Mucho se ha escrito acerca de Salomé Ureña, maestra y formadora de maestras. Sin embargo, nunca está de más resaltar su carácter, manifestado desde muy joven, así como su preparación y hambre por aprender, su amor por los libros y la escritura, y su alto sentido de justicia y equidad.
Salomé Ureña, maestra y poeta dominicana, considerada como una de las figuras principales del renglón lírico en la República Dominicana del siglo XIX, fue una mujer fuera de lo común. En un tiempo en la que las personas de su género se dedicaban usualmente a ser esposas, madres o amas de casa, demostró carácter y determinación para ir más allá de lo esperado, manifestando dotes extraordinarias de liderazgo efectivo, transformador y trascendental en cada uno de los roles que desarrolló a lo largo de su breve, pero productiva vida.
Nacida en Santo Domingo en 1850, hija del escritor Nicolás Ureña de Mendoza, fue alfabetizada por su madre Gregoria Díaz y motivada por su padre a cultivar el estudio y el amor por la lectura, alcanzando su preparación académica con tan solo 15 años, mientras que sus primeros poemas fueron publicados cuando tenía 17.
Según Eugenio María de Hostos (2019), en su libro reeditado Meditando, la poeta nacional, “nació entre las guerras civiles que precedieron a la anexión y a la guerra nacional que sucedió a ésta”, pero “creció en otras mil” (pg. 138). Sin embargo, “Salomé Ureña se formó un alma muy fuerte” (Hostos, 2019, pg. 138).
Este temple forjó su carácter y la consumó como una mujer de una visión firme, que generosamente compartió con sus contemporáneos, impactándoles de forma positiva. Además de prepararse ella misma, ideó un proyecto de nación, en el que se formaran maestras que a su vez trabajaran por la educación y el futuro de los más jóvenes.
Los hijos que procreó con el médico y escritor Federico Henríquez y Carvajal, Francisco, Pedro, Max y Camila, fueron un excelente ejemplo de su influencia transformadora. Salomé se ocupó personalmente de su educación. Tres de ellos fueron educadores, escritores y lumbreras del mundo intelectual en su tiempo, en especial Pedro Henríquez Ureña, considerado una de las figuras humanísticas más destacadas de América Latina en el siglo XX.
El Instituto de Señoritas fundado por Salomé Ureña.
Dicha influencia quedó plasmada en palabras del mismo Pedro, recogidas por la hija de éste, Sonia Henríquez Ureña (1993), en su libro Pedro Henríquez Ureña: Apuntes para una biografía: “Mi madre había sido para mí la líder espiritual consultada a cada minuto” (pg. 11).
Por su parte, Pedro Valdez (2016), en el prólogo del libro de poemas reeditado de la compilación realizada por Pedro Henríquez Ureña, declara: “Salomé no lideró ejércitos, ni protagonizó gestas armadas, ni firmó documentos para el destino político de la nación. Sus armas, si tuvo alguna, fueron el verso y la palabra docente” (pg.13).
Pero Salomé no se conformó con su familia, sino que extendió sus alas más allá de las puertas de su hogar. Como apunta Daniel Goleman, psicólogo y escritor: “los grandes líderes nos hacen avanzar, encienden la pasión y despiertan lo mejor que llevamos dentro” (2013, pág. 91). Y esta premisa se hizo realidad cuando, contra viento y marea, y bajo la tutela de del educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos, fundó en 1881 el “Instituto de Señoritas”, donde se formarían las seis primeras maestras normalistas del país. Este acto revolucionario, sin precedentes, encendió la chispa para que otras mujeres tomaran en serio su capacitación profesional y para que la educación como carrera se formalizara.
Durante sus años de labor magisterial, el Instituto funcionaba en las casas donde vivió con su familia. En palabras de su nieta, Sonia Henríquez Ureña: la ilustre dama participaba “en frecuentes reuniones donde se recitaba, se discutían inquietudes políticas e intelectuales” (1993, pg.9). Salomé solía realizar paseos matinales con sus hijos, antes de sus clases. La autora además menciona el testimonio de Max, el menor de ellos: “pudimos, más que oírla, verla, en el estrado, donde se destacaba su figura, vestida de negro, con la majestuosa sencillez que le imprimían su mirada serena y grave y su elevada estatura”.
Salomé no solo se conformó en “ser poetisa y patriota de palabra, sino que puso en práctica su entusiasmo y devoción, consagrándose en cuerpo y alma al magisterio” (Hostos, 1909, pg. 139). Su labor tesonera inspiró a esa primera promoción de maestras del 1880, continuar con la preparación de otras, más allá de su partida a destiempo, a los 47 años, víctima de tuberculosis.
“Un buen liderazgo parte de buenas emociones” (Goleman, 2013, pág. 91), y a Salomé la impulsaba el amor por su familia y por su pueblo, lo cual se ve reflejado en su trabajo, en la formación de su familia y sus estudiantes.
No obstante, cuando llegamos su producción literaria, debemos considerar su mayor fuente de inspiración, la cual venía de su amor a la patria, a sus hijos y a la naturaleza, siendo sus poemas más destacados: El ave y el nido, Mi Pedro, A la Patria, Ruinas, La llegada del invierno, entre otros.
