Mi larga fraternidad con el autor de este libro se remonta a los albores del presente siglo. Conocerle y hacernos hermanos consolidó mi pasión por la escritura durante mi adolescencia. Desde tan profundo lazo afectivo es difícil que mis palabras para presentar este libro sean distintas a las de un viejo admirador de la poesía de Melindo, uno que aguardó por muchos años que empezara a publicar su creación literaria.

Que le haya dado a su libro el título de Síndrome de eternidad (Editorial Santuario, 2023) constituye ya un signo de cómo el concibe la poesía: como una fiesta del gusto por las palabras inesperadas, un tambor batido en nombre del deslumbramiento tropológico. En su actitud ante el objeto poemático es un deudor manifiesto de la tradición neobarroca latinoamericana. Justamente un gran estudioso del neobarroco, Pablo de Cuba Soria, nos recuerda en su tesis doctoral La usina del lenguaje. Teoría De La Poesía Neobarroca que:

El gran escritor hace surgir sobre las estructuras de un idioma una nueva lengua. A los órdenes gramaticales y sintácticos del idioma en el que escribe los hace delirar, expulsando los lugares comunes y cadencias estériles mediante el tratamiento arriesgado y deformante de las reglas lingüísticas. (2013:5)

Melindo es un gran escritor porque corre riegos, porque es insurgente ante la estrechez de los enunciados cotidianos. Desde los primeros poemas de este libro uno siente esa cadencia hermética, insinuada desde una visión frecuentemente sombría de la vida. El poeta se entrega más al dolor que al gozo y resucita pasajes autobiográficos, ahora convertidos en instrumento lírico. En su verso «horas asesinas torciendo la longitud de un poema» se aprecia justamente la asunción de un estilo como expresión de un ambiente espiritual.

En algunos textos es más intensa y deliberada la propuesta hermética, como en los poemas «Dígitos en prisiones», «Espectros» y «Fulge excéntrico», donde hay una pasarela de palabras que confrontan al lector desde una conmoción y singularidad esdrújulas. En otros poemas hay una mayor claridad semántica, como si le concediera un tiempo de sol a su retórica del alma.

La angustia vital, no exenta de esperanza, sueños e ilusiones ante el devenir, se fusiona con el malestar amoroso, presente o antiguo, como cuando se lee: «El universo de tu ausencia, tiene estrellas que se accidentaron con las palabras y sus dramas». O, más adelante: «Amor, el cáliz de la ira ha caído, igual que el filo de un cuchillo en las ganas del futuro. /Amor, se rompieron los hilos de la profecía».

El cantor que le grita al mundo: «Yo soy el poeta que por escuchar la canción que suena en tu piel se arañó los ojos», y luego «Tu presencia empuña las flores de todas las locuras», y «Se puede con tu cabello diferir los brazos de la muerte», es uno que convierte sus vivencias en caligrafía desolada, enriquecida por imágenes polifónicas.

Ese discurso romántico a veces es presentado desde la narrativa de las despedidas. En otras ocasiones se insinúa una tensión, una decepción, sin mayores pormenores que el repaso de la propia problematización de la vida: «Cómo a veces te vas, perpetuando una ruina, perpetuando una espera, perpetuando un culto».

Este poemario no deja de ser, en su desgarrado ámbito lingüístico («Qué tal si te escribo las líneas más tóxicas de un libro»), una oda al amor como soberbia pasión cotidiana: aparecen miembros de la familia, en lo gozoso y en lo mustio, como extensión de la sangre y el sentimiento del poeta, que derrama homenajes a quienes ama.

Cada vez es menos usual en nuestro tiempo que una persona dedicada activamente a la actividad política sea también un gran artista. La deriva farandulera de la política contemporánea global ha constituido un retroceso para el papel que sujetos de la cultura, las ideas y el arte habían ocupado anteriormente en el debate público. Melindo es uno de los exponentes que aún quedan en la República Dominicana del político que es a la vez un creador excepcional. Cuando canta: «Los cristales del tiempo, son más pequeños en las manos del sur», se reafirma como un hijo de San Juan, provincia que menciona en varias composiciones.

Auguro una reacción positiva y perdurable ante la contribución que hará Melindo a la tradición poética dominicana. A sus 40 años nace a la luz pública su primer libro, aunque él es poeta desde el fuego de la adolescencia. Su voz es original, fascinante, compleja. Larga vida y anchos caminos le restan a su poesía, ese Síndrome de eternidad ante el que él, como tantas almas de ayer y hoy, se postra sin cura, anegado en una lluvia múltiple de dichos, silencios y lecturas.

«Escribí sólo las líneas muertas del poema, sus letras falsas, en el tiempo enfermo», es una de sus invocaciones. Melindo es un vidente que confía en la curación metafísica que es posible en el poema, pero primero debe exponer el diagnóstico a los habitantes de su «tiempo enfermo». Ese oficio arduo es esencial en los siglos de la poesía como huella humana, una huella que en este libro conduce a un espíritu ubicado al sur.