“Hay, sin duda, entre el periodista y el literato los mismos vínculos de consanguineidad que unen, según Linneo y Huxley, al gran antropoide con el hombre”. (Manuel Bueno, “El periodista”, citado por Evaristo Correa Calderón en Costumbristas españoles, II, Madrid, Aguilar, 1964)
Un hombre discreto y otras historias
He pasado parte de mis vacaciones estivales releyendo Un hombre discreto y otras historias, de Gustavo Olivo, publicado a mediados de marzo de este año. Se trata de la opera prima del autor, con la que obtuvo el Premio Nacional de Cuentos José Ramón López, otorgado por el Ministerio de Cultura. Es una obra de factura esencialmente realista, aunque hay algunos cuentos que orillan el territorio de lo fantástico.
El universo ficcional que compone este libro está íntimamente vinculado con nuestra realidad social, especialmente enfocado desde el realismo urbano, y centrado en los estratos de la clase media de Santo Domingo.
Los relatos incluidos cubren una gran diversidad de temas y de formas; entre ellos sobresale el crimen, el cual sitúa a algunas de las narraciones dentro del ámbito policíaco-judicial. ¿Tendrá algo que ver con la experiencia periodística del autor? Las incursiones en ese subgénero podrían estar revelando una particular condición de Olivo para ese importante filón de la narrativa realista contemporánea: el relato policial. Pienso que los periodistas que han hecho funciones reporteriles desarrollan un especial talento para este tipo de ficción. Dentro de este subgénero se destacan: “Un hombre discreto” y “El expediente diez”.
La arquitectura interna de esta modalidad narrativa (el cuento policial o detectivesco) exige unas condiciones especiales. En primer lugar, está el factor sorpresa. Es común que después de muchas conjeturas, falsas pistas, versiones y re-versiones, la solución del caso provenga de un elemento inadvertido por el propio investigador y por los demás personajes envueltos o partícipes en la trama; esta inadvertencia debe alcanzar también al lector.
Otro factor imponderable en este subgénero es la personalidad del investigador (agente policial, fiscal, detective o cualquier otro actante), en la que deben sobresalir dotes como la frialdad emotiva y la habilidad (buen olfato, dirían otros) para detectar pistas ocultas o rastros apenas perceptibles). Un cerebro perspicaz, una voluntad de acero y un espíritu inalterable son constituyentes de primer orden para quienes se dedican a la investigación criminal. De ahí que esta modalidad narrativa requiera de autores hábiles, que sepan dotar de vida y dinamismo a sus héroes; lograr que ellos desplieguen toda su capacidad analítica al adentrarse en los meandros ocultos del delito. Alcanzar esto dentro del subgénero en cuestión es hacerse legítimo heredero de una rica tradición, fundada por los geniales Poe, Conan Doyle o Agatha Christie.
Sin embargo, los investigadores de los cuentos de Olivo no impactan por su genialidad, no parece que este sea el aspecto que más interese al autor: las historias desplegadas en estos relatos suelen estar tironeadas por ciertas perturbaciones que impiden una conclusión objetiva del caso. O, más propio sería decir que hay en ellos otros constituyentes que adquieren un peso determinante en los resultados de las pesquisas: la inconveniencia de llegar a “las últimas consecuencias”, revertida en amenaza para la carrera del investigador, o el riesgo de producir daños dentro de su entorno familiar o terceros relacionados.
Los cuentos de Olivo incluidos en el volumen que comentamos aquí, tienen como protagonista colectivo a la clase media. Por ellos desfilan médicos, oficiales de la Policía, fiscales, artistas, abogados, maestras… En muchos de ellos se muestran comportamientos non sanctos dentro de ese segmento social: simulaciones, infidelidades conyugales y otros tipos de conductas desviadas de lo que tradicionalmente se tipifica como las buenas costumbres. Tales conductas transgresoras tienen lugar dentro de la más estricta privacidad, y siempre son encubiertas por un velo de falsas apariencias.
