Ahora comprendo por qué tantos autores le han dedicado tanto tiempo a los estudios sobre Pedro Henríquez Ureña.
Cada diez años, durante cuatro decenios, el colombiano Rafael Gutiérrez Girardot le dedicaba un gran ensayo o una reseña, concluyendo su obra con una magna compilación, hecha junto a Ángel Rama: “Utopía de América”, publicada por la mítica editorial venezolana Ayacucho, en 1989.
Emilio Carrilla no sólo fue su estudiante en La Plata, sino que fue el gran promotor de su nombre en aquellos años tan duros de los 50 hasta los 80.
Otro argentino, Arturo Roggiano escribió “Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos” (1961). Entre sus asistentes de investigación en aquel México de finales de los 60 tuvo a un joven periodista dominicano exiliado, Juan Bolívar Díaz. Producto de esos cerca de veinte años de investigación fue el libro “Pedro Henríquez Ureña en México”, publicado en 1989, dos años antes de su muerte.
Tal vez el más emotivo de todos lo fue el cardiólogo René Favaloro, que según Wikipedia, ha sido “reconocido mundialmente por haber desarrollado el baipás coronario con empleo de la vena safena magna”. Sobre esta eminencia argentina nos cuenta el doctor Roberto Fernández de Castro Tezanos una historia curiosa. En uno de esos habituales congresos de cardiología conoció al Dr. Favaloro, quien al saber que era dominicano, le hizo un aparte. Le contó que cuando niño fue estudiante en La Plata de Pedro Henríquez Ureña; que quería agradecerle de algún modo por aquellos años de infancia. Por su parte, Fernández de Castro no cejaba en sus intentos de hacer que Favaloro visitara el país dominicano. Al siguiente congreso aceptó su propuesta, sólo con la condición de que él quería hablar en Santo Domingo sobre inolvidable maestro dominicano. A Fernández de Castro se le ocurrió conversar con el rector de la UNPHU, de manera que el pódium ya estaba listo. A Favoloro no sólo se le recibió como un héroe en Santo Domingo, sino que meses después comenzaría con la investigación y redacción de lo que sería su último libro: “Don Pedro y la Educación”, publicado justamente en 1994, a los 110 de años de nacimiento del dominicano.
Agradecimiento, diálogo, alegría, belleza, aprendizaje: hay toda una constelación de elementos motivantes en lo relacionado con Pedro y su familia, una sensación de que siempre, una página será como el acceso a espacios encantados. Dentro de esas chispas mágicas que te da la investigación, ahora comparto una muy especial: un fragmento de un manuscrito de Salomé Ureña: del poema “A mi Pedro”, tal vez uno de los textos más recitados y aprendidos de memoria en el país dominicano.
Lo más tierno de papel ya tan frágil son cuatro palabras al final: “Está complacido mi hijo”. Obsesivo desde pequeño con la noción de archivo, de papelería, Pedro le debió haber pedido a su madre que le copiara el poema, aunque se lo supiera de memoria. Aquí la transcripción del resto que nos queda:
busca la luz, como el insecto alado,
y en sus fulgores a inundarse acude.
Amante de la Patria, y entusiasta,
el escudo conoce, en él se huelga,
y de una caña que transforma en asta
el cruzado pendón trémulo cuelga.
Así es mi Pedro, generoso y bueno,
todo lo grande le merece culto.
Entre el ruido del mundo irá sereno,
que lleva de virtud germen oculto.
Cuando sacude su infantil cabeza
el pensamiento que le infunde brío,
estalla en bendiciones mi terneza
y digo al porvenir: ¡Te lo confío!
Este fragmento encontré en el archivo de Pedro Henríquez Ureña que conserva el Colegio de México.
Por ahí estuve el 20 y 21 de marzo del 2024, participando de la conferencia “Los Henríquez Ureña y la Constelación Americana”, que organizaba la Cátedra Extraordinaria de Estudios Latinoamericanos y del Caribe "Pedro Henríquez Ureña". Gracias a la generosidad del Dr. Sergio Ugalde Quintana, y con el apoyo del académico Rafael Mondragón, recibí una invitación que originalmente sería para cinco días de estancia. No pude resistir a la tentación de pedir que me prorrogaran la estancia, de manera que pudiera seguir un trabajo de investigación que había comenzado hacía… ¡once años! El único problema fueron los recursos para semejante estancia de ¡quince días!, entre Ciudad México, Veracruz y Cuernavaca. Por suerte que aparecieron manos más que bondadosas: José del Castillo, Héctor José Rizek, Olivo Rodríguez Huertas, Rosalina Perdomo, Santiago Rodríguez y Soraya Carrón Vicioso, entre otros, me apoyaron en esta empresa de investigación.
En la agenda mexicana se me quedaron algunas bibliotecas por investigar, públicas y privadas, donde los archivos pedristas siguen cautivos. ¡Pensar que sólo pude ir al ColMex y a la Capilla Alfonsina, sin contar la biblioteca de Pablo González Casanovas Henríquez, nieto de don Pedro! (Pero por suerte que ya lo que quedaba de la parte dominicana en este último recinto, gracias a la generosidad de don Pablo, ya ha sido donado al Archivo General de la Nación).
Perdone el lector la mezcla atolondrada de temas: comenzando por el embrujo de los estudios, siguiendo por Salomé y concluyendo con unas notas de agradecimiento. Tal vez en un futuro, cuando los caminos de los estudios y el reconocimiento del valor de Pedro Henríquez Ureña no sean caminos tan accidentados, como lo son en Santo Domingo, podamos concentrarnos y ofrecer textos más coherentes y menos evanescentes como el que ahora concluyo con un ¡muchas gracias!, que sale del corazón.