Ya comenté en esta columna la primera novela colombiana, Ingermina o la hija de Calamar, de Juan José Nieto (1805-1866). Vuelvo a este escritor, que llegó a ser el único presidente negro de Colombia, porque es autor también de una novela epistolar, publicada primero por entregas en el periódico La Democracia, en 1858, compuesta mientras se encontraba desterrado de su patria. Prisionero entre 1842 y 1847 en el castillo de San Lorenzo, cerca de la ciudad panameña de Portobelo, Nieto encuentra en Rosina una vía para conjurar la injusticia. La obra se editó por primera vez como libro en 2019, acompañada de un prólogo de Yesid Zabala en el que se reivindica la figura de un autor, excluido, desterrado de su tierra y de la historia hasta hace unas décadas.

Por su estilo y la forma de abordar los temas, es evidente que el Nieto bebe de las fuentes de la tradición literaria europea, principalmente de autores franceses que tiene como modelo. La obra es hija del Romanticismo, y combina los dramas amorosos con las circunstancias políticas adversas. En ella emergen temas palpitantes como la pérdida de libertades o la crítica al sistema de privilegios del régimen colonial español, ya en decadencia. Masón y liberal, Nieto defiende el esfuerzo individual frente a una la tradición ruinosa basada en la herencia, que suele premiar la mediocridad; frente al fanatismo y la intolerancia de quienes detentan el poder. Esa rancia tradición, nos lo demuestra, trasciende al resto de las instituciones, como el matrimonio, en el que la mujer está sujeta a unas normas de las que no puede escapar.

La historia se va desarrollando a partir de las dieciocho cartas escritas, principalmente por la joven gaditana Clementina Remón a su amiga Elisa de Sandoval. También se nos presentan escritos y diarios, como el de Rosina de Soulendar, o cartas del padre de Clementina. Algunos textos refieren las costumbres y tradiciones americanas, condimentadas con la vida desdichada de Rosina, quien se encuentra en la misma cárcel de Chagres. El padre es un ciudadano francés que ha caído prisionero en manos de los españoles y ella lo acompaña.

El autor marca una cronología desde el 31 de diciembre de 1778 hasta el 14 de mayo de 1784, lapso en el que las amigas se mantienen en contacto, se separan y vuelven a juntarse, finalmente, en la ciudad de Madrid.

La novela se dirige a las lectoras con comentarios y recomendaciones sobre su forma de presentarse y actuar en sociedad y en relación con los hombres. Pero, ante todo, se trata de una narración sobre la amistad de tres mujeres unidas por lazos de solidaridad y complicidades. Las tres se sobreponen a la distancia y a la adversidad, con la nobleza del corazón y la honradez en las que basan su existencia. Elisa acompaña a su padre destinado como comandante al frente de la prisión; Rosina acompaña al suyo, prisionero, para socorrerlo y consolarlo; Elisa sirve de puente entre España y América para interceder por la liberación del padre de Rosina.

Sin embargo, el alegato sobre la condición femenina llega a través del testimonio de una mujer criolla, doña Inés de Torrijo, nacida en Lima, quien ha caído en desgracia tras perderlo todo, y que se desempeña como criada. Desde su perspectiva, el narrador nos presenta el molde al que deben ajustarse las mujeres, forzadas por la necesidad “a tener melindres”: “Nosotras [dice Inés] para agradar, tenemos que hacerlo todo con gracia, aunque sea aprendida”. Sin embargo, Clementina se niega a aceptar al pretendiente propuesto por el padre, pese al respeto y la consideración que le merece su progenitor.

Como en toda novela romántica, el amor es el motor de la existencia y este sentimiento choca con las normas y el sentido común que señalan los hábitos sociales. Así, las mujeres se ven forzadas a aceptar pretendientes que la familia considera adecuados para sus intereses económicos pero que, en modo alguno despiertan su pasión amorosa, como le ocurre a Clementina quien, al final, se verá recompensada al reencontrar a su primer amor. Un desenlace feliz con el que, sin duda, soñó el autor en la oscuridad de aquel siniestro castillo.