Cada vez que me acuerdo me siento frente a un cuadro de Edward Hooper #edwardhopper (de manera virtual, claro). Es como recrear diferentes etapas de mi existencia .
La soledad no como mendigando compañía. La soledad, tan real, innovadora, tan íntima. Similar a una ducha de agua fría en la madrugada. Al hombre que sienta en la silla verde de Presidente del colmado de turno a pensar sin interrupciones ni mujer e hijos que necesitan su apoyo. Siempre sucede los viernes por la tarde al final de las jornadas de esclavo moderno, de vida calendarizada al final de mes serás gente. No te preocupes, esclavo moderno, lo tuyo llega.
No solo Hooper recrea la soledad del siglo XX post guerra mundial. En el patio, nuestro Dioniso Blanco y sus jornaleras tapadas por grandes sombreros me inspiran soledad, distancia, cierta barrera natural. Luego Las casas a lo lejos. Solas en medio de la tierra. Solo eso me llamaba la atención de sus cuadros. No dejaba de ser oscuro y enigmático. ¿Qué escondían detrás de sus sombreros?
A los greñuses de las artistas plásticas que no se preocupen. Lo mío es traducción libre. Un ejercicio democrático sobre la mirada de los profanos. El arte es tan subjetivo y visceral. Las técnicas solo les sirven a los críticos y a los expertos. Nosotros, los mortales, nos conformamos con un trazo, un color , una mirada que nos cuestiona. Unos calvos de mala cara navegando en la yola de Chichí Cordero.
A estas horas del partido y la vida importan poco las técnicas y comerse el coco. Total, el siglo XXI es “líquido”, “cantar” procacidades por You Tube, defender “artistas” pedófilos y vale más un like que un verso de Rubén Darío. Nos convierten en consumidores del vacío más triste de la historia reciente.