Cuando algo te suena una o dos veces y luego te asalta en otros sonidos, entonces hay una flor de loto que te revela todos sus misterios. Estás en familia. Puedes ir por todas partes y siempre habrá café en la mesa y palabras igualmente refrescantes.
Alina Labour es una de las músicos-secretos mejor guardados en nuestra ínsula. Tiene pinta de niña genio hindú, de estudiante de danzas chamánicas, pero detrás de tantas esperas y desesperos, viene una calma no sospechada en su música, una tensión que se va haciendo y deshaciendo entre imágenes que tan bien le hará a tus pulmones.
Después de instalar a Agnes Obel y a Hana Rani en lo más recóndito de tus habitaciones, de poner en pausa a Yann Tiersen y Ólafur Arnalds, la música de Alina Labour te coloca la islita detrás de las osas polares. Son cortos sus temas, como copos de nieve a lo Houkasai. Son más bien destellos, palabritas como dichas al oído. “Constellations of Love” es una de mis preferidas: un pasear al lado de volcanes, un subir por la cuesta de Pompeya con algún abrazo allá arriba, luego de haberte tomado un selfie en el mismo anfiteatro donde Pink Floyd hizo de las suyas en aquel histórico concierto.
Alina Labour nos lanza por la música de la fragilidad. He tomado ya varios trayectos largos y su música tiene que acompañarme en ese momento en que todos deberíamos dormir.
Hay nubes afueras. No aparecen ángeles, sin embargo. Ya tenemos el té en la mesita. Estamos reclinados. “We are” me devuelve a mi pequeñitud. Oh, si esta hermosa condición pudiera ser aceptada por la academia: “pequeñitud”, acto de reducirse, de volver a una conciencia más allá del cuerpo, a la inocencia de alguna tarde en la que no harías nada más que quedarte tendido, como una hoja seca del parque. “Intro (A Different Type of Youth)” debería ser el comienzo pero es el final de este viaje de menos de diez minutos por la música de Alina. Los anuncios aeroportuarios no dejan de evocarte perdido entre esos terceros grupos de abordaje a los que siempre pertenecerás. Y sí: serás un damnificado por las despedidas, por el desapego, el ser ventana de madera chocando con los bordes de madera mientras el silencio progresivo te permite el sueño más refrescante. Un sueño como un abrir y un cerrar de ojos.
“Strange Sounds from the Moon” tiene eso de mágico: el viaje por tus propios sueños, por tus mejores sueños, esa brizna de pequeñitud en la que finalmente volverás a eso: a los amplios parques con tilos y otros seres perfumándote la existencia con los mejores aromas de la vida.
Alina Labour escribe con frescura, dirige, piensa, opina, cultiva la extraña flor de la amistad y su creatividad está garantizada contra toda sequía tropical, desde hace muchísimo tiempo.
Junto a todas estas facetas también Alina hace música única, para elegidas y elegidos.
Se tú uno o una de ellos o ellas. Sabrás entonces lo que es ese momento ya advertido por Kavafis en su viaje a Ithaka: el de seguir caminando o danzando en todo lo pequeño que para siempre serás, descubriendo gracias a esta música los encantos de estas islas-mares que siempre seremos.