Tras merecer el galardón, Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván en el 2007 con la obra Manolo y publicar tres novelas más, el escritor Edwin Disla publica su octavo texto, Sobre la peste y otros relatos. En la contraportada se especifica que en los quince relatos que componen esta nueva obra, la realidad se superpone a la fantasía y casi siempre está presente la figura espectral de la muerte:
«En las historias sobresalen las tragedias, como las griegas que, según Aristóteles, llevaban a los personajes a situaciones extremas del alma y de las emociones. En las de Disla, un médico se transforma en truhán; un escritor marginado muere en un asilo viendo alucinaciones; un abogado rico, debido a su vida de Casanova, termina arruinado; unos personajes se envuelven en los mitos y en las leyendas de las botijas; una mujer, obsesionada por un amor imposible, se lanza del balcón de un decimosexto piso; un sicario tiene que mantenerse huyendo porque sus excompañeros pretenden matarlo; un reportero de la guerra sandinista comparte su oficio, sin saberlo, con un enviado de la odiada CIA; un gobernador de provincia y sus cuatro acompañantes, son secuestrados sin causa aparente; un moreno, parecido a King Kong, amanece de repente convertido en un dandi blanco y rubio, hecho que lo conduce a vivir sucesos extraordinarios; un coronel es envenenado por pretender investigar el antiguo crimen de un sacerdote; una ninfómana provoca que un doctor moralista asesine a su vecino».
En el titulado Sobre la peste, relato que da el título a la obra, una pandemia causa la muerte de la mitad de la población dominicana; y en los restantes, un ingeniero, para su sorpresa, se encuentra con el autor material de la matanza más grande escenificada en su pueblo natal, Mao; un admirado profesor, el alcohol y las drogas lo convierten en mendigo, y por último, la fan más fiel y apasionada de Sandro, Mireya, lo sigue hasta la ciudad de Banfield, Buenos Aires, donde muere.
De los relatos, nos llama la atención el titulado Premortem, porque nos conduce de manera discreta al mundillo literario criollo, con sus afanes poéticos y novelísticos; competencias por espacios que casi nadie ocupa; proyectos que nunca llegan a la imprenta; el miedo a dejar los libros inconclusos, y a la muerte que a todos nos acecha. En Premortem se define el perfil de un personaje que desde lo alto del balcón, donde pasa sus últimos días en un hogar de ancianos, da vida a sus sueños de escritor atormentado, anotando la cotidianidad de un paisaje frontal que solo existe en su imaginación: jóvenes jugando béisbol, baloncesto y dominó, entretenidos en sus deportes y en los tragos; los niños divirtiéndose juagando trúcamelo y nadando a la orilla del río; y los adultos que en juergas y tragos de alcohol cocinaban en una enorme paila sobre leñas encendida, sin duda un suculento sancocho, mientras el escritor, sentado en su eterno balcón tomaba y retomaba las notas que darían vida y credibilidad a sus relatos. Observaba en cada detalle de la cotidianidad, lo que sería la materia prima de algún libro, con el que de seguro obtendría un galardón en los premios nacionales de literatura.
Ese personaje, que pasó sus días dedicado a la corrección de estilo y a sus afanes literarios, a sabiendas que aquella profesión era realmente improductiva, un día se desplomó, y lo encontraron muerto en su eterno balcón: «Cayó como esperaba: junto con el sol y desnudo como vino al mundo (…). Nadie lloró, tampoco hubo lamentos. Al día siguiente, en la prensa publicaron un breve comunicado anunciando su deceso (…). Citaron algunas de sus obras y destacaron que, como escritor, nunca se interesó en hacer amistades dentro del ámbito cultural criollo porque consideraba, similar a Pedro Henríquez Ureña, que en la República Dominicana la literatura es guerra y el que no está con su loriga, con su espada, con su armadura, está perdido. Y como él no era un gladiador, prefirió los ambientes de paz (…). Ignorado, decrepito, enfermo y protegido solo por sus hermanos, terminaba su existencia en este apartado y mugriento asilo de ancianos de Sabana Perdida, que cada día visitan más las ratas que los encargados de los envejecientes».
