En primera instancia, un entrañable amigo (alguien que ha significado en mi vida más de lo que él se imagina y más de lo que yo le he confesado), me llamó para decirme que su hermana había escrito una novela, un libro que había leído con pasión por la cercanía con los personajes de la historia y que no sabía si su impresión sobre el texto era compartida por alguien más.
“¡Léala!”, me dijo.
En otras conversaciones, aquella lectura que debía ser íntima, devino en un acto público y ahora, ante ustedes, mis hermanos, confieso mis notas sobre una lectura por encargo que, contrario a lo que pudiera entenderse por la expresión, resultó una grata sorpresa.
Debo reconocer que el título es bueno, lo digo mercadológicamente, cosa de la cual estoy seguro su autora no pensó, pues el sentido narrativo (y su hoja de vida) revelan que no está buscando convertirse en “best seller” ni caer en la vanidad de tener centenares de libros vendidos (aunque recomiendo que lo compren); las veces que dije el nombre de la obra, las mujeres, en especial, afirmaron: “suena interesante”.
En la literatura ha preocupado el tema. Por ejemplo para Michel de Montaigne la fealdad de los hombres tenía que ver con la estatura y el mismo se consideró feo pues su talla era un poco interior a la media, según se describe.
Más cercano a nuestro tiempo y espacio, el cuento “La noche de los feos” (del libro “La muerte y otras sorpresas”) del escritor uruguayo Mario Benedetti, narra la importancia que la sociedad brinda a la belleza física, la impronta mediática que dirige nuestras vidas y el hallarse aceptado, por otro igual de feo.
Rosa Montero con "La Gloria de los Feos" y “La melancolía de los feos” de Mario Mendoza, se suman a esta tradición narrativa. Pero ojo, son cuentos, ahora hablaremos de una novela, una narración de largo aliento.
En la plástica contemporánea hemos tenido el feísmo, como una tendencia artística que valora estéticamente lo feo, entre las que se destacan por ejemplo las obras de Francis Bacon (no el pensador sino el pintor británico). Las obras feístas tienen la característica de expresar una versión recreada repulsiva de objetos cotidianos, animales domésticos o reconocidos, personas o lugares.
Lo feo, en la cultura popular dominicana, es diferente al feo (la persona). Por ejemplo una situación no es fea sino que “se pone fea”, cuando corresponde más bien un adjetivo como “interesante” o “complicado”.
El reducto del machismo, en una sentencia de violencia sexual absoluta se expresa en que “no hay mujeres feas, lo que hay es poco romo”.
Respondiendo al hit musical de El Gran Combo y Andy Montañés, donde con una larga lista de personas se invitaba a despedirse porque la semana que viene se produciría la “Eliminación de los feos”. A los boricuas le respondería el inmenso Johnny Ventura, quien se confiesa un buen elegido para defender su clase, respondiendo con “La Protesta de los Feos”. Un tiempo más tarde, otro merengue, de su rival musical Wilfrido Vargas, llegaría con la voz de su hija Alina, pregonando “¡Que se mueran los feos!”.
Eran los tiempos en los que el bulling, no tenía nombre. La cuerda y el “poner apodo”, encontraba a un ser humano con mayores fortalezas interiores y así, muy temprano, el cojo hizo conciencia de su dificultad, el tuerto era tuerto, el manco, manco, y el mundo era capaz de aplaudir lo que ahora que vivimos en la entrecomillada “sociedad inclusiva”, no imaginamos a nuestro adolescentes comprando y haciendo éxito a un enano, como el caso de Nelson Ned, quien en esa viaje sociedad fuera un ídolo de la canción romántica (sin ser un sex simbol, porque se delimitaba la calidad a lo sexual)… teníamos artistas ciegos (sin que nadie bromeara con su condición), trans y homosexuales que no enrostraban su preferencia y que se esforzaban por ser apreciados por un trabajo de calidad.
Lo negro desde el jazz hasta la bachata, no parecía importar demasiado: vimos a Michael Jack, el astro más grande que hemos visto en escena, pasar de niño negro, a adolescente moreno a adulto blanco.
Hemos puesto en contexto de este tiempo la noción de apreciar lo bello: herencia de la antigüedad, que separó temprano, aunque de modo sesgado: las bellas artes y las artes útiles para caer en los actuales momentos en que si bien alguien puede autopercibirse como niño de ocho años, aún siendo abuelo, y exigir (en algunos casos legalmente) que se le trate y considere, no como lo que biológicamente es sino como mentalmente se sienta: ¿por qué ser feo debe ser un problema? Bastaría con autopercibirse lindo y, como por arte de magia, ser lindo!
Pero no es así.
En esta sociedad de redes y fakes, el hedonismo marca la pauta en la procura del placer de verse bien, aun sea enmascarando la fealdad: las fotos mienten en filtro que hacen más blancos, menos gordos, más depurada y tersa la piel, y va a parar en la pantalla de celulares de gente que no nos importan y a los que no les importamos, pero que en la falsa apreciación de la realidad y lo bueno, invertirnos tiempo, atención y juicio en el canto a la vanidad.
Está vedado hablar de la fealdad.
¿Quién es feo hoy día?
Para la Real Academia “feo” es Desprovisto de belleza y hermosura.
En verdad hoy, reconocerse feo, es prácticamente un derecho, pendiente de reclamantes.
