Sergio Ramírez ha afirmado que, dentro de todos los temas, el poder es el que más le apasiona. Esto se nota en más de una de sus obras, tal es el caso de Tongolele no sabía bailar. Novela, esta, en la que vuelve a tocar el uso y abuso del poder, en este caso, desde lo que podría llamarse la cara absurda de la historia. De un gobierno a manos de quienes otrora fueron llamados revolucionarios, hoy abrazan las ruines causas de una dictadura. De un grupo de hombres y mujeres que hoy repiten los bochornosos hechos que repudiaron en el ayer.

La historia cuenta de una revuelta popular en la ciudad de Managua, misma que fue protagonizada, principalmente por estudiantes universitarios y reprimida por la fuerza pública, a manos de Tongolele; comisionado del servicio de inteligencia del gobierno y capaz de los más horrendos crímenes, a fin de tener el control del poder. Dentro de sus acciones figuran muertes, violaciones, golpizas, extorsión, traición y tráfico ilegal de distintas índoles. La lucha armada entre subversivos y las fuerzas del poder se salen de control hasta punto de ser traicionado y muerto a mano de sus iguales.

Para contar esta historia, Sergio Ramírez no soslaya ningún detalle, conjuga la Nicaragua empobrecida con la que ostenta los últimos avances tecnológicos y el consumo de productos de alto costo. Asimismo, las reminiscencias de la lucha de las guerras de guerrillas con el giro adverso de lo que sería el triunfo de la revolución. También trae el pasado a convivir con el presente, los medios de comunicación tradicionales compiten con los posmodernos, internet, correos electrónicos, cuentas en las redes sociales, radio televisión, prensa y el pasquín.

Tongolele no sabía bailar.

Las ideas revolucionarias del pasado se confunden con las del presente, el giro lingüístico permea toda la obra. Quienes se llaman revolucionarios, hoy, son los mismos que oprimen al pueblo. Quienes le niegan la libertad de expresión, el derecho a disentir y el sueño de la prosperidad colectiva. Dentro de este grupo figura una parte de aquellos que en el pasado lucharon por la revolución que puso fin a la dictadura de Somoza. Los que mantienen el propósito de exigir una mejor suerte para todos se les acusa de golpistas. Pasado y presente enfrentan sus caras con lo mejor y lo peor de sus acciones y su forma de ver el ejercicio de la política y el poder.

Como en todo régimen dictatorial se pretende callar e invalidar a los disidentes por medio de la violencia. En este caso no distingue investidura, curas y pastores son maltratados, ya sea por ellos estar del lado del pueblo o alguno de sus relacionados; como en el caso del pastor. Aunque en algunos casos se dificulta, producto del uso de las redes sociales que permiten a cada uno ser denunciante o apoyador de cualquier hecho.  Se dan las complicidades inesperadas, por ejemplo, el traslado del obispo al Vaticano con roles de baja investidura y acciones, prácticamente en el anonimato.

Otro punto neurálgico de este tipo de régimen son los valores morales. Es la lealtad cuestionada ¿Quién es tu amigo, tu aliado? ¿Hasta cuándo dura la amistad? ¿Hasta cuándo duran los beneficios, las prebendas entre los que se usan mutuamente para estar cerca del poder? La traición es un mal constante, nadie es de fiar, la hipocresía entre funcionarios y allegados al régimen en otra constante. El erario se utiliza más para gastos que garanticen el mantenerse en el poder que para resolver los problemas nacionales, no hay transparencia en este sentido, el pueblo se mantiene entre la pobreza y el miedo.

Los puntos más creativos de esta novela lo constituyen la recreación de los detalles y los personajes.  Cada espacio, cada personaje y cada hecho es descrito con minuciosidad. Las viviendas son descritas con todos los pormenores de la clase social que representan. Los espacios dejan claro el lugar y la clase que los ocupa, dentro de una Managua con grandes desigualdades, distintas identidades y segregación social.  Lord Dixon, este locuaz personaje encarna la segunda conciencia del inspector Morales, su sentido común, quien le alerta del peligro, quien le presenta la otra cara de la moneda, el punto ciego. La profesora Zoraida, la distopía, locura, desviación de la razón y centro de la superstición, el ancla de un gobierno que se maneja fuera del equilibrio y la razón.

En fin, esta novela se puede calificar como un referente de indignación ante el abuso. Una denuncia sobre hechos vergonzosos que ya han debido estar fuera acción, como la extorción, el exilio forzado, la censura, represión y asesinatos de todo tipo.  Una mezcla del atraso social, económico de las mayorías y el dispendio de recursos en compras de armas y equipos de inteligencia para torturar a los disidentes. Una lucha entre las mentalidades retrogradas y los puntos de vista orientados a los avances y vicios de la posmodernidad.