Como procedimiento narrativo, el autor recurre con frecuencia a la fragmentación temporal, ya que presenta múltiples casos de anacronía. Generalmente, los cuentos comienzan en un primer momento (tiempo base del relato) siguiendo un orden lineal, y luego se produce un desplazamiento hacia el pasado (analepsis), técnica que utiliza el autor para reconstruir acontecimientos pretéritos a fin de mostrar la historia del personaje o bien los antecedentes del hecho inicial que desencadena la trama.
Como se trata de historias ambientadas dentro de una clase social donde abundan los profesionales y los artistas, el registro lingüístico no difiere mucho de lo pautado por la normativa académica. Aparecen, sin embargo, algunas muestras del lenguaje vulgar, especialmente de la jerga asociada al ámbito prostibulario: cubiar (tras sostener relaciones sexuales con una prostituta, negarse a hacer la paga correspondiente); maipiola (celestina, mujer que facilita y encubre relaciones de terceros); enchular (convertirse en chulo). Otros vocablos de procedencia popular son aplatanao (adaptado a los estándares de vida y rasgos identitarios del pueblo dominicano); compinche (cómplice).
También es destacable la presencia de la música y la literatura en estos cuentos. El aspecto melómano aparece asociado a algunos de los personajes o es parte del tejido de la historia, como ocurre en el relato “La bailarina Aidyn”. Hay menciones de grandes exponentes del género clásico como Wolfgang Amadeus Mozart (el “Allegro de Eine Keine”); Johannes Brahms (“Danza húngara número 5”); Piotr Ilich Chaikovski (“El cascanueces”). También hay referentes de la música popular como El trovador Codina, Luis –Terror- Días, Tony Almont y Joaquín Sabina. ¿Son proyecciones de las aficiones del autor dentro de su obra? Razones hay para sospecharlo. Y lo mismo pasa con los escritores y obras que el autor cita: Víctor Hugo (“El hombre y la mujer”); Rubén Darío; Omar Khayyam o Jayam (“Rubaiyat”); Vargas Vila (“Ibis”); Julio Cortázar (“Rayuela”); William Faulkner (“Una rosa para Emily”, “El ruido y la furia”); Carlos Fuentes (“Terra Nostra”); Tom Wolfe (“La hoguera de las vanidades”); Fabio Fiallo (“Forever”, “Plenilunio”).
Veamos un recuento de cada uno de los cuentos incluidos en la colección.
Un hombre discreto
“… acerca de la naturaleza de las guerras, la crueldad sin sentido, humanos matando a sus semejantes, sembrar dolor, destruir ciudades, arrastrar aldeas, derribar puentes, llenar de sangre y cadáveres paisajes, ríos y mares”.
Es el cuento que da título a la colección. Un relato de corte policial (o policíaco-judicial).
Ideológicamente, el cuento dirige una crítica contra la guerra, como queda consignada en el epígrafe que antecede a estas líneas. Ese es el tema principal, pero también incluye otros temas como el suicidio (visto como alternativa cuando se pierden los estímulos que dan sentido a la vida), la lealtad conyugal, que remite al discurso pronunciado en el rito nupcial "… prometo serte fiel, amarte, cuidarte y respetarte, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida". Un discurso que en la mayoría de los casos se queda en lo puramente formal, pero que en el cuento se cumple a cabalidad.
El inicio de este relato hace suponer que está relatado en tercera persona, con narrador heterodiegético, pero un poco más adelante aparece el yo del narrador homodiegético: “Mi madre sólo atinó a decir”. Sin embargo, el narrador no es el personaje principal, sino un testigo de los acontecimientos narrados, que en un momento decisivo de la historia juega un papel relevante.
Concretamente, la historia está centrada en un emigrante cubano, cuya muerte violenta es investigada de manera conjunta por el médico legista y patólogo forense Miguel Méndez Pinales, y el teniente de la Policía Matías José Ortiz. Esta investigación inició con mucho brío (unas 45 reuniones entre ambos investigadores) y en medio del proceso surgieron desavenencias que los enemistó y condujo a la renuncia de cada uno. El origen de esas confrontaciones es un dato que permanece velado, pues el autor lo reserva para un cierre sorpresivo e impactante.
