La revolución cubana fue un acontecimiento de totalidad que llegó sorpresivamente para muchos de sus protagonistas. Su triunfo fue un testimonio de lucha, su proclamación no necesitaba altoparlantes, realmente pasó a ser una odisea cuando Fidel, El Che y demás revolucionarios bajaron triunfantes de las lomas y de las montañas de la Sierra Maestra, dejando -todavía están ahí- armas, botones, cantinfloras, zapatos, etc. como testimonios de gracias a la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, en su hermosa catedral del poblado del Cobre, en Santiago.
La noche fue de euforia completa, para algunos casi de incredulidad y para la mayoría de felicidad.
Todo comenzó al otro día, cuando los revolucionarios asumieron conciencia de que ahora la enorme tarea era cambiar el sistema social vigente, transformar el país, hacer que todo fuera diferente y que la gente “creyera entre lo que era, lo que se decía y lo que se iba a ser”.
Pero había muchas urgencias, demasiadas limitaciones, inmensa escasez de recursos, el tiempo escaseaba, con enemigos internos fingidos y declarados externos, sobre todo, cuando el capitalismo se quedó pasmado, sin habla, con temblores internos cuando Fidel anuncio que, en plena área norteamericana, Cuba era un país socialista. Todas las respuestas fueron de diatribas, sanciones, sabotajes y actos de terrorismo, mientras banderas de todos los colores de los países pobres de la tierra y de los pueblos no coloniales, socialistas y antimperialistas despertaban a las galaxias de Silvio Rodríguez llenas de alegría, con trincheras triunfalistas de esperanzas.
La revolución estaba dejando los pantalones cortos. Pidieron que los días tuvieran más de quince horas, para poder trabajar y cumplir promesas. Las universidades, al igual que en otras áreas, comenzaron a parir médicos, enfermeras, bioanalistas, ingenieros, etc. para cumplir compromisos internacionalistas. Fue un desafío para crecer. Con todas las limitaciones del mundo, ¡Esta ha sido la revolución más solidaria y más generosa en la historia de la humanidad!
Volvamos a los inicios. La revolución no tenía el control de las manifestaciones de masas colectivas populares ni de la realización no planificadas de actividades culturales, intelectuales, en cualquier lugar del país. Era muy joven. Pero la revolución comenzó realmente a crecer y a producir intelectuales revolucionarios. Un grupo de estos, presididos por Joel James, un joven filósofo y antropólogo, (el intelectual más profundo que he conocido en Cuba) creía en el pueblo como creador, como hacedor de la cultura popular y comenzaron hacer la realidad de esta verdad revolucionaria con artesanos y artista populares en la emblemática calle del poeta dominico-cubano José María Heredia en el corazón tradicional de Santiago de Cuba.
Ese grupo de profesionales y estudiantes contestarios comenzaron a mostrar las esencias culturales de la revolución. Fundaron la Casa del Caribe en1984. Fueron creciendo y llegaron a la conclusión de que todo lo que hacían podía convertirse en un evento internacional. Era el momento preciso de plenitud del bloqueo, los enemigos de la revolución buscaron todas las formas de aislar a Cuba, incluso con obstáculos para que los intelectuales del mundo no pudieran reunirse con los intelectuales cubanos para intercambiar opiniones. Cuando entramos, me arrodillé ante la imponencia, la magnitud y el simbolismo del cimarrón de Lescay en el Cobre.
El Partido Comunista tuvo la visión de que políticamente esto eran una propuesta viable, de ruptura al bloqueo, un espacio político-cultural y científico de encuentro entre los intelectuales del mundo, en una ciudad-símbolo, incluso controlable políticamente. Se movilizaron todos los mecanismos y el poder político hizo posible que el desfile de la calle Heredia, se convirtiera en el Festival internación del Caribe. Hoy con más de 400 participantes de 39 países.
¿Cuál era la propuesta nueva cultural que ofrecía la revolución cubana diferente a las propuestas comunes de los diversos países bajo la hegemonía norteamericana con el Festival del Caribe? ¿Con la novedad de qué era en Santiago de Cuba, una ciudad que no era mercadologicamente la atracción mágica y turística que la Habana mitológica?
La esencia del Festival del Caribe o Festival del fuego como luego también se identificó dándole mayor riqueza, ritualismo, simbolismo e identidad, fue que salvó un excepcional espacio para el intercambio de los científicos e investigadores culturales del Caribe, todo el festival lo realizaban, los artistas originales como protagonistas, era realmente el pueblo, los grupos originales, con escenarios populares, en los sectores barriales de Santiago y artista representantes del pueblo, eso es la esencia que no se ha perdido. Por eso, siempre en cada festival, participan nuevos grupos populares y novedades particulares, incluso con artistas diferentes. ¡A ese nivel masivo, compartiendo una semana de vivencias con artistas originales, no existe en ningún otro país del área, con una relación tan profunda entre moradores y visitantes! ¡Es un festival del pueblo!
Incluso con la novedad, de que, entre los creyentes, entre los practicantes, esas creencias espirituales de nuestros pueblos, marginadas, clandestinas en varios países, desvalorizadas, discriminadas, consideradas en otros como manifestaciones diabólicas, en Cuba, durante el Festival, son contempladas con dignidad y con respeto para el intercambio espiritual, libre y espontaneo, como máxima expresión de la religiosidad popular.
Es tan de todos, que cada año es dedicado a un pueblo como distinción, reconocimiento y solidaridad y así todos los pueblos participantes van siendo protagonistas. A dominicana le han dedicado dos festivales, cuya segunda delegación ha sido la más numerosas de las realizadas hasta hora. De ahí, la importancia y la trascendencia de la Casa del Caribe y del Festival del Caribe.
Durante más de diez años, el antropólogo Julio Encarnación, Elvira Castro y Dagoberto Tejeda Ortiz, estuvieron organizando la delegación dominicana al festival, a veces con más de sesenta miembros organizados con las diversas expresiones artísticas culturales, privilegiando al carnaval.
Merecidamente, la Casa del Caribe, decidió otorgarle un Premio Anual a una personalidad del Caribe. El primero me fue entregado a mí, acompañado de Chiqui Vicioso, Elvira Castro y Joel James, con mucho pudor de mi parte con la “La Empaca”, símbolo de la sabiduría bantú, pero en verdad todavía resuenan en mis oídos y mi corazón se llena de alegría y orgullo, cuando un miembro del jurado afirmó: “Dagoberto Tejeda Ortiz, es el Fernando Ortiz del Caribe”.