1. Salomé físicamente humana 

Si de algún o creadora se ha escrito y se ha hablado mucho, es de esta extraordinaria mujer que llevó los nombres de Salomé Ureña Díaz (1850-1897), tanto sobre su persona, su magisterio, como de su obra literaria, por  lo que, decir cosas nuevas o diferentes siempre será un compromiso de un escritor que toque a esa, que sin temor alguno, encabezamos llamándola “madre de la poesía nacional”. Poniéndonos a pensar que ese titular obliga a decir si acaso no existirá el padre de nuestra poesía. Ese sitial no es tan preciso. Si se acepta que nuestra poesía de nivel se escribe en el siglo XIX, esa paternidad se discute entre dos poetas. José Joaquín Pérez (1845-1900) y Gastón Fernando Deligne (1861-1913). Salomé es intocable por muchas razones, algunas de las cuales expondremos más adelante.

En la época que ella llega al mundo hay conmociones políticas en la joven República que apenas seis años antes ha recuperado su independencia de Haití, con todas las trabas para las féminas que no pueden asistir tan tempranamente a las escuelas especiales para niñas, su madre, Gregoria Díaz de León, le enseña las primeras letras. Tan precoz era su afán de aprender a leer y escribir. Luego asistirá a las escuelas de la época divididas en los dos  sexos.

Hay un detalle en la joven Salomé. Es su físico. Ella no es blanca pura como la mayoría de las personas de su clase social, en esa época en la cual su padre es no solo poeta, sino una personalidad política e intelectual. Salomé es nuestra primera mulata que es además poeta. El tinte de negritud nunca ha sido explicado. Ella tuvo una abuela paterna  cibaeña, a Ramona Mendoza, nativa de Santiago, que por lo menos una octava parte de su ADN  es de nuestra región, aunque ignoramos si tenía ”el negro detrás de la oreja”.

El hecho de tener temprana vocación magisterial, no teniendo un físico llamativo, le haría tener esa reciedumbre moral. Ella es posible que fuese la que para nosotros cita José Joaquín Pérez en su poema De América, contra ‘un modernista exótico, que deberíamos cantar los poetas a  “la criolla de cutis de canela”, que produjo otras “criollas” hasta culminar con las de Arturo Pellerano Castro (1865-1916). Y quizás hubiera sido una solterona más, porque era difícil enamorar a una mujer tan recta y virtuosa.

Salomé Ureña Díaz.
  1. El flechazo romántico

Su hijo Pedro Nicolás Federico Henríquez Ureña (1884-1946), dice que su padre Francisco Henríquez y Carvajal (1859-1939), que era un espigado y gallardo joven, apodado Pancho, agregamos nosotros,  asiste a Salomé en 1878 y 79, para ayudarla, ya que, poeta al fin, no es muy ducha en matemáticas. De esa asistencia del joven que andando los años sería médico, y hasta Presidente de la República surgen dos cosas básicas en la vida y en la obra de ella. La serenidad y los cuatro hijos de los cuales tres son grandes escritores.

Además agrega en el prólogo a la edición de Poesías de 1920:

Nunca escribió mucho. Comenzó a componer versos a los quince años; a los diez y siete comenzó a publicarlos bajo el seudónimo de Herminia; desde 1874 los publica siempre con su firma. Ya para entonces llamaban la atención en Santo Domingo, y aun en países vecinos, las composiciones patrióticas en que predicaba paz y progreso. Paz y progreso fueron sus temas desde 1873 hasta 1880.

Del famoso trío llamado Dioses Mayores, es la última que asume posiciones románticas, como dijimos, posiblemente después del flechazo con su profesor de matemáticas, a quien no solo le llevaba nueve años, sino que en sus treinta era una venerable jamona. Que una mujer respetada y querida por todos, con una fama impecable y una conducta social limpia, sin que se le conocieran amoríos, sino su consagración a sus vocaciones, se enamorara de un “muchacho” que según algunos críticos ayudó a la publicación de su libro en 1880, ya que se casan en febrero de ese año, asombra todavía.

No solo eso, sino que ya preparada en matemáticas y con su joven y bien plantado esposo, funda el 3 de diciembre de 1881 el Instituto de Señoritas, donde culmina su vocación magisterial.

Aparte del detalle de que no hay edades para los amores, en pleno siglo del romanticismo, ¿queremos encontrar una temática más romántica para una novela? Hay enfoques y estudios que huelga citar, pero la novela de los amores de Salomé, trataremos de rastrearla en sus versos.

  1. La influencia de Quintana o de Gallego
Manuel José Quintana

Se ha señalado que tiene influencias de dos poetas españoles: Quintana y Gallego, pero nadie nos ha dicho sus nombres completos ni quiénes eran.

