A veces nuestra visión de la libertad se mueve como dentro de una nebulosa, pero lo que sí tenemos bien claro es el hecho de que esto, que a veces no podemos definir del todo muy bien, es y debe ser nuestro valor esencial, tal vez la cuestión más digna de ser defendida en caso de ser amenazada, la razón fundamental por la que se vale cualquier guerra, ya sea para conquistarla o recuperarla.
En el caso de los artistas, los de profunda y sincera pasión por lo que hacen, su libertad creativa es, o debe ser, cuestión cardinal, algo de vida o muerte. Por eso a éstos los hace padecer bastante el hecho de tener que someterse a ciertas servidumbres económicas y hasta políticas, en la supuesta búsqueda de su libertad creativa, que es lo que más les importa. Lo malo de esto es que, con las excepciones de siempre, esta sujeción a un poder o voluntad externa, opera, las más de las veces, de forma negativa contra el valor de las obras de los creadores.
Es muy triste que sea así, pero es imposible la creación artística desde la libertad absoluta. Además, en la mayoría de los casos nunca será posible tal libertad absoluta. O te someten las carencias materiales, o lo hace el trabajo remunerado para garantizar la subsistencia, sea que se haga de forma independiente, en el área privada, o bajo la férula del poder político-estatal.
Lo importante es que el creador sepa jugar con todo esto, moverse de manera tal que pueda disponer del mayor tiempo posible para dedicarlo a su obra de creación, a sus ejercicios imaginativos, que es, que debe ser, la única forma de por lo menos aproximarse a su verdadera libertad, a la mayor disponibilidad de tiempo para dedicarlo a su obra, que es lo que debe importarle.
Es verdad que a veces no tenemos del todo claro lo que es la libertad. Podemos tener dudas sobre sus límites y sus alcances, pero de lo que no tenemos dudas es de cuando nos falta, de cuando su ausencia nos abruma y humilla.
Conocemos muy bien la servidumbre que puede generar la falta de libertad, los límites que impone a nuestra capacidad de pensar o accionar por cuenta propia.
Hay una falta de libertad que opera como producto del dominio de otro u otros sobre uno. Hay otra falta de libertad mucho más triste, mucho más lacaya: aquella que hemos elegido voluntariamente, sólo por el miedo a abandonar nuestras costumbres viciosas, por temor al riesgo que conlleva actuar y pensar con absoluta independencia; por la creencia de que esa deseada libertad puede convertirse en una esclavitud mayor que la padecida.
La incapacidad de arriesgarnos prueba, más que ninguna otra cosa, nuestra vocación de sometidos, de esclavos voluntarios.