Nunca olvidaré una noche mientras cenaba. Sobre la mesa, cayó una salamandra o “salamanqueja”, como decíamos los muchachos de entonces. Venía del techo donde cazaba unas maripositas que revoloteaban en torno de la bombilla encendida. Me paré de la silla, pero ese animalito no se movió, se quedó sobre el mantel con sus ojos como si me vieran. En seguida se me ocurrió mirar hacia el techo. Allí estaba su compañero, muy cerca de la luz. No sabrán nunca cuantos pensamientos cruzaron veloces por mi mente; cuántas comparaciones, imágenes y abstracciones pude compilar en esos segundos. Como si vinieran en efluvios esos fantasmas de la imaginación, se apersonaron, cerraron el paso al deseo de seguir cenando y me asaltaron vilmente los espacios sensibles que habitan en mí. Ahora, no sé si esa salamandra me despertó los inframundos, las pasiones híspidas, las ganas de protestar, las venganzas, la rabia insidiosa de un rebelde juvenil, incubada en los doce años del balaguerato. Bueno, no sé. Perdonen, pero esta vez la verdad no lo sé.
Empiezo de esa manera para decir que uno de los poemas más difundidos de Joaquín Balaguer es “Lucía”, y se conoce como una “canción criolla” aunque el etnomusicólogo Julio César Paulino rechaza esa versión diciendo que solo se trata de un poema. Las siguientes reflexiones giran sobre el texto de la composición aludida. Las referencias dicen que su autor se inspiró en una hermosa mujer de la sociedad puertoplateña. Algunos pensarán, lo mismo que yo, que ésta debió ser una mujer sin igual, que su belleza trascendía los espacios de la metáfora más alta del sentir poético. Tanto que fue capaz de mover las liras internas de un hombre como Balaguer para producir esos versos de tan hondo lirismo. Era tan “leve y tan sublime” que no tenía “más peso que una flor”. No sólo eso, “en una flor debió de haber nacido”.
Independientemente de que este poema se circunscribe a una época donde lirismo poético en la República Dominicana estaba en un buen momento, y que la trascendencia en el tiempo de estos versos siempre es objeto de cuestionamiento por algunos, no es menos cierto que pocas veces en la poesía dominicana se encuentren grados de alta sensibilidad como lo expresado por Balaguer en este poema. ¡Claro! Con todo el respeto al poema “Gólgota Rosa” de Fabio Fiallo y quizás otro que el lector podrá señalar con acierto pero que en definitiva son pocos.
Trayendo algunas ideas, el fenómeno de desrealización suele definirse como una alteración de la percepción de la experiencia del mundo exterior del individuo de forma que este se presenta como extraño o irreal.
Desde mis primeros balbuceos en la literatura dominicana, admito que me gustó más “Gólgota Rosa” que “Lucía”, pero ¡qué bonito es “Lucía”! No quiero hacer comparaciones, esta vez sólo expreso mis preferencias.
Ahora bien, traeré al tapete el término de “desrealización” que muy bien se trata en el libro “Raíces Psicológicas de la Poesía” (1978) del doctor Arístides Estrada Torres, del cual tomaré algunas pautas.
Realicé estudios exploratorios sobre el término en los campos de la psicología y encontré que estaba asociado a la de despersonalización y me abrumaron tantas teorías de expertos que opinaban sobre la misma. Trayendo algunas ideas, el fenómeno de desrealización suele definirse como una alteración de la percepción de la experiencia del mundo exterior del individuo de forma que este se presenta como extraño o irreal.
Veamos lo que dice el doctor Arístides Estrada Torres en el libro citado: “La desrealización consiste en quitar relieves duros a las personas o las cosas. No es igual que ficción, porque ésta tiene como fin inventar acciones, cosas o personajes que no existen, ni tampoco es ilusión, que más bien nos lleva a tomar las apariencias por realidades, sino que es la función mental o psicológica que contribuye a recoger ciertas características agradables de un objeto, persona o acción, olvidando las que sean hirientes o repulsivas, haciendo una creación nueva y agradable”, (1978).
Por ejemplo, si usted observa una pintura como la del pintor dominicano Dionisio Blanco donde muestra a unas obreras agrícolas sembrando arroz en pleno sol, metidas en las aguas y tapadas con sombreros. La belleza del cuadro suele ser apreciada con placer estético por el que lo observa. Seguro se deleitará y hasta podría exclamar “¡Qué bella pintura!”. Ese observador dejará volar su imaginación por los colores hermosos con tonos tropicales, por la belleza del paisaje, por la maestría con que el pintor hizo los trazos… Podría sentir un placer y dar gracias a Dios por la maravilla del arte, según los grados de sensibilidad y devoción que posea, y la capacidad de apreciación de la obra. Lo mismo pasaría cuando se observa la pintura de Salvador Dalí “El Cristo de San Juan de la Cruz”, la belleza de ese cuadro trasciende la sensibilidad de cualquiera. Se observa a un Jesús crucificado con la cabeza hacia abajo sobre un plano infinito que se abre a sus pies.
En el primer ejemplo, muy difícil el observador piense en la hora en que estas trabajadoras agrícolas sembraban el arroz. Debía ser la una de la tarde, con ese sol lacerante y aterrador, que calcinaba la piel por las temperaturas que se registran a esa hora en los países tropicales. Nadie se atrevería a pensar en el hambre que estarían pasando esos obreros, seguramente mal desayunados porque a esa tarea no se dedican los ricos, sino la gente pobre que solo trabaja en el día para comer en la noche. Nadie jamás pensaría que a lo mejor esos agricultores tenían los pies llenos de llagas dentro de esas botas.
Hay una percepción de la obra que necesariamente no obedece a la realidad de los sujetos y los objetos presentados en la pintura. Eso no es subrealidad de donde viene el término surrealismo. Ese fenómeno de percepción se denomina “desrealización” y yo le agrego la palabra “artística”, o sea “desrealización artística”, para el caso de las pinturas antes descritas.
El autor es escritor y educador
Domingo 19 de marzo de 2023