En lo formal y en lo argumental es un cuento muy bien construido.
La profesora Campos
“Nada ocurre con los colegas que tienen esposas y amantes, y embarazan a cuantas mujeres puedan seducir”.
De entrada, podemos decir de este cuento que en él se expresa una crítica al patriarcado, sistema que niega derechos a la mujer y favorece el comportamiento masculino, aun se trate de aquellos que entran en abierta contradicción con la moral. De ahí que el cuento lleve insertada una crítica a la doble moral de la sociedad, encarnada en sus más sólidas instituciones: Familia, Iglesia y Escuela, sostenedoras y legitimadoras del orden social imperante. Y hablamos de doble moral por ser instituciones donde se predican valores como el amor, la solidaridad, el respeto, la paz y la justicia.
Es la historia de una maestra que, debido a un embarazo concebido fuera de las formalidades del matrimonio, se ve compelida a renunciar a su rol de educadora, presionada por el sistema educativo a través del director del recinto donde labora. La condena no se circunscribe a la renuncia forzosa de su puesto de maestra de escuela: se extiende hasta la representación local de la Iglesia y a la comunidad en general. En el templo la relegan al último de los asientos; en tanto que los mentideros de la comunidad la convierten en materia prima de murmuraciones y descalificaciones. Es el resultado de una sociedad llena de prejuicios, virulentamente marcada por la mojigatería y una concepción moral cuasi medieval.
Esa mujer
“… guiado por prejuicios, cada quien aborda al otro como le parece mejor, lo juzga, lo condena, lo aparta o lo absuelve y lo incorpora a los merecedores de sus mejores afectos. ¿Y quién puede decir que conoce por completo, a fondo, a sus semejantes? ¿Acaso existe alguien que conozca a plenitud su propio ser?
Este cuento está estructurado sobre la base de varios flashbacks o analepsis. Está formado por una primera parte en la que el personaje Jesús Alfonso, residente en el exterior manifiesta un vehemente deseo de adquirir una casa (o casona) que para él tiene un inestimable valor afectivo. A medida que va discurriendo el relato nos vamos enterando de la razón de ese interés. En un segundo apartado, delimitado gráficamente por asteriscos, está dedicado a presentar los rasgos físicos y psíquicos del personaje que da título al cuento. El nombre de pila es Brígida Soler. Es la propietaria del bar La Cervecera, lugar frecuentado por gente diversa, de clase media: profesionales (médicos, abogados…) y bohemios (músicos, poetas, artistas plásticos…). No es un lugar del bajo mundo, allí va gente con espíritu refinado. Ella misma, a pesar de todos los mitos tejidos sobre su identidad (bruja, mata-maridos, pactante con el demonio…) es una mujer refinada, amante de los libros y el arte, aunque esto no lo veremos hasta que la historia haya avanzado un buen trecho más.
El tercer apartado se desarrolla en la Escuela de Bellas Artes, donde el joven Jesús Alfonso asistía a recibir clases de dibujo. Brígida ingresó también allí, y se convirtió en objeto de burlas de los demás estudiantes. Allí comienza a interactuar con Jesús Alfonso, y esto da origen a una relación de amistad que unos años después se convierte en romance…
La nostalgia por los momentos gratificantes del pasado y una reflexión sobre cómo los prejuicios nos alejan de las personas sin llegar a conocerlas constituyen la columna vertebral de este relato.
El monumento
“22 pasajeros sentados en un vagón de tren, un homenaje a los hombres y mujeres que, todos los días, recorren grandes distancias para trabajar con dedicación y honradez”.
