Esta octava edición 2023 de la revista digital Voz Literaria (septiembre-diciembre), es especial porque publicamos los trabajos leídos en nuestro Reconocimiento Anual 2023, el cual se efectuó el viernes 8 de septiembre en el Salón de Actos, del antiguo Palacio de Justicia. Dicha premiación se realizaba el 30 de junio, para conmemorar la fundación del Taller Literario Virgilio Díaz Grullón (1994), recinto Santiago de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Durante veinticinco años tuvimos realizándolo de manera interrumpida, pero las autoridades de la gestión anterior del recinto no lo hicieron. Es por eso, retomamos la versión número 26, gracias al apoyo Director General Juan Arias y Carlos Arroyo, encargado del área de postgrado, pero también festejamos nuestros 29 años. Igualmente, publicamos la participación del taller en la XXV Feria Internacional del Libro 2023.

Enegildo Peña: Palabras de premiación, pág. 2. Julio Adames: Palabras de agradecimiento, pág. 8. Creaciones de algunos de los homenajeados: Julio Adamas e Ibeth Guzmán, pág. 12. Palabras recibidas de algunas personalidades y escritores dominicanos, pág. 15. Participación del taller en XXV Feria Internacional del Libro 2023, pág. 19. Arelis Albino: Poemas, pág. 23. Juana García: Microrrelatos, pág. 25. Marcela Mirabal: Puesta en circulación de su libro Las crónicas sin tiempo, Feria Internacional del Libro 2023, pág. 26.

Algunos trabajos de los homenajeados en el Reconcomiendo Anual 2023, son publicados en Voz Literaria, correspondiente a septiembre-diciembre, en esta ocasión las voces de Julio Adames e Ibeth Guzmán:

Vampiros

(Cuento de Julio Adames)

La carreta se detuvo en medio de una ola de polvo y chirridos de ruedas oxidadas. Primero baja un viejo de contextura fláccida, y luego, refunfuñando, una niña pequeña de aspecto huraño y sin peinar. El viejo la sujeta por el cuello con un fuerte correaje de cuero, obligándola a seguirlo. Ambos visten ropas andrajosas. El viejo se pasa una mano por la cara reseca. Y luego de amarrar a la niña a un montón de maleza e inspeccionar el área, coloca en el suelo un pocillo en el que vierte, extrayéndolo de un frasco, un líquido rojizo. La niña lanza un primer alarido y mira al viejo con expresión diabólica y comienza a agitarse con gran vivacidad. Sus ojillos brillan ocultos en la enorme maraña de cabellos que le cubre el rostro. El viejo observa sentado sobre un banco de piedras. Y toma notas en su libreta, como trazando una especie de  inventario.  Nuevamente, niña se revuelca en el polvo, lanza bruscos zarpazos al aire y luego, ya de pie, intenta destrozar la atadura a dentelladas. Pero el viejo jalona la correa y la hace caer de rodillas. Se alza un olor a frutas podridas pisoteadas por caballos. La niña profiere insultos contra el viejo en un lenguaje extraño. En sus ojos, la luna inflada de luz se hace más intensa. Entonces el viejo da un puntapié a la vasija aproximándola como a un metro de distancia de la niña. Esta mira como hipnotizada el movimiento de sangre al fondo del cuenco de aluminio y empieza a inquietarse, a gritar como loca, a surgir desde un llanto que pronto se torna en violento bufido, en desenfreno. De pronto, su rostro comienza a transformarse dando paso a una dermis flexible, elástica y ruin en que vence otra naturaleza. Toda la piel va cediendo a un tejido de ratón reluciente, a una urdimbre tupida y oscura bajo cuyo tejido el corazón ha empezado a comenzado a golpear tenazmente en una irrigación incontrolable. En la boquita de puchero de la que antes fuera una niña, se oye como un rompimiento de placentas de filosos colmillos. Confirmada su sospecha, el viejo se incorpora, maldice en voz baja, sacude la pana sucia del pantalón y a continuación se dirige a la carreta. De allí regresa con un macuto de guano descolorido de donde extrae la estaca y el mazo de hierro que suele utilizar en estos casos. El viejo sabe que será insoportable. A pesar de los años en el oficio, aún no se acostumbra. Entonces, para liberarse de las dudas que se le están amotinado en la cabeza, empieza a caminar alrededor de la criatura amagándole con la estaca, hablando el brazo cada vez que ésta, enfurecida, intenta morderlo; y después, embostándola, cerrando ese abismo entre los dos, atrapa entre los pies la cabecita de la criatura, alza la estaca a la altura del pecho y, con un rápido movimiento y un fuerte mazazo, la hunde por completo. El animal da un fuerte chillido, convulsiona, y expira en el acto. Más tarde, mientras el fuego prende fuego al cadáver, llora, desorientado. Luego recoge el morral de las herramientas y demás pertenencias, y sube a la carreta. Azuza los caballos y, sin volver la vista atrás, se pierde en la espesura de la noche.

Pasaje védico

(Poema de Julio Adames)

Ilustración del poema Paisaje védico.

El problema es mi baile geométrico sin cabeza, mi corazón, su grito védico atrapado en la malla del alba.

Y es mi destello pensativo en la flor roja de la noche, girando magro en función de la muerte al acordarme de ti, al soplar justo en el sitio donde la Realidad enaltece flama naciente en dedos y paja.

El problema es Dios y la carretilla dañada y el farol roto en el azar más profundo, y la luz de mis vísceras taponando un agujero negro.

El problema es toda esta Llanura, y el inmenso Vacío donde mi arte arroja ráfagas de besos al último hálito de La Eternidad y donde mi violín adúltero, arruinándose, quema agujas de la razón al momento de zozobrar metafísicamente, mientras mi luz hace goteras en los techos de zinc de tu sangre.

Y es el lodo que no se despega del placer de su raíz virgen; es la leche del silencio y la emoción mística en los ojos del animal herido, despierto a cualquier hora.

El problema es mi espejo llorando boca abajo, rozando los atajos de la miel de tu miedo, vencido por Dios en lo masticado de la vida.

Microrrelatos de Ibeth Guzmán

 Reconciliación

Volver a ti, volver al ring. Pongámonos los guantes.

Una pregunta

Vestida de militar, coja, hace la fila de discapacitados. Huellas de guerra, le pregunté. Reumatismo, respondió.

A los pies de mi esposa

Primero la blusa… siguió la falda… luego el sostén… los pantis. Era una mujer muy hermosa. Cuando ella se quitó los zapatos, él decidió abandonarla.

Compadres

Cuándo la descubrió siéndole infiel, le exigió al amante que le pagara. Aquel muerto de hambre pagó con los únicos cincuenta centavos que tenía. A partir de ese día, el marido le pagaba con cincuenta centavos cada labor de su deber de esposa. El desayuno, la comida, la cena, el lavado de la ropa y otros detalles se los retribuía con la generosa ofrenda.

Desmoralizada, una noche lo esperó vestida sensualmente e hicieron el amor con la fruición de los recién casados. Cuando lo sorprendió camino a la mesita de noche para colocarle la humillante moneda, ella le susurró: Subió la tarifa, ahora debes dejarme a mí los mismos tres pesos que el compadre Julián le deja a su mujer desde que la encontró contigo.