Tristana”, novela publicada en 1892, es quizás la más curiosa entre las narraciones que con nombre de mujer escribió Benito Pérez Galdós. Su protagonista femenina no es la joven burguesa Jacinta, que sufre por no poder tener hijos, ni mucho menos la ingenua Fortunata, hija del pueblo engañada y burlada; tampoco la Marianela, que le sirve de lazarillo a un señorito de aldea; mucho menos la implacable doña Perfecta que persigue al hombre pretendiendo matar en él las ideas liberales.

Tristana es una joven de diecinueve años, que queda desprotegida y a merced de un hidalgo sesentón chapado a la antigua y con una actitud contradictoria hacia ella. Por un lado, don Lope, el benefactor, es generoso y de espíritu caballeresco; por el otro, es un don Juan cínico, que se aprovecha de las circunstancias para controlar y retener a la joven que desea.

¿Pero quién es Tristana? Es una joven huérfana, cuyo padre era amigo de don Lope, quien demostró su lealtad acudiendo en su ayuda para salvarlo de la ruina. De gran belleza, Tristana es una chiquilla soñadora, pero irreflexiva y poco consciente de los límites morales. Sin embargo, intenta escapar de las garras del viejo hidalgo, cuyo cinismo no alcanza la vileza y hacia quien experimenta un vago sentimiento de gratitud.

Pero un buen día se enamora y, entonces, se debate entre los celos de un anciano y la pasión que le despierta un joven artista. La relación avanza y ella debe confesarle a Horacio la ambigua relación con don Lope. ¿Cómo entenderla? No es el marido. No es el padre. ¿Cómo se define ella? “Soy una mujer deshonrada, pero soy libre”, le dice. Peor podrá ser, a su juicio, estar casada y ser infiel, o ser una soltera que ha perdido su honor.        Son estas circunstancias de capital importancia en un mundo pequeñoburgués que define el papel de las mujeres tomando como modelo el llamado ‘ángel del hogar’. Es decir, el ama de casa que se ocupa del bienestar del marido y del cuidado de los hijos. Nada de eso es Tristana y su ingenuidad la condena, pese a vislumbrar un futuro más digno. Si bien cree que ya no hay espacio para ella, según las reglas sociales que condenan el concubinato en la mujer, prefiere la libertad y algún medio de ganarse la vida por sí misma. Lamentablemente, como el explica la criada Saturna, solo hay tres salidas para la mujer: el matrimonio, el teatro y el innombrable oficio. Ante las escasas alternativas que se le presentan, Tristana intuye que la dedicación del artista podría ser una salida, pero carece del deseo, de la vocación y de la constancia que exige un trabajo creador.

Una ‘libertad honrada’ es la clave con la que da el enamorado Horacio a la joven para resolver sus dilemas. Se produce un punto de inflexión en la novela, que exigiría al autor avanzar en los derechos que exigen algunas mujeres y sobre las que se pronuncian contemporáneas como Emilia Pardo Bazán. Sin embargo, Don Benito Pérez Galdós decide cortar por lo sano y hace que la joven enferme de la médula para justificar la simbólica amputación de una pierna. Limitada en sus movimientos, la mujer queda incapacitada para conquistar otros espacios y, coja, permanecerá bajo la tutela de don Lope. Aunque el autor diera un paso más allá de su normal preocupación por los problemas de la pequeña burguesía, esta solución decepcionó a Pardo Bazán, quien esperaba quizás un mayor desarrollo de la trama que diera lugar al posible nacimiento de una mujer nueva.

Es conocida la relación de Pérez Galdós con Emilia Pardo Bazán y, precisamente bajo el influjo de esta escritora, el autor se arriesga a construir un perfil femenino que, en parte, se hace eco de aquellas reivindicaciones feministas que sorprendieron a la generación de fin de siglo no solo en España, sino en Europa y en América, donde las mujeres reclamaban un lugar en el espacio público reservado a los hombres.

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

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