Aquí se cuenta una historia extraña. Se articulan hechos que, en principio, podrían funcionar como normales con otros totalmente insólitos e inverosímiles, alejados del realismo aparente del inicio. El final es absolutamente fantástico, pero ese final fantástico ya viene precedido por una serie de acontecimientos absurdos: todos los hechos que le ocurren al protagonista y único personaje están enmarcados por el número 22: la hora en que pasa el tren (22:00); la estación del metro (0022); el número de pasajeros del vagón (22). No importa que el personaje adelante o retrase la hora de salida para abordar el tren: la fatídica cifra acaba por imponérsele como un destino inexorable.
De acuerdo con su particular concepción del arte y de la sensibilidad con que aborda el hecho literario, cada lector va construyendo una urdimbre de asociaciones semánticas. Y es esa red de asociaciones lo que enriquece la recepción que hace cada lector respecto a un determinado texto. En ese sentido, mientras leía este cuento, enmarcado dentro de un realismo anómalo, condicionado por hechos verdaderamente insólitos que desembocan en lo absurdo y lo fantástico, automáticamente fui haciendo un paralelismo con “El guardagujas” de Juan José Arreola. Este cuento del autor mexicano se desenvuelve dentro de los parámetros de una realidad deformada por la ocurrencia de hechos que desafían a la razón. Presenta una realidad angustiante, un clima de desasosiego y enrarecimiento. Una auténtica metáfora del sinsentido.
“El monumento” no alcanza a producir una sensación de extrañamiento tan intensa como el cuento de Arreola, pero deja al lector perplejo cuando, ya intrigado por el extraño fenómeno de la aparición repetitiva del número 22 en diferentes contextos, cierra con un hecho absolutamente fantástico.
La bailarina Aidyn
“El arte es como Dios, no sirve para nada y sirve para todo”.
Es un cuento realista, aunque ribeteado por un elemento fantástico. En cuanto a la estructura, presenta un relato enmarcado. Inicia con un narrador que cuenta los hechos desde una perspectiva extradiegética para desembocar en otra historia contada por uno de los personajes, adoptando así el formato de un relato homodiegético.
En primer término, nos encontramos con la historia de Nusi, una niña que cursa la carrera de danza hasta convertirse en una brillante profesional y profesora. A continuación, se inicia otro apartado que reseña la carrera de Aidyn, una famosa bailarina, cuya maestría alcanza alta celebridad y prestigio. Sus éxitos, sus caprichos personales, sus amores son presentados en primera persona, por un narrador testigo que sirve de hilo conductor de ambas historias. A través de la intercalación de una escena sobrenatural, la niña ve (o cree ver) a la veterana bailarina, que ya había fallecido, ejecutando una de sus famosas representaciones y esta visión llegará a ser una fuente de inspiración para su proyecto de convertirse en una brillante ejecutante del arte dancístico.
En éste relato, la música constituye un elemento significativo. Hay una mención reiterada del “Allegro” correspondiente a la pieza “Eine Kleine Nachtmusik”, traducida como “Una pequeña serenata nocturna”, de Wolfgang Amadeus Mozart, también identificada como “Serenata No. 13 para cuerdas”. Se trata de una inclusión recurrente: como señalamos al principio, la música está presente en varios de los cuentos que integran el libro de Gustavo Olivo.
Y, ellas dos
“Cuando se obra para la gloria de Dios, toda mancha queda lavada, todo pecado perdonado”.
Se incendia un prostíbulo frecuentado por gente de clase media. Una brigada de bomberos acude a sofocar las llamas, y se aglomera una cantidad de curiosos. En medio del bullicio se escuchan voces de mujeres que celebran el incendio y agradecen a Dios, asumiendo que éste se ha producido por voluntad suya, por ser aquel un antro del vicio y el pecado. Investigar el origen del siniestro corre por cuenta del fiscal Sirí y el jefe de la Policía, general Parmenio Rodríguez, especialmente este último. Precisamente, una de las mujeres que más se habían alegrado del incendio fue la esposa del general, ya que él era un frecuente visitante del cabaret… Descubrir las manos aviesas que ejecutaron el hecho y los cerebros que la urdieron no sería tarea fácil. Del hallazgo final no saldrá ileso ni el propio investigador.
