Los milagros suelen ser tan simples, tan concretos, tan sencillos–yo diría que hasta tan lógicos — que para hacerse efectivos no hay para nada que alterar las misteriosas leyes de la naturaleza. Recuerdo que Renan, en su Vida de Jesús, sostiene, supongo que no sin cierta ironía, que Jesús pudo hacer milagros, pero que muchos magos de su tiempo también lo hacían.

¿Era acaso Jesús un mago? Qué voy yo a saberlo.  El hecho es que no puedo admitir que Jesús ni nadie tome polvo de la tierra, lo humedezca con saliva, lo frote en los ojos de un ciego y éste recupere la vista; no cabe en mi mente que una niña cuya muerte estaba comprobada, Cristo la hiciera volver a la vida diciendo que la niña simplemente dormía. Aunque me resulte una mentira descabellada, debo respetar a todo aquel que crea que el Nazareno hizo volver a la vida a un tal Lázaro que llevaba tres días de sepultado y cuyo cadáver ya despedía un olor pestilente. De igual manera, debo respetar a los que les plazca creer que en fracciones de segundos Jesús de Nazaret convirtió dos peces en millares, y unos tres panes en tal cantidad que pudieron comer de ellos cinco mil personas.

Jesús resucita a Lázaro.

No me queda más remedio que tolerar a quienes defienden la leyenda de que Jesús pasó cuarenta días con sus noches en el desierto, sin comer ni beber, y siendo tentado por el Diablo, con el consentimiento del “bondadoso” padre del Cristo. Espero que quienes crean en estas patrañas sean capaces de respetar el que yo no esté de acuerdo con ellas, y eso que mis lecturas favoritas se enmarcan en el ámbito de la ficción.

El beso de Judas y el delirio de Cristo

Cuando supuestamente Judas entrega a Jesús con un beso, uno de los seguidores del Maestro le corta una oreja al criado del Sumo Sacerdote. Es absurdo creer que aquello no provocara una confrontación sangrienta en la que se supone hubieran sido gravemente perjudicados los seguidores del “Mesías”, dadas la superioridad numérica de los acólitos del más alto dignatario religioso, y por el hecho de estos estar bien armados. Aún mucho más inadmisible resulta—al amparo de la razón– la forma tan tranquila como Jesús volvió a colocarle la oreja al hombre y que esta quedara como si no hubiera sido antes cortada, todo en unos cuantos segundos y sin otros instrumentos que sus manos. Dice el texto bíblico: “Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Jesús dijo: — Déjenlo; ya basta.

Y le tocó la oreja al criado y lo sanó”. ( Luc.22: 50-51)

En el relato de Mateo este hecho reviste tintes mucho más fabulosos: “ En eso, uno de los que estaban con Jesús sacó una espada y le cortó una oreja al criado del Sumo Sacerdote. Jesús le dijo: –Guarda tu espada en su lugar. Porque todos los que peleen con espada también a espada morirán. ¿No sabes que yo podría rogarle a mi padre y Él me mandaría ahora doce ejércitos de ángeles? Pero en ese caso, ¿cómo se cumplirían Las Escrituras, que dicen que debe suceder así?” (Mat.26: 51-54)

Cristo, según la leyenda judía el hijo de Dios, supuestamente concebido por intersección del Espíritu Santo, encarnado en la Virgen María, sin la intervención sexual de un hombre, en su consabido ejercicio megalómano bien pudo declararse rey del mundo o de gran parte de él, sin embargo asumió la idea de un reinado mínimo; se auto proclamó rey de los judíos.

“Jesús fue llevado ante el gobernador, quien le preguntó:

–¿Eres tú el rey de los judíos?

— Tú lo has dicho—contestó Jesús”. (Mat. 27: 11-12)

Acuerdos entre Dios y Satanás

Diablo y Jesús.

Según la cuestión bíblica, así como el dios de Israel permitió de manera impiadosa que el Diablo tentara a Job y mandara sobre él un montón de calamidades, como todos sabemos, de la misma manera, en las fábulas evangélicas, aunque no se nombra un acuerdo igual entre Dios y su rebelde hijo Satanás, el creyente debe dar por un asunto verdadero el que todas las tentaciones a las que el Diablo somete al llamado Hijo del Hombre, durante los cuarenta días con sus noches que el llamado Mesías estuvo en el desierto sin  probar alimento, suceden por la voluntad de su Padre celestial.

Como bien se sabe lo expresa el texto bíblico, el Diablo le pide a Jesús que convierta una piedra en pan, que si en verdad es el hijo de Dios se lance de la parte más alta del templo de Jerusalén; de igual manera, le promete grandes riquezas, incluyendo la posesión de todos los países del mundo si Cristo se humilla ante Él, sin lograr sus objetivos.

“Cuando ya el Diablo no encontró otra forma de poner a prueba a Jesús, se alejó de Él por algún tiempo”. (Luc. 4-13).

Como el texto de marras dice “por algún tiempo”, hemos de suponer que las tentaciones continuarían, y dada la consabida camaradería entre Dios y el el Diablo, también hemos de suponer que, de igual modo, con el complaciente consentimiento del primero. Dados todos los horrores y espantos del mundo, dadas todas las mentiras, principalmente religiosas y políticas sobre las que se sostiene la aventura humana sobre la tierra, hemos de suponer que ese acuerdo entre Dios y Satanás se mantiene de forma entusiasta.