Alguien escribió que la infancia es un país. Es una frase hermosa, sentipensante, y profunda, pues ciertamente todas las claves de lo que somos, de los seres en los que llegamos a convertirnos, habitan en nuestra niñez.

Tomando la frase al literal, pensar esa etapa inicial como un país, con sus provincias, municipios, barrios, ríos, montañas, gentes… es de una riqueza y complejidad tal que en verdad podría abarcarlo todo.

La capital de ese país, ¿sería el amor? ¿los recuerdos felices? ¿las caricias de aquellos que nos protegieron y amaron? O, en caso de una niñez difícil, todo lo contrario: ¿una capital para el dolor, el maltrato y la crueldad?

Cada cual, por supuesto, tendrá la suya,  pero no es menos cierto que aún en medio del caos, la natural ingenuidad y prodigiosa imaginación de los niños ponen matices lúdicos que alivian el dolor y hacen retroceder, por lo puros, y al menos por momentos, a la desesperanza.

Un niño que juega es un milagro. No importa si se desliza sobre una patineta o una yagua de palma loma abajo o se concentra en un impersonal software moderno. ¿Para qué enumerar ventajas o desventajas de ambos modos, si saltan a la vista? El sino de los tiempos se impone, lo queramos o no. A los nacidos antes de todos estos cachivaches de civilización nos gusta decir que fuimos más felices, más auténticos, más libres…

Un nativo digital lo verá de otro modo. Con el multiverso al alcance de un clic, cualquiera de nuestros juegos de antaño puede verse humillado. Sin embargo, hay algo que no cambia con el paso del tiempo, porque no atañe a épocas ni a tecnologías, sino a la especie toda… hablo de la emoción de los juguetes, sean cuales sean: un carro de papel con gomas de pomitos plásticos, un soldadito, un ábaco, un peluche de fieltro…

Esa sensación de felicidad plena que hemos sentido todos en presencia de ese primer juguete, perdura, y tiene siempre un sitio confortable en nuestro corazón de niños. Este libro que presentamos hoy, habla de esa emoción y de ese júbilo, y, de paso, asistimos también a la evolución natural de una vida que puede ser la de cualquiera de nosotros, si pudiéramos narrar tal historia, como lo ha hecho la autora, con una prosa limpia y transparente, que deleita y encanta. Los niños, para quien está escrito este libro, seguro lo amarán.

Aprenderán muchas cosas: que la vida es mejor si se vive con amigos,  con imaginativas ceremonias y tiernos protocolos que imprimen un sello de autenticidad a lo que hacemos, y a lo que seremos. Entenderán que la familia es lo más importante; la madre, sagrada. Comprenderán, sobre todo, el valor y la belleza de la lealtad, y de la gratitud. Sabrán que ser leales y agradecidos con quienes nos han dado cariño y felicidad es lo más grande, y lo más puro, y que al reciprocarlos de algún modo nos sobreviene un gozo inigualable, como si oreáramos el alma limpiándola de angustias e impurezas, o como si ascendiéramos un sagrado escalón en nuestra humana escala.

Se percatarán, además, que estos muñecos, Rojo y Azul, no son simples juguetes, sino que al asistir, como objetos amados, como encarnación de los primeros amigos, a la evolución de su niña en una adulta, y ser rescatados por esta para que vuelvan a ofrecer a la nueva niña la misma felicidad que le dieron a ella, se erigen en símbolos magníficos de amor, de continuidad, de ciclo que se renueva y renace. Vida, viviéndose y amor multiplicándose.

Este libro, además de su aleccionador contenido, es también muy hermoso como objeto, como obra de arte, que es como nos gusta considerarlos. Lo tomamos y lo hicimos nacer con toda la delectación posible, y por eso agradecemos a su autora, Claudia Quinteros, la oportunidad de ser el vehículo para materializar este sueño. Las ilustraciones fueron realizadas por la joven artista cubana Rachel Ortiz la Rosa, y el diseño y la diagramación es de Carlos Bruzón Viltres.

