Tras las barrancas, de Olga Francia Elena Lara [Olga Lara] Azua, República Dominicana, es un libro muy particular y posiblemente único en el parnaso de las letras hispanoamericanas.
Aunque desde el punto de vista de la estructura este libro pertenece a un canon clásico formal, el manejo de la lengua va desde el romanticismo y el modernismo, hasta las corrientes más innovadoras del trabajo escritural. En ese sentido, tal hallazgo lo convierte en un discurso poético híbrido que se erige como voz y como puente entre las coordenadas del espacio y el tiempo.
Como hecho físico, este libro aparece en la postmodernidad del año dos mil veintidós [2022], pero su raíz está anclada en un pasado de cientos de años, de decenas de lenguas y de las más disímiles culturas.
Su lejana raíz viene de lejos. La encontramos en el movimiento Dolce Stil Nuovo, en la Sicilia de los años 1260, con poetas como Guinizzelli (1240-1276), Cavalcanti (1259-1300), Cino da Pistoia y en los poemas escritos en este envase estrófico por Dante Alighieri para su musa Beatrice Portinari, que luego aparecerían en el texto Vita nuova de 1292.
Lo escuchamos como un címbalo que nos recuerda el cancionero del poeta aretino Petrarca, de los paisajes poéticos de López de Mendoza, en su compilación de cuarenta y dos sonetos. Como reflejo de los sonetistas Diego Hurtado de Mendoza, Hernando de Acuña, Fernando de Herrera y Gutierre de Cetina.
Este libro, múltiple y polifónico, nos habla en clave de referencias, de los grandes de nuestra lengua:
Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Calderón de la Barca, Sor Juana Inés y Miguel de Cervantes. Nos trae como ofrenda luminosa la obra gigante y renovadora del inmenso poeta nicaragüense Rubén Darío.
Al leer Tras las Barrancas, estamos frente a una poeta moderna que supo beber de las fuentes genuinas de la poesía escrita en lengua castellana. Con Olga Lara escuchamos a Jorge Guillén, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Miguel Hernández, García Lorca, Jorge Luis Borges y a Pablo Neruda.
Parece simple embarcarse en la aventura escritural de concebir un libro de sonetos perfectos. Pero hay que tener en cuenta que quien se atreve a tan monumental tarea, tiene como referentes a los más grandes escritores en cualquier lengua. Por ejemplo, en Francia, a Clemente Marot (1496-1544), Pierre de Ronsard y Joachim du Bellay. Charles Baudelaire Paul Verlaine y Stéphane Mallarmé. En Inglaterra, a Thomas Wyatt (1503-1542), Henry Howard y William Shakespeare. En Estados Unidos, a Robert Frost, Longfellow, Jones Very, G. H. Boker y E. A. Robinson. En Alemania, a Rudolf Wekherlin y Ernst Schwabe y en Austria, a Rainer María Rilke.
En nuestro país, hay que hacerlo de la misma manera. Medirse con los mejores de nuestro parnaso. Con Manuel Rueda y Pedro Mir, con Franklin Mieses y con Manuel del Cabral, con René del Risco y con Federico Bermúdez.
El soneto que la autora dedica a los bardos, puede ser la clave para descodificar no solo la razón por la cual escribían los autores que le preceden, sino que se convierte en Ars Poética de ella misma, demostrando que el arte trascendente es un faro al cual se vuelve, porque su luz siempre nos llama.
«Conmover, eso intenta el gran poeta
y se adentra en extraños laberintos
de colores, palabras y recintos
tras la clave, recóndita, secreta.
Y persigue el rumor de una silueta
y se deja llevar por sus instintos
a escenarios y sueños tan distintos
que se esconden detrás de una careta.
No hay un solo patrón ni ruta extraña
ni algoritmos, pociones, ni brebajes
que acompañen al bardo en tal hazaña.
A la cima de luz de esa montaña
de emociones, asombros y paisajes
solo su alma de artista le acompaña».
Tras las barrancas, de la poeta Olga Lara, no solo es un maravilloso libro de setenta sonetos, es también un texto de dominio formal, de impecable manejo de la lengua y de plena conciencia de las posibilidades estéticas del lenguaje y de la imaginación. Son contados los poetas que asumen el reto de trillar con un discurso nuevo, un género poético en donde los forjadores de las grandes culturas cincelaron sus nombres para la posteridad. Son poquísimos los poetas dominicanos que han escrito sonetos melódicos perfectos y vale decir también, que, en esta tarea, la presencia femenina es casi inexistente. Olga Lara aceptó el reto y ha salido de la batalla con el rostro reluciente y la frente invicta. Ostentando un libro donde fluye la lumbre y la armonía, convirtiéndolo en la hermosa diadema que solo consiguen los genuinos oficiantes de la palabra. Con el libro Tras las barrancas, ella ha logrado por méritos propios, poner su nombre junto a los grandes sonetistas de nuestra lengua.