Pues bien, esos poetas que supuestamente la influyeron son Manuel José Quintana (1772-1857) y. Juan  Nicasio Gallego (1777-1853).

Curiosamente, Quintana fue un poeta clásico que se resistió al romanticismo. Clásico en la forma y nacionalista a rajatablas, que por ello fue perseguido por los invasores franceses. Gallego, en cambio, se pasó al enemigo y murió en Francia.

Contrario a lo que se ha dicho, sabemos que las circunstancias políticas y sociales imperantes en un país determinado, no influyen ni determinan la creación artística, sino los movimientos literarios, aunque podrían motivar o condicionar a los creadores. Salomé surge a la vida antes de la Anexión a España, cuando tiene 13 años, y vive a sus 15 la fiesta de la Restauración que expondrá en sus poemas ‘A los dominicanos’ y ‘A la Patria’.

La presencia de estos españoles no ha sido bien documentada. Es posible que vinieran profesores e intelectuales, que como venían de Cuba, dejaran nexos con los vecinos hispanos. Por lo menos sabemos que la otra poetisa de esos años, Josefa Antonia Perdomo (1834-1896), tuvo relaciones sociales con los anexionistas, como se manifiesta en su poema: ‘La muy afectuosa y sentida, dedicada al Excmo. Sr. Dr. Carlos de Vargas y Cerveto, al despedirse de Santo Domingo.’ que había sido Capitán General de nuestro territorio anexado.

Salomé nace en pleno romanticismo, cada poeta nace o se desarrolla dentro de algún parámetro desde que la literatura existe. Ella tiene 30 años en 1880 cuando publica su primer y único libro: Poesías, aunque produjera muy poco por estar dedicada a su magisterio, y luego a su familia, como lo destaca su citado hijo, quien afirma que desde los 15 años comenzó a escribir poesías. Si sabemos que en 1870 publica con su seudónimo de Herminia su  poema: ‘Un himno y una lágrima a la prematura muerte del joven poeta Lorenzo Puente Acosta.’ Cuatro años después es ampliamente antologada en la Lira de Quisqueya, primera antología poética nacional.

Mientras Salomé sigue a Quintana y es una nacionalista vertical, la Perdomo enlodó su nombre aliándose a los invasores iberos.

La coincidencia de Salomé, es mayor con Quintana que con Gallego, por ese y otros motivos. Quintana aunque no tiene una obra tan profusa como el otro, igual que Salomé frente a los otros dos, en sus versos estaba lo que la conmovió como en estos versos que tiene Patria con mayúsculas de su drama Pelayo:

 

… ¡No hay ya Patria!

¿Y vos me lo decís?… Sin duda el hielo

de vuestra anciana edad, que ya os abate.

inspira esos humildes sentimientos

y os hace hablar cual los cobardes hablan.

¡No hay Patria! … Para aquellos que el sosiego

compran con servidumbre y con oprobio

para los que, en su infame abatimiento,

más vilmente a los árabes se venden

que los que en Guadalete se rindieron…

¡No hay Patria. Veremundo! ¿No la lleva

todo buen español dentro del pecho?

 

En cuanto a Salomé, veamos estos versos de  ‘Recuerdos a un proscrito’

Al Sr. D. Alejandro Román:

 

¡Oh Patria, voz divina, sublime y dulce nombre,

a cuyo acento el alma palpita de emoción;

palabra sacrosanta que encierras para el hombre

cuanto hay aquí en el mundo de grato al corazón!

 

Tú guardas de mi infancia las risas hechiceras;

tú guardas el idilio del maternal amor;

aquí ensayó mi lira sus cánticas primeras;

aquí entregó a los vientos sus notas de dolor.

 

Notándose ese Patria con mayúscula.

 

De modo que sí, es evidente que padeció la influencia de Quintana y su clasicismo, se puede fechar hasta 1878/79, cuando tiene su relación con Francisco, que cambia su poesía, no su temática patricia, sino el tono. Ahora que se enamora, se inicia su romanticismo, como era natural. Padeciendo el spleen con ‘Sombras’:

 

Alzad del polvo inerte,

del polvo arrebatad el arpa mía,

melancólicos genios de mi suerte.

Buscad una armonía

triste como el afán que me tortura,

que me cercan doquier sombras de muerte

y rebosa en mi pecho la amargura.

 

Venid, que el alma siente

morir la fe que al porvenir aguarda;

venid, que se acobarda

fatigado el espíritu doliente

mirando alzar con ímpetu sañudo

su torva faz al desencanto rudo,

y al entusiasmo ardiente

plegar las alas y abatir la frente.

