En mi novela Voces de Tomasina Rosario, un galeno, displicente e inmutable ante un paciente a quien rehusaba operar de una pierna fracturada por falta de dinero para pagar una obligada cuota, prestaba ojos y oídos, navegando por las redes, celular en mano, a la cháchara discursiva del señor Presidente, Lic. Ángulo Catalina, quien, en visita sorpresa y pasadía en el campo, proclamaba: “La brecha digital, al margen del capital contra el trabajo, constituye el verdadero origen de la pobreza”. De ahí que también se abocara a la creación de una aplicación móvil para que los pobres, respondiendo al instinto hambriento de las tripas, se apoderasen de la realidad virtual y aumentada, concurrente con los picapollos colaterales y otros rastrojos que, pujándolo con denuedo, la República Digital defeca.

¿Acaso el texto citado más arriba podría ser la parábola perfecta del nuevo modelo educativo, “innovador” y “netamente” dominicano, propuesto por el ministro de Educación, Dr. Roberto Fulcar? De hecho, la visión sugerente de ese programa educativo estaría fundamentado sobre la base de que la Educación o, por lo general, el privilegio exclusivo del entendimiento configurarían el bálsamo definitivo “para vivir mejor”, cuando, por el contrario, la repartición justa y equitativa de bienes y servicios debería ser, materialmente, el eje rigoroso y fundamental para “mejorar la calidad de vida de las personas” y, en absoluto, el soporte del desarrollo integral.

En ese sentido, la promesa del ideal educativo fulcariano no cuestiona el injusto modelo socio-económico, neoliberal, categoría dominante y responsable de la debacle de la instrucción pública del país. En otras palabras: proponer la Educación como la categoría dominante, y no como una subcategoría o subsistema, equivale al subterfugio discursivo del presidente Ángulo Catalina en cuanto a que la brecha digital constituye el verdadero origen de la pobreza, independientemente del capital contra el trabajo, y creerse que la exposición de los desamparados a la tecnología digital reforzaría la justa distribución de las riquezas y una economía para el buen vivir.

Bien visto el punto, el bagaje terminológico tanto de Ángulo Catalina como de Roberto Fulcar, acrisolado en la “razón pura”, responde a la lógica de un discurso al margen del contexto social. Precisamente, Fulcar apela a los empresarios del país, creyentes en “la libertad como principio” y defensores de la “libre competencia”, respeto a la “plena vigencia del Estado de derecho y las reglas de juego”. Pero qué “libertad” cuando los grandes empresarios tienen el monopolio del Estado. Pero qué “libre competencia” cuando el Estado les agencia más de 3 mil millones de pesos a las clínicas privadas. Pero qué “Estado de derecho” cuando los poderes fácticos imponen las reglas de juego en franca contraposición a una democracia participativa o equilibrios de poderes. La vieja máxima, expresada por Benito Juárez, de que “el respeto al derecho ajeno es la paz”, realmente depende de quién imponga el derecho.

El Dr. Roberto Fulcar presentó el modelo “Educación para vivir mejor” a los directivos del Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep), donde fue altamente valorado por el presidente de éste organismo, Pedro Brache, reconociendo que la susodicha propuesta educativa “…es el pilar esencial para el desarrollo sostenible del país y para el bienestar de las familias dominicanas”. Mientras que Celso Juan Marranzini, presidente de la Asociación de Industrias de la República Dominicana, también se manifestó “complacido” con la oferta educativa o el plan presentado por el Ministro de Educación. ¿En qué medida tal planteamiento educativo toma en cuenta un país donde predomina una economía de servicio en torno al “monocultivo” de la “industria” del turismo, zonas francas y el “situado” de las remesas? ¿Desarrollo sostenible? Bien, gracias.

Ahora bien, no cabe duda de que la Educación representa un factor de importancia para el desarrollo de un país. Sin embargo, existe la imposibilidad de que la misma sea la respuesta primordial a la tesis, en general, del “buen vivir”. Y ello así, en virtud de que, justamente, nuestro sistema educativo es otro más de las víctimas o chivo expiatorio de un exculpado régimen social imperante, el cual responde, como resultado de las profundas divisiones sociales y regionales, a los dictámenes  de las élites del poder asentadas en sus capitales. De ser así, el nuevo modelo educativo estaría orientado al dominio de unos y la marginalización de otros.