Susana y los cazadores de moscas”, novela publicada por Pío Baroja en 1938, nos sitúa en el París dos años anterior, donde llega el protagonista, un español, Miguel Salazar. Hijo de un boticario de La Mancha, con una carrera frustrada, empleado en la farmacia madrileña de una viuda que le encarga una gestión en la capital francesa. No es la única de esta condición en la constelación de mujeres descentradas del orden establecido, que ronda el universo de la novela.

Al poco tiempo de su llegada estalla el golpe militar que desató la Guerra Civil en España y le impide regresar a Madrid. Miguel consigue ganarse la vida con sus conocimientos de química y de idiomas. Sin ambición alguna, se adapta a la austeridad y empieza moverse por la Ciudad Universitaria. Allí conoce mujeres que escapan o que, debido circunstancias varias, no pueden responder al modelo burgués, es decir, el de esposas y madres bajo la protección de un marido.

Pío Baroja.

A partir de esta condición femenina, el narrador analiza, como a través del microscopio, el organismo social que contempla agitarse, con sus intereses, mentiras, temores y frustraciones. En primer lugar, está Ernestina, una institutriz separada del marido, que ha trabajado en España y ha vuelto a París; disfruta de la pensión del exmarido, pero pretende buscarse un hombre “que la dirija”. Miguel le explica que eso sería un error, ya que se expone a que un sinvergüenza o un bruto la explote de manera indigna.

Además de la institutriz, y frente a las lánguidas damas decimonónicas que Baroja pudo conocer, surgen otras que acuden a la Universidad. Miguel observa que hay “estudiantas” de Química, Geometría y Ginecología, mujeres “más auténticas, más verídicas”, pues “sobre la verdad es donde se puede basar algo de valor”.

Junto a las “estudiantas” hay mujeres bohemias, libres de prejuicios, como una inglesa de aguda inteligencia, inventora y jugadora de ajedrez, también divorciada, cuyas amigas son una estudiante china, de aire fiero como una amazona, y una pintora polaca. También sus caseras, una viuda de setenta años con una hija solterona de cincuenta, y una criada bretona, más alegre y dada a la bebida. Las tres demuestran una fuerte personalidad y lo ponen al día sobre la vida de los demás.

La mayor dificultad narrativa en “Susana y los cazadores de moscas” reside en cómo resolver la relación amorosa con Susana, una mujer superior encadenada al padre, neurótico y obsesionado con las moscas.

En un ambiente de artistas, bohemios y excéntricos, Miguel conoce a Susana, hija de un pintor, bella, inteligente, de sorprendente erudición.  La joven ha obtenido plaza de archivera, trabajo que le permite ser independiente. Pero, al conocer al padre se descubre que no disfruta de la libertad a que tendría derecho. Posesivo, egoísta y misógino, acapara a su hija y la aleja de cualquiera que pretenda su mano, con el argumento de que se los hombres sólo buscan vivir de su fortuna y del trabajo de la joven. Incluso prefiere que Susana tenga un amante.

Tampoco responden al modelo burgués las mujeres casadas del universo social al que accede Miguel. La señora Frossard y su madre, por ejemplo, están casadas, pero se citan con amigos en el bois de Boulogne, lugar de no muy buena fama para la burguesía. No hay defecto que Miguel deje de encontrar en el mundo femenino donde las mujeres, compitiendo entre sí, se disputan a un hombre.

Esta constelación de mujeres no responde a un feminismo abierto y generoso por parte de un autor con fama de misógino. Además, el narrador reniega del matrimonio burgués que coarta las libertades individuales y lanza a los varones a una carrera por el éxito económico, requisito para fundar una familia y asegurar su supervivencia. Miguel, reacio a esta dinámica social, prefiere aceptar la miseria con serenidad y no caer en la tentación de aprovecharse de las mujeres, lo que demuestra devolviendo a la farmacéutica viuda el dinero que puso a su disposición, cuando lo envió a París. La ironía barojiana trae a colación la historia de Landrú, que aterrorizó al París de su tiempo por estafar a trecientas mujeres y asesinar a once.

La mayor dificultad narrativa en “Susana y los cazadores de moscas” reside en cómo resolver la relación amorosa con Susana, una mujer superior encadenada al padre, neurótico y obsesionado con las moscas. Este prefiere tener a la hija enferma, antes que permitirle ser feliz con el hombre que ama. Así ejemplifica Baroja el poder ejercido sobre la mujer. Para Miguel, escéptico y descreído, demoledor con el sistema social, Baroja sólo ofrece la solución de la muerte de Susana. Así, lo libra fácilmente del matrimonio.

 

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

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