Bajo el amparo del Programa de Mecenazgo del Ministerio de Cultura, comenzamos a impartir el Taller de Lectura Eficiente y Aprendizaje Acelerado que propusimos y fue aceptado. Hicimos el primer programa con miembros de la Dirección de Mecenazgo, encabezados por su director Henry Mercedes Vales, y con gestores culturales que aceptaron participar. Y en este artículo vamos a revisar esa experiencia, que pretendemos replicar y convertir en un medio de promover la lectura eficiente para movernos hacia una nación que lee, que es el objetivo mayor del Centro PEN RD para nuestra población en la actualidad.
Leer, al igual que escribir y el cálculo matemático, son competencias culturales. No son innatas. No son naturales. Fueron producidas por los humanos como respuestas a las realidades que surgieron con la revolución agrícola que nos permitió crear la civilización y nos arrancó de la vida nómada y de sobrevivencia en que vegetábamos.
Al descubrir y emplear la agricultura y la domesticación, ambos logros frutos del ingenio femenino, ya que los hombres mayormente andaban de cacería, ausentes durante días del grupo tribal, pudimos como especie asentarnos, crear ciudades, producir nuestros propios alimentos y, por igual, crear excedentes.
Y para gestionar esa tribu ampliada y las nuevas circunstancias que se generaba con ella, se creó el Estado, el ejército, las ciudades amuralladas y los almacenes donde guardar el excedente de las cosechas.
Por igual, la existencia de excedentes dio origen al comercio.
De allí la necesidad de registrar de un modo permanente el número (cantidad) y el tipo (calidad) del bien.
La escritura y la lectura, al igual que el cálculo, provienen de la contabilidad. Y permitieron el desarrollo de la ciencia. Lectura, escritura, cálculo y ciencia son hijos de la civilización (palabra que viene del latín civitas = ciudad). Su dominio indica que se es una persona civilizada. De ahí que enseñar a leer, escribir, calcular y tener nociones de ciencia y el método científico es civilizar, habilitar a un individuo para poder desempeñarse en nuestra sociedad.
La decadencia en la comprensión lectora
Hay, en nuestro continente, una desmejoría notable en la comprensión lectora. Y las deficiencias en comprensión lectora influyen en una decadencia de las competencias de cálculo y en ciencias, con un sobrecrecimiento de la incapacidad de discernir, la credulidad (que permite tantas estafas, explotando la incapacidad de razonar y ser escéptica de las personas, a las que venden humo y engañan con promesas de riqueza fácil), las creencias mágicas, la superstición, el dar crédito a las falsedades más estrambóticas, el amplificar hoaxs y bulos de todo pelaje, el reproducir mentiras gratas y el desdén por el análisis, la ponderación cuidadosa y el juicio equilibrado.
No es simplemente falta de comprensión de lo que se lee, es todo lo que anida debajo de ello. Si no comprendemos lo que se lee, somos analfabetos funcionales. Y, aunque no lo entendamos, en esa categoría caen decenas de miles de profesionales y millones de ciudadanos en nuestro país, algo que no se ha cuantificado en su gravedad y en sus perjudiciales consecuencias.
Para que nos hagamos una idea, un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, del 2018 establecía que solo el 5% de los profesionales chilenos entendía lo que leía (lo que significa un 95% con serios problemas de comprensión lectora).
Veamos más datos alarmantes.
El Observatorio de Argentinos por la Educación publicó en el 2023 un informe en que afirmó que el 46 % de alumnos en Argentina no alcanza el nivel mínimo de compresión lectora.
En un reportaje del periódico La Nación, Argentina, aparece lo siguiente:
“En un aula, el 85% de los estudiantes no tienen comprensión lectora de manera autónoma”, sostuvo Débora Benítez, maestra titular de cuarto grado de una escuela pública del municipio de Tigre. “Los estudiantes entre tercero y sexto grado no comprenden lo que leen. Necesitan que la docente realice una lectura previa y luego una lectura grupal”, sumó.
El asunto es, ¿qué sucede cuando también el mismo profesor o los padres tampoco entienden lo que leen? ¿Cómo puede ayudar a elevar el nivel de comprensión de un niño o adolescente un profesor o un padre que tampoco entiende lo que lee?
Si entendemos lo que acabo de decir, veremos la gravedad del caso.
¿Cómo usted sabe que entiende lo que lee?
Todos creemos entender. Todos creemos tener un grado suficiente de comprensión lectora. Es el Efecto Dunning-Kruger, en realidad; el sesgo cognitivo que se produce cuando una persona sobreestima sus conocimientos y habilidades en un área determinada.
El asunto es: ¿Quién nos dio una estrategia eficiente de comprensión?
Para ser más explícito: cuando una persona entiende mal una información, para ella, en su apreciación subjetiva, la entendió bien. Es la base de los malentendidos. Todo el mundo cree tener la razón y la verdad, y en función de su entendimiento descalifica y en ocasiones agrede verbalmente o moteja a quienes tienen otro entendimiento y otra percepción.
