«La carretera está muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida. El sol la mató; el sol de acero, de tan candente al rojo, un rojo que se hizo blanco. Tornose luego transparente el acero blanco, y sigue ahí, sobre el lomo de la carretera». Así comienza La mujer, cuento icónico de Juan Bosch (1909 – 2001), voz fundacional de nuestra cuentística, y pieza narrativa en la cual comienza a dar muestra de dos características fundamentales en su obra narrativa posterior: la capacidad de «ver» a su alrededor para contar la vida de gente común y el uso de un lenguaje poético para construir historias sencillas, quizás insignificantes, pero a las que, con maestría, convirtió en textos memorables de la narrativa dominicana.

La mujer, publicado en 1932 en la revista Bahoruco, y luego incluido en Camino real (1933), es un espejo en el cual vemos uno de los males mayores de nuestra existencia: el maltrato a nuestras mujeres y el machismo que lo genera. Es, pues, este cuento un reflejo de lo que no debemos seguir siendo como sociedad.

Bosch, cuyos cuentos son a veces calificados, de manera peyorativa, como sencillos, construye imágenes metafóricas bellísimas para mostrar una realidad que no es agradable. Funciona este recurso para bajarle un poco de amargura a estas historias que, casi siempre, retratan a personajes que sobreviven en un mundo rural lleno de miseria, de violencia, de carencias.

La mujer, en obra de Alexa Masucci.

Una muestra de esto es como describe a la carretera, como vemos en ese primer párrafo citado al inicio, y también como describe el paraje que es escenario de esta historia:

«También hay bohíos, casi todos bajos y hechos con barro. Algunos están pintados de blanco y no se ven bajo el sol. Sólo se destaca el techo grueso, seco, ansioso de quemarse día a día. Las cañas dieron esas techumbres por las que nunca rueda agua».

Bosch, como si fuera una cámara fotográfica, muestra esa violencia ejercida por el hombre contra la mujer, por cualquier «quítame esta paja», no juzga a sus personajes, solo muestra:

«Todo fue porque la mujer no vendió la leche de cabra, como él se lo mandara; al volver de las lomas, cuatro días después, no halló el dinero. Ella contó que se había cortado la leche; la verdad es que la bebió el niño. Prefirió no tener unas monedas a que la criatura sufriera hambre tanto tiempo».

Sin duda, una escena conmovedora es cuando el niño se aferra al padre, intentando parar la violencia ejercida contra su madre:

«El niño se agarraba a las piernas de su papá, no sabía hablar aún y pretendía evitarlo. Él veía la mujer sangrando por la nariz. La sangre no le daba miedo, no, solamente deseos de llorar, de gritar mucho. De seguro mamá moriría si seguía sangrando».

Tenemos aquí el testimonio de que ese flagelo que acaba con nuestras mujeres no es nuevo. Es este cuento, debe ser, una herramienta reflexiva (en la casa, en la escuela, en los talleres literarios) para que como sociedad busquemos una solución a esta problemática social.

 

Luis Reynaldo Pérez en Acento.com.do