En este cuento, Olivo utiliza una doble perspectiva: un narrador heterodiegético que se ocupa de la narración principal (casi todo el relato) y un brevísimo discurso en primera persona que corresponde a la esposa del general. Se trata de la reproducción de un flujo de conciencia en el que puede decodificarse el pensamiento de la dama en cuestión.
En “Y, ellas dos” hay intriga, venganza, pasión, traición y muerte. Sus personajes se mueven dentro de un ámbito orillado por la falsa moral, la simulación, la sordidez y la violencia.
Decisiones
“En busca de la felicidad a veces hay que proceder con egoísmo”.
Narra la historia de un hombre que oscila entre dos mujeres, dos relaciones sentimentales, y el doble fracaso que, a la postre, le generan ambas relaciones. Es el prototipo de un hombre indeciso, incapaz de tomar decisiones oportunas, limitándose a vivir el momento y a dejar al tiempo obrar. Sus relaciones, marcadas por esa actitud pasiva, le conducen a la soledad. El relato discurre entre rutina e insatisfacción sexual, búsqueda de alicientes fuera del lecho conyugal, mentiras y, finalmente, abandono por partida doble.
Un narrador heterodiegético cuenta la historia de un modo lineal, aunque salpicada de breves evocaciones del pasado. El cierre es impactante.
El encargo
“Lo peor que le puede ocurrir a un hombre es tener miedo a tomar sus propias decisiones”.
Un cuento de amor irrealizado. Relata la historia de una relación frustrada entre una dama de la capital y un oficial castrense en las postrimerías de la dictadura trujillista y en los años subsiguientes. Un militar herido, por puro azar llega a la casa de una enfermera, donde es atendido hasta alcanzar su recuperación. De ese contacto casual surge un interés mutuo y acaban vinculándose sentimentalmente. Pronto él es enviado a la frontera y esto dificulta los encuentros, pero la relación se mantiene, a pesar de ello. Sin embargo, un nuevo impedimento, verdadero muro infranqueable, se interpondrá entre ambos amantes…
Aunque el aspecto sentimental constituye la materia prima en el tejido de este cuento, a nuestro juicio lo más destacable es el abuso de poder de la jerarquía castrense sobre la población civil y sobre aquellos que aun dentro de la institución poseen un rango inferior. La violencia ejercida desde las altas esferas del poder hacia quienes ocupan los estratos más bajos es una vieja herencia de las dictaduras que hemos padecido y, lo que es peor, un lastre que no hemos logrado superar en los años de democracia vegetativa en que hemos vivido. El cuento dirige una crítica, un tanto “asordinada” a esa tara que proviene de los años del generalato, encarnado en el mítico Concho Primo, y de las dictaduras.
También está el tema del azar, como fuerza ciega que actúa sobre la vida humana, favoreciendo o contraviniendo sus propósitos.
Resurrección
“¿A quién le reclamo por mi existencia?
¿Al hombre o a la vida?”
Relatado en tercera persona (narrador heterodiegético), este cuento, de aparente origen autorreferencial, inicia con un epígrafe que es título de una novela del bardo y revolucionario salvadoreño Roque Dalton. El epígrafe en cuestión es: “Pobrecito poeta que era yo”. Pero esto no es más que un juego intertextual, pues el título de su novela lo tomó Dalton de un verso del poema “Vida, pasión y muerte del anti-hombre”, cuyo autor es su compatriota Pedro Geoffroy Rivas, y quien fuera además de importante cultor y escultor de poesía, lingüista y antropólogo. La estrofa donde aparece el citado verso es esta:
Pobrecito poeta que era yo, burgués y bueno.
Espermatozoide de abogado con clientela.
Oruga de terrateniente con grandes cafetales y millares de esclavos.
Embrión de gran señor, violador de mengalas y de morenas siervas campesinas.
