En Ser y tiempo Heidegger realizó una de las reflexiones fenomenológicas más importantes para la filosofía contemporánea. Se trata del análisis sobre el “impersonal uno”. Cuestión que está implicada en nuestra existencia y que, sin embargo, no nos percatamos de ella. Así que, partiendo del examen heideggeriano como modelo, arrojamos nuestra mirada a ese fenómeno, que en la cultura dominicana aparece bajo la forma de “uno-debe/tiene-que- manejarse”.

En la vida cotidiana cuando el yo no quiere asumir responsabilidad acude, gracias a la lengua, a la categoría del “uno”. El “uno” tiene carácter de ser impersonal. Sustituye a la persona para dar paso a lo impreciso. Es como si empleáramos un signo para suplantar otro signo, y así decimos, por ejemplo: “uno debe hacer esto o aquello” y no “yo debo…”; “uno debe tener conocimiento” y no “debo o necesito tener…” Al emplear el “uno” no asumo mi responsabilidad existencial, sino que desde el lenguaje la reemplazo para advertirle al interlocutor que «yo-no-estoy-ahí-conmigo-mismo», acaso una nebulosa la que asume mi papel. Por esa razón, Heidegger llama al uso del “uno” como impersonal. Vista esta cuestión, pasemos a reflexionar en torno al “uno debe/tiene que manejarse” dominicano, cual revelador de su forma de ser en el mundo ahí con los otros. Para esto, no creas lector que te voy a embardunar de teorías sangronas y arrogantes, sino que voy a apelar a un dato legítimo y válido: la experiencia de lo cotidiano, como fiel testimonio de la existencia humana.

El ser dominicano accede constantemente al “uno tiene que manejarse”

Al enfrentar una situación de la cual se necesita dar la cara, decimos: “uno debe/tiene que manejarse”. El “uno tiene o debe” somete al que habla a una impersonalidad, en un estado de negación en el cual proyecta “no querer formar parte de esa situación del mundo”. Así, por ejemplo, cuando estamos en un escenario político o ante una persona que se debe frenar y decir ¡no! Al apelar al que te acompaña solicitándole opinión o apoyo moral él dice: “uno-debe/tiene que manejarse”. Un circunloquio acompaña a esta expresión… un dar vueltas para no asumir responsabilidad alguna y quedar siempre “bien”. En ese sentido, el “uno tiene que manejarse” coloca al que habla en la ambigüedad del mundo y pone al otro que lo acompaña en la desazón de la vida.

En el “uno tiene que manejarse” quien lo dice te da la espalda. Te acusa tácitamente de “falta de manejo” y te arroja una incomodidad absoluta que anula tu conformidad con el mundo. El “uno tiene que manejarse” es lo impropio de cada ser dominicano que no quiere asumir consecuencias con el devenir de la vida. El “uno tiene que manejarse” es la cara oculta de la traición, de la falta de reconocer al otro, pero sobre todo del abandono. “Uno” abandona al otro en el camino. Lo deja solo para que las fieras salvajes lo devoren y entonces, el impersonal “uno tiene que manejarse”, se esconde en los matorrales que cercan los muros de la palabra.

En el “uno tiene que manejarse” se mata la dignidad de la persona. Esconde lo sucio de aquel que hace el mal, tapa lo mal hecho y lo anti institucional. El “uno tiene que manejarse” no deja ser al otro en la libertad de sus decisiones, sino todo lo contrario. Le impide reclamar justicia, denunciar una barbaridad; un disparate que se ha realizado, escondido en la aureola de lo legal y hasta en lo académico.

El ser dominicano accede constantemente al “uno tiene que manejarse”, siendo este lo impropio, expresando incluso una falta de trabajo en equipo. Un mano a mano con el otro en el mundo, un cooperar, un ayudarse. El “uno tiene que manejarse” se apandilla con las situaciones más desagradables y con aquellos que la provocan, afiliándose al mal de las acciones de aquellos que incurren en lo inmoral y la perversidad.