En el Taller de Lectura Eficiente y Aprendizaje Acelerado trabajamos una estrategia eficiente de comprensión lectora con una serie de acciones que se aplica al material leído. Eso asegura no solo la real comprensión del material, sino también su asimilación e integración. Es un acto de lectura y aprendizaje activos mediante una serie de operaciones intelectuales. Es, como explicamos, un trabajo intelectual.
Aquí la comprensión no es una suposición, no es algo subjetivo, una creencia personal de que se entiende, sino el resultado de operaciones puntuales a nivel intelectual para cerrar el ciclo de comunicación, extraer las ideas claves, someter el enunciado a una parrilla de indagación, resumir lo expresado y contrastar con otros lo entendido para completar y enriquecer la comprensión.
Es un proceso intelectual con pasos específicos, no una percepción subjetiva. Una cosa es que yo crea que entiendo y otra que yo compruebe que entiendo. Para lo segundo hay que tener un procedimiento validado y aplicarlo.
Entender no es repetir lo que se leyó
Predomina en nuestra cultura la idea de que, si se repite lo que se leyó, se entendió lo leído. No es así. Repetir no es comprender. De ser así, las grabadoras serían las campeonas del entendimiento.
De hecho, comprender va más allá de lo que el mismo autor del enunciado original propone, porque no se lee desde la nada, sino desde una cultura, un saber, unas experiencias, unas expectativas, unos propósitos e intereses. Y el lector puede no solo entender lo que el autor dice. Debe ir más allá. A través de las inferencias, deducciones e inducciones, y de la lectura crítica, puede entender también lo que el autor se salta, lo que deja implícito, aquello a lo que muestra ceguera, la agenda, intereses y propósitos del expositor. Entender trasciende la simple expresión de lo que quien escribió manifestó.
Hay que distinguir los distintos tipos de contenidos que podemos encontrar en un texto. Esos tipos de contenidos, como hemos escrito en otros artículos, refiriéndonos a los siete tesoros a encontrar en un libro, son:
- Conceptos
- Teorías
- Procedimientos
- Datos y hechos
- Ejemplos e historias de apoyo
- Creencias y opiniones y
- Cuadros y esquemas.
Y entender por igual que todo escrito es histórico, se corresponde a un tiempo, un momento, unas circunstancias. No es una verdad intemporal. Hay que situarlo, pensarlo y contextualizarlo en su época.
Por qué la velocidad lectora importa
Los lectores lentos terminan por no leer. Se distraen, porque el cerebro es capaz de leer a una velocidad impresionante y se aburre. Además, carecen de una estrategia de lectura eficaz.
La lectura lenta e ineficiente está vinculada a la baja comprensión. Como puede comprobar todo lector al inicio de un entrenamiento en lectura eficiente, a mayor velocidad, mejor comprensión.
De hecho, aprenden desde el inicio a superar los tres principales errores al leer: la lectura silábica, la subvocalización y el regresar a leer lo ya leído, que sabotean el proceso de lectura.
¿Qué impacto tiene la velocidad lectora para un lector eficiente? Al distinguir los cuatro tipos de contenidos en el libro que lee, cuando realiza la codificación en colores (técnica de la que ya hemos escrito aquí en Acento en otros artículos), el lector eficiente modula la velocidad según dos parámetros: conocimiento del tema y relevancia al propósito del lector. Esos parámetros determinarán qué tan rápido o lento irá. Un lector ineficiente lee todo al mismo ritmo, lento y tedioso, tenga o no conocimiento de lo que lee, sea relevante o no a sus propósitos. Un auténtico disparate y un desperdicio de tiempo.
¿Cuánto tiempo toma leer un libro? Hay una fórmula para determinarlo:
PPR x NRP x CP = X ÷PPM = CM ÷ 60 = TT
PPR= palabras por renglón
NRP= Número de renglones en una página
CP = Cantidad de páginas.
X = Cifra resultante.
Eso nos daría un promedio aproximado de cantidad de palabras en un libro. Al dividirlo entre el PPM (palabras por minuto) del lector, nos daría el CM (Cantidad de minutos) que se tomaría. Y si esa cantidad la dividimos entre 60, que es la cantidad de minutos en una hora, nos daría el TT (tiempo total) en horas y minutos que se llevaría leer ese libro.
Ilustrémoslo con un ejemplo.
Tomemos un libro de 200 páginas, que tiene un promedio de 13 palabras por renglón y 30 renglones por página, para un lector que lee a 150 PPM (palabras por minuto).
PPM= 13 x NRP = 30 x CP = 200 nos da un total de 78,000 palabras.