Resurrección es un cuento breve en el que el narrador (acaso un alter ego del autor) cuenta la génesis de sus aficiones a la lectura, y posteriormente a la escritura; de cómo nació esa vocación y fue desarrollándose a lo largo de su adolescencia y juventud; e incorpora una anécdota casual y casi hasta trivial, si no fuera porque esta acaba confiriéndole el sentido fundamental al texto, dada la profunda carga filosófica que desencadena.
La anécdota tuvo como escenario el recinto universitario de la UASD, en un tiempo no especificado. Allí, un sujeto común, desconocido, expresa a modo de desahogo la interrogante que aparece en el epígrafe. Una pregunta que llevó al protagonista del relato a cuestionarse sobre el destino humano, y, aunque no lo establece claramente el narrador, una cuestión que conduce necesariamente al eterno dilema sobre si la suma de nuestras experiencias vitales se debe a un designio previamente establecido antes de nuestra entrada al mundo, o se trata de una construcción individual, que vamos configurando en el diario vivir y que conocemos como libre albedrío.
En última instancia, ¿quién es el responsable de lo que somos y de lo que nos sucede en nuestro breve paso por el mundo? ¿Es la vida, o es el hombre como sujeto modelador y a la vez como ser modelado por la sociedad? La pregunta adquiere una implicación vital de grandes dimensiones. Si es la vida quien nos impone sus códigos de manera unilateral y tiránica no nos queda otro camino que el de la resignación. Son cosas de la vida, y punto. Pero si se trata de la sociedad, de un orden social opresivo e injusto, tenemos la opción (y hasta la obligación) de rebelarnos para revertir ese orden degradante.
En un mundo lleno de turbiezas, incertidumbres y desequilibrios de todo tipo, donde los individuos luchan denodadamente por salir a flote y no siempre lo consiguen, ¿cómo no encarar a la vida, madre generadora y madre nutricia que nos ha arrojado a estos parajes desolados, a estos valles de lágrimas, dejándonos a merced de circunstancias que a veces logramos moldear, pero que a menudo nos resultan esquivas, indoblegables y tiránicas? Quizás lo más sensato sería buscar la respuesta en el hombre y sus formas de organización social, la manera en que ha distribuido las posiciones y roles de cada uno, casi siempre ingratos a nuestros intereses y conveniencias. Pero esto no lo dice ni lo sugiere el texto, son producto de la reflexión que produce su planteamiento a través de uno de los personajes del cuento.
No hay en este cuento una intriga que concite una gran tensión en el ánimo del lector. No está configurado sobre la base de dos fuerzas excluyentes, confrontaciones binarias como amor/odio, justicia/opresión, subordinación/resistencia. La oposición se da en el nivel intelectivo: la reflexión que origina pregunta en cuestión.
El expediente diez
“Toda creación estética es el resultado, en alguna medida, de algún desgarramiento interior”.
Es otro cuento que sigue el formato del cuento policial, aunque el personaje central es un fiscal, no un oficial del cuerpo del orden. El narrador es heterodiegético y sigue un orden cronológico que no se altera a lo largo del relato. Hay rememoraciones de acontecimientos pasados, pero esas evocaciones no sobrepasan el marco temporal del relato principal ni alteran su curso.
La acción narrativa se desencadena cuando ocurren dos asesinatos con pocos días de diferencia, cifra que va creciendo conforme avanza la trama. La investigación del caso estuvo bajo la responsabilidad del fiscal Tucídedes Zalazar, quien sin tener las agallas de un Hércules Poirot, un Monsieur Dupin o un Sherlock Holmes, poseía suficiente sangre fría y una acreditada experiencia dentro de la investigación criminal. Era asistido por el joven abogado y cineasta Roberto Torres. Se trata de un caso de asesinato en serie muy particular: todas las víctimas eran hombres y tenían antecedentes comunes de violencia intrafamiliar. Y todos los cuerpos sin vida presentaban traumas en las mismas partes del cuerpo. En medio de los intríngulis de las investigaciones los responsables de éstas terminan enfrentados y el hallazgo que despeja ese enfrentamiento sorprende aun al lector más despabilado.
