En el municipio de Guerra, un niño jugaba y trataba de llamar mi atención y la de otros adultos. Lo miré, empezamos a hablar, junto a quienes en ese momento le cuidaban. El chico era de palabra fácil para su edad, unos ocho años, y su conversación reflejaba agudeza y soltura.

Me contaba con detalle muchos aspectos de la vida de su comunidad: de la caña, de sus padres, de la familia extendida y de su escuela. Le dije: “¡Qué niño tan lindo y tan inteligente!”, y lo que pasó a continuación me rompió el corazón.

El pequeño me miró con seriedad y dijo: “No soy lindo, soy moreno”. Para romper el hielo, respondí, “pero yo también soy morena y soy linda, ¿qué te pasa? Los dos somos lindos”. Honestamente esperaba que sonriera, pero no sonrío.  “Usted no es morena”, sentenció.

Y lo entendí. Sí, aunque los dos somos negros, el tono algo más claro de mi piel marca una diferencia en la forma en la que somos percibidos en nuestras propias comunidades. Y ya él lo sabe, nos sabe distintos. Intuye que tengo privilegios, y que mi vida es, en general, mejor que la suya y que la de otros “morenos” como él.

Miré a los adultos que estaban con el niño para que reaccionaran, porque pensé que quizás esa era una conversación que él debería tener con sus padres o con algún maestro que le hablara de su identidad, le ayudara a aceptarse a sí mismo, y a entender el tema racial, acorde a su edad, porque es un niño muy despierto, y no con una extraña.

La diversidad da sazón a la vida, nadie es más ni menos dominicano por ser blanco o negro, ni por ser de origen chino, árabe, del Caribe anglófono ni de ningún lugar.

Como nadie reaccionó, repliqué: “¡Pues mira que sí, eres lindo, yo tuve un novio con la piel negra, así tan bonita como la tuya, era profesor en la universidad! ¿Qué quieres ser cuándo crezcas?” Y me dijo que militar.  “Ahh bueno, serás un militar muy honrado, muy bueno, y también puedes ir a la universidad, muchos militares van a la universidad o hacen cursos técnicos”, comenté para cerrar la conversación.

Y dijo que sí. Luego seguimos hablando de su escuela, sus profesores, los campos de caña que ha visto…

Entre tanto, yo reflexionaba sobre la profundidad del endorracismo y del colorismo en nuestro país, tan grandes que han marcado la percepción de un niño con tanta dureza.

El colorismo crea divisiones entre nosotros: la gente de clase trabajadora, negra y/o empobrecida ( y sí, si eres de “clase media” y necesitas un sueldo para sobrevivir, puedes incluirte en este grupo). Pensé en la trampa política de enfatizar tanto la idea del mestizaje/mulataje entendido desde el pensamiento colonial; y no en nuestra afro descendencia, en la negritud de la mayoría, y en la mezcla con gente de tantos lugares del mundo, independientemente de los distintos y hermosos colores de piel que tenemos.

Sí, somos una sociedad diversa, y todos los grupos humanos de algún modo lo son. La diversidad da sazón a la vida, nadie es más ni menos dominicano por ser blanco o negro, ni por ser de origen chino, árabe, del Caribe anglófono ni de ningún lugar. Aquí estamos y cabemos todos, en este pedacito de tierra insular con toques universales.  Pero creo que la riqueza de nuestra diversidad no está tanto en nuestros tonos de piel, como en las subculturas regionales, las músicas y artesanías, los acentos, las gastronomías, los saberes acumulados y las historias familiares llenas de inmigrantes y emigrantes.

El colorismo nos lastima. Un poco más de privilegio para una piel más clara nos desvía del problema central: a todas las personas negras nos afecta el racismo y con mucha frecuencia también el clasismo, y debemos enfrentarlo.

Pero sí, también necesitamos ser responsables y honestos unos con otros y reconocer que no somos discriminados de la misma manera. ¿A quién vamos a engañar? A la mamá de mi pequeño amigo, de piel tan oscura como él, la discriminarán más que a mí en distintos espacios de trabajo o diversión. A mis amigos de piel más clara que la mía los tratan mejor en ciertos espacios y a los de piel más oscura, pues peor.

El colorismo se hace presente incluso en nuestras propias familias, entonces el niño de piel más oscura se siente “menos bonito”. El colonialismo y el neocolonialismo todavía nos dañan, y lo que más destruyen es la relación entre nosotros mismos para construir comunidades fuertes. El poder siempre tiene herramientas para dividir a quienes oprime o explota. Es responsabilidad de los que tenemos algún privilegio identificarlo y no usarlo en contra de nuestra propia gente.

Identificar el problema histórico y estas prácticas en nuestras comunidades es clave para liberarnos, acercarnos, trabajar juntos de una mejor manera, recuperar la confianza en nosotros mismos y en los demás.

Un niño de una comunidad rica en cultura y en expresiones artísticas como Guerra, no se siente cómodo en su propia piel. Ha heredado nuestros miedos, traumas y prejuicios. Parar esta cadena que nos atraviesa generación tras generación requiere educarnos mejor sobre nuestra propia historia y cultura en escuelas, medios de comunicación, espacios comunitarios; y por supuesto, asumir que debemos difundir y explicar más y mejor los derechos humanos, sociales y culturales que nos corresponden.

Así, quizás este niño pueda verse libre, sentirse lindo y saber que también puede ser ingeniero, escritor, médico, programador, artista o un científico que estudie el cambio climático, que el mundo también es suyo.