Si la persona que lee lo hace a un promedio de 150 palabras por minuto, dividimos 78,000 ÷150 =520 minutos. Esa es la cantidad de minutos que le tomaría leer ese libro. Si dividimos 520 entre 60, eso nos da 8,6 horas de lectura corrida.
Ahora veamos, qué sucede si la misma persona es capaz de leer a un promedio de velocidad de 1,000 palabras por minuto el mismo libro.
13 x 30 x 200 = 78,000 ÷ 1,000 = 78 minutos ÷60 = una hora y 18 minutos.
Bajar el tiempo total de lectura de más de ocho horas a una hora y cuarto aproximado es salir del marasmo lector, en que los libros parecen interminables y se amontonan sin haberlos concluidos, a la lectura eficiente en que podemos leer varios libros a la semana con grandísima satisfacción.
¿Será que se nota la diferencia en rendimiento lector?
Una muestra de resultados alcanzados
Normalmente un taller de lectura eficiente suele impartirse en 9 meses. Hemos desarrollado un modelo exprés en que aplicamos una metodología híbrida (virtual y presencial) para unas 20 horas de capacitación en vivo y otras tantas virtual, más los tiempos de práctica que cada participante debe dedicar a dominar y lograr las destrezas lectoras clave.
En el caso del programa impartido para la Dirección de Mecenazgo, tanto personal de esa Dirección como gestores culturales interesados, lo hicimos en 4 sesiones de 3 horas cada una. 12 horas en total. Y ahora veremos algunos resultados tanto en velocidad lectora como en comprensión.
Francisco comenzó con 150 PPM y a la séptima práctica subió a 580 PPM, lo que es un aumento de 400% en velocidad, con más de un 80% de comprensión y retención. Sherlyn empezó con 306 PPM y terminó con 579 PPM con una comprensión y retención del 100%. Laura comenzó con 82 PPM y terminó con 457 PPM, más de un 400% de avance, y en comprensión y retención, pasó de mediocre (3) a excelente (5), un avance impresionante. Leonela empezó con 185 PPM y un 4 (bueno) en comprensión y retención, a 578 PPM y un 5 (excelente) en comprensión y retención.
Son una pequeña muestra de resultados. Todos fueron retados a practicar para ascender a 1,000 PPM con 5 (excelente) en comprensión y retención.
Alcanzar esa meta los convertiría en lectores eficientes. Y con las técnicas aprendidas, con son muchas, no tendrían ningún problema en adquirir el conocimiento que se propongan. Estarían calificados en aprendizaje eficiente. Serían imparables.
Movernos hacia una nación que lee
La lectura eficiente es, como bien la definió Jonathan A. Levi, la única destreza que cuenta (The only skill that matter), en su libro del mismo título. Tener la capacidad de leer con eficiencia y ser un súper aprendedor (super learner) es la única competencia que necesitamos. Lo demás es aplicar esas capacidades al tema o área que nos interese dominar.
El taller se concentra en habilitar esas destrezas y capacidades en los participantes.
Nuestro mayor problema es la inconsciencia de que tenemos competencias lectoras eficientes.
Creemos que, por haber sido alfabetizados, sabemos leer.
Es tan fatuo como creernos que, por hablar en español, tenemos competencia para desempeñarnos como locutores y/u oradores, sin recibir entrenamiento alguno.
O que, por tener vista, brazos y piernas, tenemos las competencias para conducir un vehículo sin entrenamiento previo.
Lo cierto es que, si no hemos recibido entrenamiento en lectura eficiente, somos lectores empíricos, ineficientes.
Por igual en el manejo de las capacidades de nuestro cerebro.
Todos tenemos, por lo general, un cerebro extraordinario, pero ¿cuándo nos entrenaron en cómo usarlo? ¿Cuándo nos enseñaron a recordar con eficiencia?
Cuando vemos lo que el taller produce en quienes lo toman, nos sentimos más que regocijados.
Los participantes recuperan la fe y la confianza en sí mismos.
Se sienten seguros de que pueden aprender el tema que sea, que tienen estrategias para dominarlo y capacidad de pasar de novatos a expertos de manera acelerada.
Todos llegamos al mundo a brillar, a aportar, a dejar una huella y un legado.
Todos traemos talentos, capacidades, condiciones y dones extraordinarios. Somos, en buena medida, un regalo único e irrepetible.
Algunos lo logran: Bach, Beethoven, Mozart, Homero, Virgilio, Confucio, Aristóteles, Platón, Moliere, Shakespeare, Cervantes…
La mayoría se quedan como un proyecto en ciernes, y terminan como un desperdicio vital, pasan sin pena ni gloria. Vegetaron, no vivieron.
Nuestros cementerios son una dolorosa expresión de ese desperdicio, muertos anónimos que poco a nada aportaron a su paso por la vida.
Y sé que estaban llamados a la grandeza.
Nadie les proporcionó los medios y le despertó la conciencia de su razón de existir.
La idea con el taller es proveer de ambos recursos a los participantes.