojos”. En 1962, el filólogo Leo Spitzer la define como: “La descripción poética de una obra de arte pictórica o escultórica”.