Ser un constructor de versos es lo mismo que ser un arquitecto del ritmo y las metáforas, sobre todo cuando estas sacuden el alma como la fuerte marea de mar embravecido, como el disruptivo volar de mariposas que asaltan el espíritu soñador. Por eso, no es extraño que el canto en la poética del libro Todos los mares un verso de Joel J. García sea un dulce deleite espiritual con olor a salitre costero, cual si fuera un ensarte de peces atrincherados en el viento seco y lerdo de su aldea natal, donde las pequeñas cuadras que la forman son su isla sostenida en su memoria. Por más ahondamiento de sus versos, ella flota en su concierto rítmico, tal y como lo dice en la última estrofa de su poema Todas las luces jóvenes de su isla, págs. 30-31:

En este tiempo

caben en ella el misterio

y el lucero,

y en mí

aves que fabrican un amor

en la mañana de su voz.

Joel Julio García.

Joel J. García es una figura joven de las nuevas voces poéticas de la región Este, radicado allí en La Romana. Es de esos que anda sobre una Escalera de Papel multiplicando los sueños culturales y literarios. Es de esos que se dedica a recolectar versos ahumados de olor a azúcar y salitre. El poeta construye una versificación impecable en el decir y el sentimiento de lo dicho, es un hilar de ritmo que encaja en el perfecto contratiempo de la musicalidad versificada en un decir de dolor, pero también donde el amor alcanza tonos de exaltación sublime, aunque igual no dejan de danzar las penas del poeta como nos lo dice en el trozo de su poema La primera casa, pág. 29… 

En esta casa

todavía se entra a un cuarto

como por un recuerdo.

Aquí, ahora, todo es polvo, 

soledad,

flauta adentro,

mapa

y nave al sur de una herida.

Libro, portada.

Este autor viene del mar, es un auténtico hijo de las olas, su infancia y adolescencia están tejidas de viento salobre y olor de peces hechos de colores de arcoíris. Su niñez posiblemente la pasó escuchando las murmuraciones de las olas de su aldea espiritual de Boca de Yuma.

Allí empezó a pescar versos con sabor a salitre, metáforas con vuelo de gaviotas pertinaces. En él hay pájaros sobrevolando su alma, hay silencio construyendo una mezcla de recuerdos, él persigue el mar o el mar le persigue. En su poema Te escondías de la música de enero, pág. 9, nos dice:

y por eso

juntos

frente al puerto

borramos el decreto

de la tormenta,

los trazos heridos de tu historia,

lo oscuro y su mordida.

Comprendimos

para siempre

que nadie debe hundir todos sus vuelos

en el mar.

La poética de Joel J. García es mar, algo así como una filosofía para el amor, son versos recolectados del cantar de gaviotas, de pardos húmedos cangrejos, zumbidos en caracolas y pececillos de colores que juegan a la poesía en el alma de los pescadores de ilusiones, que dejan bañar de silenciosas espumas los pasillos recónditos de su hacer cotidiano.

El autor fue a leer temprano a los grandes de la poesía. Hurga por las páginas de los buenos poetas de la isla y se erige como un maestro de la palabra. Teje con habilidad el escenario de surgimiento del exquisito poema entre honduras de paz y la intensidad del desasosiego en el vivir diario… como se muestra en su poema En mañana de verano, pág. 22.

En esta mañana de verano

vuelvo a los patios con alas de azúcar,

suenan los zapatos de la mar,

 encuentro la tristeza

que va remando por los ojos de mi tío Manuel.

En esta mañana de verano

soy chichigua

y ando descalzo por el muelle.

Ven a mecerte el polvo de los pies

en la puerta de una estrella,

dice el abuelo…

La poética de Joel J. García es un vértigo escritural, un construir desde el lenguaje lúdico como recreaciones del instante inspirar. Sus versos son una profundidad lúcida que topeta el círculo de la vida existencial. En su poemario se hace infinito el vértigo interpretativo del leyente. Es una poética del desafío de lo pensado, del laberinto circundante de la realidad en las palabras.

Y es que el lenguaje en su poética es un hundirse en el fulgurante vértice de la trampa cautivadora del decir del verso. En sus poemas se siente el hechizo cinético del juego verbal. Es un decir y hacer poético que remienda sentimientos rotos.

Este hacer poético de Joel J. García recoge en palabras el temblar de la presencia, como si de pie frente a la luz convirtiera en poesía el zigzaguear de un río interior que va desvelando honduras de emociones en el sondear de imágenes de rituales cósmicos, en donde se perpetúa lo insondable de lo pequeño llevado al verso con un dibujado ondear de metáforas y giros que crean y recrean nuevos mundos ficticios en el leyente. Nuestro escritor, desde una poética de la cautivación, se nos avalancha en un romper de recuerdos entre musicalidad de olas y sensación de salitre con aroma de deseos prohibidos. En él, un despliegue de lírica alfombra de palabras vuelven mágicas las pasiones dormidas del poeta y, por supuesto, del lector, quien sale ganancioso en este envolver visual, cuyo coral de sensaciones lo sepulta en el más hondo sentimiento del poemario.

Esta poesía, arraigada en colores auditivos vibrantes, hace posible construir arcoíris frente al silencio de los dioses. Es una poesía de sonoro canto de tierra y mar. Esta va imbuida de sombríos desarraigos de la pasión manifiesta, es una poética con tinturas melancólicas y de un alto contenido simbólico, tocada de un profundo contenido humanista.