 

O más adelante con ‘Melancolía’:

 

Hay un ser apacible y misterioso

que en mis horas de lánguido reposo

me viene a visitar;

yo le cuento mis penas interiores,

porque siempre, calmando mis dolores,

mitiga mi penar.

 

Como el ángel del bien y la constancia,

en los últimos sueños de la infancia

aparecer le vi;

contemplome un instante con ternura,

y “Oye –dijo–: las horas de ventura

pasaron para ti.

 

“Yo vengo a despertar tu alma dormida,

porque un genio funesto, de la vida

te aguarda en el umbral;

y benigno jamás, siempre iracundo,

te encontrará, de agitado mundo

en el inmenso erial.

 

“Yo elevaré tu espíritu doliente;

disiparé las nubes que en tu frente

las penas formarán;

consagra sólo a mí tus horas largas,

y enjugaré tus lágrimas amargas

y calmaré tu afán.

 

“Seré de tu vivir guarda constante,

y mi pálido tinte a tu semblante

trasmitirá mi amor.

Y te daré una lira en tus pesares,

porque al eco fugaz de tus cantares

se exhale tu dolor.

 

“Y te daré mi lánguida armonía,

que los himnos que entona de alegría

la ardiente juventud

jamás ensayarás, pobre cantora,

porque siempre la musa inspiradora

seré de tu laúd.”

 

Dijo, y de entonces, cual amiga estrella

alumbra siempre, misteriosa y bella,

mi noche de dolor;

y me arrulla sensible y amorosa,

como arrulla la madre cariñosa

al hijo de su amor.

 

Y haciendo que en sus alas me remonte

a otro mundo de luz sin horizonte,

de dicha voy en pos;

y entonces de mi lira se desprende

nota sin nombre que la brisa extiende,

y escucha sólo Dios.

 

Yo te bendigo, fiel Melancolía;

tú los seres que anima la alegría

no vas a adormecer;

porque eres el consuelo de las almas

que del martirio las fecundas palmas

lograron obtener.

 

Por ti en los aires resonó mi acento,

y para dar un generoso aliento

al pobre corazón,

alguna vez la Patria bendecida

benévola me escucha sonreída

y aplaude mi canción.

 

No pido más: bien pueden los dolores

destrozar sin piedad las bellas flores

de la ilusión que amé;

que jamás, bajo el peso que me oprime,

mientras un rayo de virtud me anime,

la frente inclinaré.

 

En este poema, además de novedades en la forma que recuerdan a Gustavo Adolfo Bécquer, por la incisión de versos cortos, desde el título parece hablarse de un amor imposible. Salomé ha sido flechada, pero no sabe si el joven profesor le está correspondiendo.

Por suerte para el país y la literatura, el amor los unió y de ese acontecimiento, quizás dos años después, comenzaron a llegar los frutos.

Dr. Francisco  Henríquez y Carvajal

  1. La poetisa en sus versos y sus discípulas literatas

La diferencia es que Salomé no solo medía bien sus versos, casi siempre consonantes, mientras el otro tenía la rima asonante, algo que de vez en cuando ella también usó. Debiendo señalar que no hay en toda la poesía nacional quien compita con ella en esa facilidad del verso, bien medido y bien rimado, que le fluía con tal naturalidad, que son escasas las veces que no concluye la idea en cada uno.

Si algún joven poeta quiere adquirir sonoridad y técnica de hacer versos, sin duda alguna esta es la verdadera maestra, que lo acogerá como la madre cariñosa que fue en la vida y sigue siendo después de su tránsito, porque se ha dicho que el poeta nace el día que muere.

Por estas y otras razones, bien merece el título de madre de la poesía nacional.

Se citan estas alumnas suyas que además de maestras fueron literatas, Ana Josefa Puello (1865-1953), Leonor Feltz (1870-1948), Antera Mota (1871-1946), Mercedes Mota (1880-1964), Mercedes Laura Aguiar (1871-1958), Anacaona Moscoso (1876-1907) y Luisa Ozema Pellerano (1870-1927), pero quizás por respeto o por no poder alcanzar la perfección de los versos de su maestra, escribieron y publicaron poemas en prosa, que por la forma era una conquista del modernismo, un movimiento que desde 1894 tenía seguidores en la ciudad capital.

Finalmente, es regocijante que recordando a esta auténtica Madre y Maestra, el día que vino al mundo en la casa de su abuela materna Teresa de León en la calle hoy Isabel la Católica en Santa Bárbara, cerca de donde nació el patricio Juan Pablo Duarte (1813-1876), se esté celebrando este acontecimiento internacional, que ojalá despierte la amodorrada lírica nacional, a pesar de la profusión de escritores y de publicaciones.