Mirando Rifkin’s Festival me asalta esa sensación de que el octogenario Woody Allen ya no tiene nada interesante para contar en esta etapa de su carrera que, dicho sea de paso, se ha quedado empañada por los inquisidores morales de Hollywood que lo desterraron al reanimar en los medios las acusaciones en su contra que, una y otra vez, ha sido desestimada por la justicia. Sigue pareciéndome sorprendente que se las ingenie para encontrar financiación para sus proyectos en el clima de corrección política que embarra la industria.

En esta ocasión, Allen trata los tópicos habituales de la nostalgia, el cine y los sueños, pero su comedia romántica parece encapsulada en una inercia narrativa en la que todo resulta infinitamente plano y reiterativo, carente de gracia alguna más allá de su homenaje al cine de tono idealista y ciertas referencias metatextuales sobre su propia biografía que están incrustadas de forma subterránea en los coloquios. Narra la historia de Mort Rifkin, un profesor de cine y destacado esnob de Nueva York que viaja a San Sebastián, España, para acompañar a su esposa Sue, que cubre como agente publicitaria el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

A través de un largo racconto, Rifkin le cuenta a su psicoterapeuta el adulterio de la esposa insatisfecha con un director de cine más joven; la crisis de un matrimonio que maneja con cierta tolerancia y discreción; el bloqueo creativo que le impide escribir su novela; los paseos por las calles de la ciudad donde usualmente reflexiona sobre la vida y la muerte; el amor platónico que desarrolla en un consultorio con una joven doctora que lleva una relación tóxica con un pintor bohemio; y, sobre todo, los sueños en blanco y negro que rememoran los visionados de clásicos del cine de Bergman, Buñuel, Fellini, Godard, Truffaut y Welles. Los pensamientos y miedos internos del protagonista no van a ninguna parte y colocan su desarrollo en la superficie.

El personaje de Rifkin, que no es más que el típico espejo de Allen, está interpretado por un Wallace Shawn que luce cansado, sin humor, como si estuviera haciendo el papel del intelectual inseguro, tímido e hipocondríaco para cobrar el cheque de su amigo. No encuentro nada de química en el coqueteo de Gina Gershon y Louis Garrel, porque a millas se nota el artificio. Subrayo, en cambio, la grata participación de Elena Anaya como la mujer alleniana desilusionada que desea volver a amar. Los diálogos que ellos recitan parecen reciclar viejas ideas del director y todo gira previsiblemente alrededor de los nombres de grandes directores del cine, las infidelidades, los celos de pareja y los dilemas amorosos que siempre deja insatisfecha a una de las partes involucradas. Y en la puesta en escena todo se vuelve terriblemente redundante cuando se señala, con vocación para el aburrimiento, las mismas dudas existenciales de unos personajes de por sí acartonados. Creo que a sus 86 años el señor Allen ha perdido su genio creativo. Esta, sin duda, me parece una de sus peores obras.

Ficha técnica
Título original: Rifkin’s Festival

Año: 2020
Duración: 1 hr 32 min
País: Estados Unidos | España
Director: Woody Allen
Guion: Woody Allen
Música: Stephane Wrembel
Fotografía: Vittorio Storaro
Reparto: Wallace Shawn, Gina Gershon, Elena Anaya, Louis Garrel, Christoph Waltz
Calificación: 4/10