Escribir es una manera de leer el mundo, una forma de ver, oír, escuchar y expresar el mundo.
Escribir es atender y desatender la realidad, lo que vemos y oímos, del sujeto al objeto, y del objeto al sujeto que escribe y del sujeto que escribe al sujeto que lee.
Escribir es un viaje de los sentidos del que escribe a los sentidos del que lee.
Si escribo que una mujer está sentada en la plaza, y fíjese que escribo plaza y no parque, por la razón de que el sustantivo plaza es más preciso que parque, pueden haber muchos parques: parque de atracciones, parque de diversiones, parque duarte, parque de armas y otros tantos. Mientras el sustantivo plaza determina un espacio y un lugar con características propias y precisas, y ser preciso, es un elemento fundamental que se necesita para la expresión y la composición escrita. Según Cassany, “la expresión escrita es una de las denominadas destrezas lingüísticas, la que se refiere a la producción del lenguaje escrito, pero contiene también elementos no verbales, tales como mapas, gráficos y fórmulas matemáticas”.
Si volvemos a la situación de la mujer sentada en la plaza y deseamos convertir el hecho en expresión escrita, no como un acto de inspiración, sino como un proceso de comunicación, en donde existen códigos precisos que hay que aprehender desde la racionalidad y desde la inteligencia.
Una mujer sentada en la plaza es un hecho, un suceso que acontece, detenido en un cronotopo, como lo define Mijaíl Bajtín, filósofo ruso: es decir un sujeto u objeto en un espacio –tiempo determinado, en donde acontece la acción y se ejecuta la emisión del texto; atraparlo y convertirlo en texto escrito [texto significa etimológicamente tejido] puede convertirse en una noticia, una crónica, un reportaje, un artículo de opinión, en un informe científico, en un cuento, si se establecen personajes o se describe una acción, en imagen, en un verso o en un poema.
Una mujer sentada en la plaza, puede ser una metáfora, o un dato estadístico, una mujer sentada en la plaza puede estar esperando a un hombre, que entre tantos puede ser su amante, un ángel, un agente de la CIA, o de la Igbo, puede ser el asesino que está a punto de matarla.
Una mujer sentada en la plaza, es un hecho que se repite a cada instante, pero al expresarlo en un texto escrito se realiza una alquimia, una clonación, un duplicado, un reflejo de lo real, una realidad virtual, que vive en el lenguaje y la expresión escrita tan real como la mujer pobremente sentada en una plaza, aburrida, chata y sin gracia. Al mirarla y descubrirla, con la plena atención de los sentidos, se realiza un montaje de la atención, un enfoque de la mirada, como afirma el director de cine y escritor ruso, Andrei Tarkovsky.
Una mujer sentada en la plaza es una realidad que empieza a vivir de nuevo, convertida en texto escrito, puede convertirse en un texto narrativo, cuando la intención del emisor es contar una historia: la muchacha sentada en la plaza, esperó mil años a que volviera su amante.
O en un texto descriptivo: la muchacha sentada en la plaza, es bella a su manera, y a su manera fea; -una falda roja, acentúa el color café de su piel, y sus ojos y labios eran una mezcla de sol y sangre; en los textos expositivos, los intereses del emisor consisten en explicar funciones o conceptos; la estadísticas indican que es menor la cantidad de mujeres que se sientan en la plaza que la de los hombres; puede convertirse en un texto argumentativo, en donde la intención del emisor es convencer al receptor de algo: Una mujer en la plaza es un indicador de que una mujer está sola y demanda compañía, una mujer en la plaza es una declaración de resistencia, un pequeño discurso, un basta ya, un pedirle a la ciudad, al país y al mundo que ¡por favor la dejen tranquila¡.
Escribir es concretar volver real lo irreal, afirmaba Martí: (hacer llorar, sollozar increpar, castigar, crujir la lengua, domada por el pensamiento, como la silla cuando la monta el jinete, eso entiendo yo por escribir) concluye Martí.
Escribir es crear, dar vida, en donde lo invisible se va volviendo visible, y a las piedras les nacen alas y una mujer sentada en la plaza, al momento de yo escribirla y de usted cuando la lee, empieza a respirar y a vivir por siempre entre nosotros.