Soledad, novela del argentino Bartolomé Mitre, presidente de su país y fundador del periódico La Nación, se escribe y publica por entregas en La Paz, en 1847, durante el exilio que padeció, debido a las guerras civiles y los enfrentamientos partidistas que protagonizó. Ambientada en Bolivia, en 1826, tras la Independencia, Mitre invita en el prólogo a la juventud americana a cultivar los géneros novelescos como una vía para dar a conocer la propia historia bajo “formas vivas y animadas copiadas de la sociedad en que vivimos”. Tal es su propósito en esta novela donde nítidamente se evidencia la mentalidad liberal del caudillo, que solo puede mirarse en el espejo de la Europa civilizada a la que aspira que se parezcan los países americanos.

Soledad responde al ideal de mujer americana que retrataron autores como José Mármol, Ignacio Altamirano, o Jorge Isaacs, viva imagen de un cuadro de Rafael, rubia, blanca y de ojos negros. Una fisonomía que resulta lo más alejado de las mujeres criollas, mulatas e indígenas que componen el rico y variado crisol étnico, resultado del mestizaje en Hispanoamérica.

Como imagen de la patria soñada, Soledad destaca por sus cualidades morales y por su insobornable lealtad a los mandatos del corazón. Próxima a cumplir los diecinueve años es ya una criatura desdichada y resignada a su suerte. Obligada a casarse con un hombre de sesenta años, ante la orfandad y la amenaza de la pobreza, su marido responde al modelo del pasado, como español que preserva los valores heredados de la Colonia, aunque está también resignado a aceptar los cambios que trae la Independencia. Ahora bien, la nueva sociedad se distingue muy poco de la pasada, pues repite sus rituales y usos sociales y cambia sólo en detalles superficiales, como el sustituir el chocolate por el té en las tardes durante las reuniones sociales.

Como novela romántica, o influida por el Romanticismo, Soledad presenta un triángulo amoroso en el que dos jóvenes se disputan el amor de la mujer. Los dos representan la sangre nueva de la sociedad que intenta asentarse imponiendo sus deseos, mas la mujer que ambos desean pertenece ya a un viejo, representante del orden colonial vencido.

El amor no puede triunfar sin el cumplimiento de normas elementales, en el caso de Eduardo, la necesidad de responder por una joven deshonrada ante su familia o, en el de Enrique, la postergación de los deseos cuando sus superiores lo llaman a filas. Además, no puede olvidarse la lealtad a unos valores y un orden que le impiden a Soledad entregarse a otro mientras viva el marido. Con todo, el Romanticismo trágico jamás admitiría un final feliz, por eso Mitre lo altera cuando se frustra el intento de suicido de Cecilia.

Desde el punto de vista de la historiografía literaria, la complejidad de esta novela es evidente. Podría considerarse fundacional, pero fue escrita, ambientada y publicada en Bolivia. El autor, que llegaría a ser presidente de la Argentina, ofrece una visión limitada del conjunto de la sociedad, un falseado reflejo que no deja ver personajes y escenarios fuera del canon social europeo. El mundo americano, sorprendentemente, se limita a la visión de la soberbia cumbre nevada del mítico Illimani, bajo cuya falda se extienden ricas y pintorescas haciendas, y a la presencia de una única indígena que carece de la dignidad de un nombre y se dirige a su patrona, Soledad, en lengua aimará.

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do