Los santuarios constituyen espacios de veneración consagrados predominantemente al aspecto religioso. En casos excepcionales, se enaltecen figuras públicas como reconocimiento a sus aportaciones al bienestar local, regional o universal. Esto, en cierto modo, sugiere la combinación entre el culto divino y lo cultural. En el primer caso predominan la devoción y un alto sentido de espiritualidad, una especie de evangelización por la vida, la purificación, la caridad, la salud, la paz y otros valores. La peregrinación de los cristianos, alta expresión de religiosidad popular, indica que esta práctica nació con la religión misma, como se establece en varios pasajes bíblicos. A pesar de su antigüedad, los santuarios alcanzaron su mayor auge a partir de la Edad Media, figurando entre los más representativos los de Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela y La Meca. Todos, con vigencia marcada en este tiempo.
En nuestro país, el estudio de los santuarios de peregrinación cristianos ha despertado interés entre historiadores consagrados a la fe, folcloristas, sociólogos y antropólogos. Con la primera orientación destacan los trabajos de Fray Cipriano de Utrera, quien publicó en 1932 y 1933 sus investigaciones acerca de Nuestra Señora de las Mercedes, en la Capital y en Santo Cerro, La Vega; y de Nuestra Señora de Altagracia, en Higüey. En 1947 dio a conocer su trabajo sobre La Inmaculada Concepción. Su iniciativa ha sido enriquecida por autores como Fradique Lizardo, Dagoberto Tejeda, Marcio Veloz Maggiolo, Carlos Hernández Soto, Víctor Ávila Suero y Glenys Tavárez. A los santuarios de Utrera se suman los conocidos como la cueva de San Francisco (municipio de Bánica, Elías Piña), San Martín de Porres (Baní), Santo Cristo de los Milagros (Monte Plata, Bayaguana), junto a otras expresiones emblemáticas de las provincias. En las peregrinaciones confluyen la fe y las tradiciones, pero sus esencias se ven amenazadas cuando los santuarios se ofrecen como producto de consumo turístico. Se sabe que esto no es posible sin el maquillaje que exigen las normas del marketing, desconocedoras de las promesas y las ofrendas de los creyentes. No perdamos de vista que no hay turismo cultural provechoso si se desconocen nuestras normas y costumbres.