Este es un libro importante para Río de Oro Editores, pues inaugura la colección infantil de Río de Oro Editores, llamada Carajitos, cuyo símbolo es un círculo amarillo oro, color representativo de la editorial, donde señorea una chupeta o bolón de caramelo. Rojo y azul suma entonces una nueva virtud, la de ser un libro inaugural, uno que se inscribe en una historia que comienza y que, estamos seguros, deleitará a muchos niños dominicanos y también allende fronteras, pues nace además con visos internacionales, del Perú y la Lima natal de su autora, a Jiguaní, en Cuba, y de Tlaxcala, en México, donde fue diseñado, hasta Santo Domingo de Guzmán.

Oigamos un fragmento del texto, donde la ternura cobra vida:

Las manitas han crecido y sus dedos gorditos arrastran a Rojo y Azul por toda la habitación. Mientras la Niña gatea, ellos se deslizan. Mamá tendrá que ponerlos en la lavadora más tarde. Ya limpios se van a dormir abrazando a la Niña, compartiendo sus sueños.

Tazas, galletas de avena y gomitas dulces. Es una reunión de lo más elegante. La Niña, Rojo y Azul frente a la mesita disfrutan de una merienda sofisticada. Todos llevan collares y sombreros. Aunque los muñecos están un poco pintarrajeados se ven tan finos tomando el té con el meñique en alto. Ummm, delicioso.

Cuánto talento. Ha dibujado a sus muñecos. Los coloreó con los crayones que recibió de regalo en su quinto cumpleaños. Quedaron perfectos. Mamá la ayuda a colocar el dibujo en la pared. Es una verdadera obra de arte. Ayer la maestra le pidió que dibujara a su familia. La Niña incluyó a Rojo y Azul. Pero la maestra dijo que no, ellos no son parientes. Está equivocada, muy equivocada.[1]

Y así, con este sensitivo registro, se nos cuenta el trayecto vital de esta niña, a través del original prisma de sus juguetes, quienes transitan por cada etapa inmersos en sus roles. A cada ciclo, un nivel de atención: intensidad, declive, abandono y rescate, cuando una nueva vida crece en el vientre de la joven.

Los muñecos oyen una voz. Una mujer entra con Mamá. No la reconocen. Tiene una barriga muy redonda. Sí, revisará todas las cajas. Se llevará lo que quiera conservar. Abre una caja que está sobre la cama. Llenos de moho y un poco descosidos encuentra a Rojo y Azul. Los levanta. Ellos la miran. No lo pueden creer. ¡La Niña! Es su Niña. Ella sonríe. Los coloca dentro de una caja más grande. Se va.

Rojo y Azul están limpios. Anoche les pusieron más relleno. Sentados en la vieja mecedora escuchan cantar a Mamá. Ella guarda la ropita en los cajones. Voltea. Los mira. No existen mejores compañeros para una niña. Su pequeña será muy feliz con ellos. De la misma manera que ella lo fue.[2]

 

Finalmente, para concluir estas palabras de salutación y alegría por la aparición de un nuevo libro, algo que siempre nos llega de regocijo, quiero compartirles la nota de contracubierta que tuve el honor de escribir para él, y que ya lo acompaña por el orbe, en la búsqueda de sus caros lectores, esos “locos bajitos”, queridos carajitos, nuestros amados niños, a quien llamamos, con toda la justicia, la esperanza del mundo:

Rojo y azul, dos tonos fabulosos para llamar la risa y la nostalgia. Dos muñecos de fieltro asentados en nuestros corazones, compañeros perfectos de un tiempo en el que mundo era inmenso y confuso, y acababa en los ojos de Mamá. Rojo y Azul, testigos de los primeros dientes, pasitos y palabras. Guardianes desvelados en las noches de miedo, cálidos talismanes contra las pesadillas, los villanos de la imaginación y el frío que anidaba, sin permiso, en el pecho. Rojo y Azul, dos criaturas rellenas de ternura, eternamente listas para las aventuras, los dibujos, la simpática ceremonia del té y el asombroso carrusel de alegrías de una infancia feliz. Esta, que a aquí te cuento, es su historia, y a su vez, la historia de la niña que tanto los amó. ¿Nos acompañas a jugar con ellos?

Felicidades, pues, a Claudia Quinteros, y a Río de Oro Editores, por este gratísimo regalo. ¡Que lo disfruten!

[1] Claudia Quinteros, Rojo y azul, Río de Oro Editores 2023, pp. 15-16.

[2] Ob. cit. pp. 24-26.