Al leer este cuento de Olivo no pude evitar recordar el relato “La carta robada”, de Edgar Allan Poe. Hablo de la simplicidad del método para cometer un hecho y disimularlo, que por ser tan simple resulta menos sospechoso. Los hechos recogidos en esta narración dan para un excelente thriller.
El reino del silencio
“El humano teme al silencio, que le obliga a encontrarse con las verdades de su ser, con lo profundo de sí mismo”.
Un cuento breve, que nos remite a la reflexión sobre el valor del silencio en un mundo caracterizado por la constancia del ruido…
Este es el tipo de cuento que al final de la lectura nos lleva a formularnos preguntas como: ¿qué pasaría si…? En este caso, la pregunta sería: ¿qué pasaría si de pronto cesaran los ruidos, las prisas, el aturdimiento colectivo que, genera tumultos y estridencias, y de pronto nos sumergiéramos en un estado de silencio más o menos prolongado?
Este es otro cuento en el que Olivo se separa de la ficción realista para bordear las riberas de lo fantástico. Un personaje despierta sin que hayan sonado las alarmas del reloj. Pero a diferencia de lo habitual, todo está en silencio, lo cual le hace evocar los Viernes Santos. Se pregunta qué ha pasado, si se habría confundido en cuanto a la fecha, pero pronto recuerda que es un martes, y no, precisamente, día festivo. Se viste y sale con destino a su rutina laboral. Pero, extrañamente, su centro de trabajo está cerrado. Las calles permanecen desiertas; se dirige a una plaza situada frente al lugar donde ejerce como empleado y se sienta en un banco. A poca distancia hay un anciano. No hay nadie más allí… De inmediato, se inicia una conversación entre ambos personajes. Un diálogo que es lo que acaba dotando de sentido el cuento…
La lectura de este cuento, en el que la realidad parece difuminarse para adquirir tintes propios del mundo onírico me hizo recordar algunos pasajes de la escritura de Borges.
Brevísima conclusión
Un hombre discreto y otras historias es un aporte importante a las letras dominicanas. El Premio Nacional de Cuentos José Ramón López 2022 con que fue galardonado avala esa importancia y proyecta la figura del autor dentro del mapa de la narrativa actual de nuestro país.
Siguiendo el ejemplo de García Márquez, Ernest Hemingway, Truman Capote, William Faulkner, Elena Poniatowska, extraordinarios escritores que combinaron la profesión periodística con el cultivo de la narrativa, Gustavo Olivo ha pasado de las salas de redacción, los despachos de prensa y otras funciones afines, a la literatura. Y ha entrado con buen pie, a juzgar por el premio recibido y por los indiscutibles aciertos de su libro.
Cuando se publica a muy temprana edad, sacando a la luz los primeros brotes del talento artístico, se corre el riesgo del arrepentimiento tardío. Distinto es el caso cuando el talento madura a la sombra del anonimato o de otros quehaceres profesionales a la espera del momento oportuno, ya ganada la prudencia que dan los años. Así se evita tener que cargar con el peso de páginas que salen a la luz en momentos de insensato entusiasmo precoz. En ese sentido, Olivo ha actuado de manera oportuna y prudente, y pasó la prueba con excelente puntuación. Y no es un caso único: el novelista Manuel Salvador Gautier publicó su primera novela a los 63 años, precedido de una gran fama como arquitecto. El prestigio alcanzado en el arte del plano y el diseño pasó al ámbito de la literatura, en el que obtuvo varias premiaciones.
Como seguramente Gustavo Olivo, estimulado por el galardón recibido, estará muy inspirado componiendo otros relatos, o quizás incursionando en otros géneros, como la lírica, cabe aguardar por nuevos brotes, que seguirán enriqueciendo nuestra República de las Letras.
Quienes ya disfrutamos del primer parto de su pluma, nos suscribimos a la espera de sus próximas publicaciones.