Muerte en la playa nos convida a conocer la truculenta historia de un narco dominicano que huye al país con una nueva identidad.
Los últimos días de Orlando Soto Lara, el personaje cuya vida hilvana el relato, van como una tragedia griega a un fin prefigurado desde el mismo título. Es, como aquella novela de García Márquez, la crónica de una muerte anunciada.
El relato es fatalista, hay un karma implícito, una secreta búsqueda de la redención vía el martirio, algo que es parte tanto de nuestra herencia mozárabe como de la tradición judeocristiana.
De alguna manera fue un fin buscado. Y como sabemos, hay mucho de ese comportamiento en esa otra ficción que llamamos realidad. La persecución del castigo que se teme y a la vez se provoca, se anhela secretamente: el pago del pecado.
El punto de vista salta de ese narrador omnisciente que cuenta y el personaje que asume la relación de lo que le va sucediendo. Ese juego del punto de vista mantiene el flujo de la trama, moviéndonos hacia la culminación que se nos va delineando en sucesos muy puntuales, como esa llegada de “dos individuos que tenían pinta de puertorriqueños o cubanos, preguntando si se había alojado en le Hotel, un tal Orlando Soto Lara”, hasta que todo culmina en Las Terrenas, el paraíso soleado con su playa de cristal azulado, en que lo presentido ocurre y se cierra el ciclo.
Los rostros interminables de Eva Perdomo es una exploración nueva vez de la incapacidad de alcanzar la plenitud del amor en la relación con una mujer, algo que emerge en varios de los cuentos de este volumen.
La mujer en Manuel manifiesta un carácter, una voluntad de ser, una identidad propia, que colisiona con la cultura de dominación y subordinación propia de los patrones culturales machistas que proliferan en la sociedad dominicana.
Eva Perdomo es una amante, una mujer que acepta ser segunda ocasional de alguien. Y esa relación mediada por la ventaja económica, una especie de prostitución enmascarada, genera una duplicidad entre una parte que se acomoda y otra que se rebela. Ese drama es narrado tanto desde el personaje como desde un narrador externo, que intercambia con el personaje la voz narrativa.
Eva, que se somete al juego, a su vez, y por sus medios, busca también realizarse, encontrar una relación con sentido y valor para ella.
El personaje la posee vive sus propias contradicciones, que afloran desde el primer párrafo: “Cuando Eva me comunicó que se hallaba embarazada de otro hombre…”, ese hecho lo asume como una afrenta personal, como un fracaso íntimo.
El personaje habla de decepciones, de heridas, porque en todo lo asume desde él, desde sus propios intereses, afectos y prejuicios. Ella no cuenta, es simplemente un objeto de su lascivia y de su dominación.
Casado, no puede brindarle un espacio propio. Tampoco permite que lo tenga con otro. Cuando intenta reaccionar y abandona a su familia por su amante, ya es tarde.
Y Eva, escapa más de una vez a su control y se embaraza de otro, de Víctor, en más de una ocasión. Huye. Rompe el doble triángulo.
Triunfa donde su dominador fracasa y se derrumba.
Amor cuerdo no es amor es otro enfoque de la relación que sólo se siente realizado en la infidelidad, en la búsqueda de una relación alterna.
En una prosa sensorial, explícita en su descripción de los ardores apasionados de dos cincuentones que rememoran una vieja atracción, Núñez vuelve a plantear la hipocresía que subyace a las relaciones formales y el impulso ciego a arriesgar todo por un momento de lujuria.
De nuevo es un hombre el que narra su desvarío, a pesar de su posición social, de tener un rol en la iglesia católica,
La ciudad brinda el trasfondo de estas vidas vencidas. Manuel describe no sólo los cuerpos sino la ciudad, sus lugares. Santo Domingo es el marco donde estas vidas inventadas se mueven. Hay un placer de enumerar los lugares y las copiosas comidas, las bebidas, tanto como en hablar de los juegos amorosos y las pasiones.
Uno de los ejercicios narrativos más complejos por la variedad de puntos de vista que se aplican, es El amor desenterrado de Federico.
Este relato, difícil por su estructura y sus cambios de puntos de vista, combina la narración epistolar, las cartas de dos personas, una de ellas muerta, con el ejercicio de recreación de la viuda del difunto y el narrador omnisciente que cuenta la circunstancia.
Como en todos los relatos vistos hasta ahora, la doble vida, la infidelidad, está en la base del relato.
Asunción, la escritora en agraz, descubre por accidente, ya viuda, la otra vida de su marido y su amante, sus cartas en que explayaban su amor, escondidas a plena vista en la oficina de trabajo del esposo, en su propia casa.
Y a partir de esas cartas y de su decepción y su frustración, saca el coraje de inventar la posible historia de ese romance.
El punto de vista de la esposa traicionada entra en conflicto con la creciente comprensión de la mujer que narra esta relación prohibida entre quien fue su pareja y esa amante que desconocía que existiera.
Tiene que inventar como en una catarsis esa relación, esos encuentros, ventilar sus heridas y exhibir las laceraciones de su corazón que, por algún motivo, empieza a simpatizar con esos dos personajes que va conociendo a través de sus cartas y de alguna manera, entendiendo.
Al final, la conclusión de que aquel prohombre al que juzgó superior, que obtuvo reconocimientos y agasajos incluso cuando murió desde el Estado y la academia, no era más que otro hombre común y corriente.