Los relatos de Disla nos hicieron perder la tranquilidad y nos condujeron por los caminos desconocidos de la impaciencia, debido a la forma y al desenlace de cada uno. Si nos preguntaran cuál de los relatos nos sorprendió más, contestaríamos en el acto: Pasajes de un reportero de Guerra. Creemos que se impondrá a los demás por su temática atrevida, calidad literaria y exquisitez de la prosa.
Esa sobrecogedora narración, que nos acerca a la realidad histórica de finales del siglo XX, será, reiteramos, uno de los más comentados. Leyéndolo —que debo confesar lo releí varias veces—, sin duda los de mi generación recordarán las vivencias de la juventud universitaria y de la vanguardia de los años posteriores al ajusticiamiento del tirano, Rafael Leónidas Trujillo. Las agrupaciones estudiantiles, «jóvenes idealistas, románticos, combatientes de la guerrilla», que lucharon contra los soldados del imperio en 1965, militaron en las organizaciones que se autodefinieron como comunistas, aportando sus sacrificios, sus héroes y muertos. En Pasajes de un reportero de Guerra nos encontramos de golpe con una crónica cargada de verdades, que Edwin Disla insiste en presentar como un cuento, un relato con el que intenta sustraer de la realidad a unos personajes del mundo periodístico dominicano y de la izquierda que, como muestra de solidaridad, entonces internacionalista, terminaron convertidos en reporteros en la heroica guerra de los nicaragüenses en su lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza.
«Marino», uno de los reporteros, cuyo nombre, sin proponérselo Disla, hace que rememoremos a un alto dirigente de la izquierda; este Marino surge desde la entraña de aquel conflicto armado centroamericano, con sabor a versión creíble; personaje, insisto que real o ficticio, de un periodista que viajó junto a otro corresponsal izquierdista también fácilmente identificable, para dar seguimiento a la guerra, en cuyo accionar, Marino fue dejando la traza de un agente de inteligencia, delator al servicio de organismos nacionales y extranjeros.
Edwin Disla expone detalles desconocidos de la participación de los dos reporteros que se arriesgaron con sus cámaras, libretas y micrófonos, corriendo, temerosos, de los bombardeos de la aviación somocista; al tiempo que Marino se mostraba discreto, diligente y cómplice de los que apoyaban la dictadura, en una actitud que tuvo sus orígenes durante los terribles doce años de Balaguer. El supuesto agente infiltrado permaneció durante largo tiempo compartiendo las penurias de los dirigentes más destacados de aquel período. Fue hecho prisionero estando junto con ellos, y en la cárcel de La Victoria, lugar en que, según el autor de La peste y otros relatos, permaneció con el rostro apesadumbrado y era el «único que no compartía ni la comida ni los libros, y vivía diciéndome, amargado, que él era un pequeño burgués que nunca debió meterse en esta vaina».
El relato motivará conversaciones, tertulias, discusiones literarias y políticas, pues aún viven protagonistas de ese período. Disla seguro sabrá darles las puntualizaciones necesarias, y les delimitará lo que del relato es, por un lado, verdad histórica, y por el otro, ficción.
«Aunque a veces estos relatos no se ajustan al modelo tradicional —como se notifica en la contraportada—, monotemático, brevedad, narrador único y escaso de personajes, son indudables las influencias de los maestros del género: Juan Bosch, Julio Cortázar y Ernest Hemingway. Para Aristóteles, los espectadores griegos, por medio de la tragedia, podían comprender mejor el tipo de comportamiento que debería llevar el ser humano para redimirse. ¿Acaso es lo que Edwin Disla persigue con esta obra? El lector, cuando termine de leerla, lo descubrirá». Nosotros lo descubrimos dejándonos llevar de la prosa exquisita de texto y de sus fascinantes historias, que situará a Disla, como ya apuntan destacados críticos, entre los más importantes escritores de la actualidad en la República Dominicana.