En cuanto a su estilo, Emilia Serrano de Wilson sugiere: “Como escritora atrajo la atención por sus versos de ternura exquisita y naturaleza de las Meninas (1903, pg. 317. Y, según Eugenio María de Hostos y Bonilla, “lenguaje severo, tono elevado, sentimientos profundos” son algunas de las características de su poesía (2019, pg. 139).
La poeta Salomé Ureña reflejaba en éstos, su respeto y defensa por la vida, en todas sus formas, como se lee en El ave y el nido:
¿Por qué te asustas, ave sencilla?
¿Por qué tus ojos fijas en mí?
Yo no pretendo, pobre avecilla,
llevar tu nido lejos de aquí.
Y continúa diciendo:
Porque no sabes hasta qué grado
yo la inocencia sé respetar,
que es, para el alma tierna, sagrado
de tus amores el libre hogar.
Mientras que, en el poema La llegada del invierno, muestra gran pasión por su tierra, donde está la eterna primavera:
Nunca abandonan las golondrinas
por otras playas mi hogar feliz:
que en anchas grutas al mar vecinas
su nido arrullan, de algas marinas,
rumor de espumas y auras de abril.
El amor por su nación es mostrado en varios de sus poemas, pero en ocasiones no puede ocultar una profunda angustia, al sentirla perdida, lo que se puede percibir en estos versos de A la Patria:
Tú sabes cuántas veces con tu dolor aciago
lloré tu desventura, lloré tu destrucción.
Aun así, siempre está la esperanza:
que ya tus nuevos hijos se abrazan como hermanos, y
juran devolverte tu angustia dignidad,
y entre ellos no se encuentran ni siervos ni tiranos,
y paz y bien nos brindan unión y libertad.
En uno de sus poemas más leídos, Mi Pedro, expresa su amor hacia su hijo llamado así, siempre consciente de que el criarlo no iba a ser un camino sencillo. Ella quería algo superior para él, una vida productiva y libre de egoísmos. Veamos este fragmento:
Mi Pedro no es soldado; no ambiciona
de César ni Alejandro los laureles;
si a sus sienes aguarda una corona,
la hallará del estudio en los vergeles.
Hijo del siglo, para el bien creado,
la fiebre de la vida lo sacude;
busca la luz, como el insecto alado,
y en sus fulgores a inundarse acude.
Pero la mayor batalla que libró por su nación, era contra la indiferencia, por lo que hizo un llamado a levantarse de las ruinas, en el poema del mismo nombre:
¡Patria desventurada!
¿Qué anatema
cayó sobre tu frente?
Levanta ya de tu indolencia extrema:
la hora sonó de redención suprema…
La poesía de tan ilustre educadora es a su vez la voz de su alma, sus sueños, su misión. En pocas palabras, como dice la autora de El mundo literario americano: “la vida misma de Salomé Ureña fue un poema” (Serrano de Wilson, 1903, pg. 317).
Todo esto y más, es Salomé: Poesía, madre, maestra de maestras, una mujer cuyo liderazgo forjado en valores, se manifestó en sus acciones, produciendo una revolución en la educación y la literatura de su tiempo, renovando activamente su entorno; una apasionada por la vida, que hasta el último instante trabajó.
Su sensibilidad se manifiesta en versos cargados de amor, aunque en ocasiones de melancolía y rabia, pero que siempre reflejaban la esperanza de una nación, de un hogar y una escuela posibles. Su poesía predicaba lo que ella creía y viceversa.
Salomé Ureña demostró que un verdadero líder tiene una visión, trabaja por ella, sueña y actúa, se mantiene aprendiendo y enseñando con el ejemplo, es generoso con su vida, su tiempo, el saber, el amor y el trabajo. Pero, sobre todo, es alguien que inspira, que añade valor a los demás, el cual trasciende, más allá de la distancia y las generaciones, en una proclama que aún se escucha:
“yo soy la voz que canta
del polvo removiendo tus memorias,
el himno que a tus triunfos se adelanta,
el eco de tus glorias…
No desmayes, no cejes, sigue, avanza:
¡tuya del porvenir es la esperanza!”
¡Salomé, tu nombre es Patria!
Fuentes consultadas:
Coleman, Daniel. (2013). Liderazgo: El poder de la inteligencia emocional. España. Ediciones B, S. A.
Henríquez Ureña, Pedro (2016). Título original Salomé Ureña de Henríquez, Poesía (Edición 1920). Prólogo por Valdez, Pedro. República Dominicana. Edición Feria Internacional del Libro de Santo Domingo.
Henríquez Ureña de Hlito, Sonia. (1993). Pedro Henríquez Ureña: Apuntes para una biografía. México: Siglo XXI Editores.
Hostos, Eugenio María de (2019). Meditando. España: Ediciones Linkgua Ediciones.
Serrano de Wilson, Emilia. (1903). El mundo literario americano. Buenos Aires: Maucci Hermanos.
Poemas de Salomé Ureña.