Esta novela de Guillermina Izquierdo Reinoso, sacude las fibras de sus lectores. Una historia terrible, marcada por signos, presagios y fe, mantienen en sus seis capítulos la historia de Chinchita, la hija de Luciano Evelio y María Altagracia (Maritata), integrante de una familia, en apariencia de las tradicionales de nuestros campos, de 3 hijos y 3 hijas.
Es el telar de fondo para un calvario que se marca desde el nacimiento de la protagonista, en 1930, hasta el auge y declive de la familia Reina Mentero.
La novela es una carga de símbolos, no se preocupen que no es un spoiler, les dejaré para que descubran en la aventura de la lectura (hay gente que estas tareas les cuenta todo, aunque quiero no es mi caso).
Maritata es, además del personaje mejor construido, la encarnación de la crueldad, que termina sus días en la piedad de quien ha maltratado, caso recurrente en nuestra realidad.
En la novela es el símbolo del peor y más brutal racismo, que -ojo- en el caso dominicano es estético: el pelo malo, el prieto. Capaz de renegar su rol de madre sistemáticamente por una apreciación preconcebida de “belleza”, un ideal que persigue aun para negarse (es morena pero odia los negros, avejenta pero jamás reconoce su edad, es violenta con el débil y sumisa ante quien tenga autoridad).
Su hija predilecta es rechazada a la hora de matrimoniarse con un negro. Aunque no se escribe se aprecia la concepción racial, en la tradición coloquial criolla, que deja sin una frase opuesta la expresión “maldito negro”, en el imaginario cultural se cree que el negro debe ajustarse a los cánones y cualquier expresión adversa o cuestionadora debe ser observada y a toda costa sancionada y no hay una correspondiente al “maldito blanco”, lo mas cercano es “jojoto” o “deteñío”, pero nunca maldito…
La novela es una narración lineal. No hay pretensiones de juegos y recursos que afecten la estructura.
La voz narradora es omnisciente: es un ojo que todo lo observa y todo lo sabe. Conoce el destino de los personajes y en algunos párrafos a ser un testigo: en estos casos sus juicios son soportados por referencias bíblicas, que prefiguran el final de su personaje: una mujer estoica.
Me consta que no es la voluntad de la escritora pero ha construido la primera mujer estoica, en el testimonial narrativo dominicano: todos los preceptos de esta escuela filosófica que si bien fundó en el siglo III antes de Cristo, Zenón de Citio, en Atenas, lo reconocemos en nuestros días por el ejemplo de vida de Marco Aurelio, son cumplidos por una mujer que aprende a leer por sí, que tiene toda la vida iniciando el día a las cuatro de la mañana y que todo lo adverso del mundo no hizo sino que modelar su carácter.
Guillermina se presenta con fuerza en esta novela, su primera, es lingüista y por eso cuida las palabras, hace aportes y uso impecable de signos, por lo cual se facilita tanto la lectura.
Aportes toponímicos, aparecen no como lecciones sino como revelaciones de una mujer que escribe desde una solida formación cultural, bíblica especialmente.
Aunque no es pecado, la pasión narradora de la primeriza, la lleva a querer describirlo todo, lo cual aporta a los lectores más jóvenes, el recurso cinematográfico para saber cómo es el entorno de un campo en esta República, en los años que transcurre la historia.
Guillermina es teóloga y, aunque no lo expresa de manera tácita, es una creyente en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. De ahí que los juicios se expresen en medio de un sutil feminismo, de quien ve la realidad de entonces con el lente del ahora, en un rol formativo y cuestionador que fija postura sobre temas tan complicado como el aborto.
Guaurabo, es un particular Macondo donde funda, los dolores y las esperanzas de un personaje que lo vence todo y a todos: la sociedad cómplice de los abusos de padres, que ignora los conflictos de violencia entre parejas, que normaliza la violación sexual, que tiene al chisme como catalizador de desgracias… ¿la sociedad de la época? ¿Es que acaso Guillermina nos invita a vernos como mulos pastando en la misma pradera de aquellos tiempos de la Era, perplejos, ignorantes de la realidad violenta que nos circunda, de la complicidad enredada en silencios que tejen una madeja de doble morales?
Estampas bien narradas como el enamoramiento primero de Chinchita, la experiencia traumática de la escuela, las escenas frente a la malvada Maritata, el jocoso incidente de la bicicleta en el que es confundida con una japonesa, aunque narrados linealmente, como quien hace crónica de un ser al que admira, cuida los detalles y oculta nombres para colocarle “fulano”, un apelativo dominicano para mantener la confidencialidad.
“También las feas tienen derecho”, más que protesta y reclamo por aceptación, es una novela que nos habla de otra cosa. Mi experiencia es la fortaleza de la intrahistoria, la de un alma preciosa, cristiana aun antes de reconocer a Jesucristo como el Señor y dador de la vida eterna.
Ahí reside el gran aporte de esta obra a la literatura dominicana, al ser una narrativa mística, de muy escasa tradición y con la novedad de traernos a la creación una portentosa y autentica voz de mujer.
Finalmente debo ser más honesto aun: Chinchita nos hará llorar, pero también nos dará la mejor de las lecciones: Dios bendice al que le cree y prospera a quien trabaja.
Eufemia, nos llenará de esperanzas de que no existe mayor tesoro que tener la salvación de Dios.