Cuando el cuerpo de Ricardo Corporán abandonó el vientre materno, todos los suyos se sorprendieron de que el niño en vez de llorar riera.
Desde entonces, su risa contagiaría de alegría a aquellos seres que han seguido de cerca su vida: padres, hermanos, esposa, hijos, primos, amigos, y sus asiduos pacientes, que van a sus consultas en procura de salud.
Si hay en la tierra un ser humano capaz de sanar y hacer magia con su sonrisa y sabiduría, es, sin duda, Ricardo Corporán.
En él la sonrisa es símbolo de libertad y de profundo compromiso con los más sanos intereses de la humanidad.
Su sonrisa es signo de vida.
Su sonrisa humaniza y nos hace sentir libres porque desafía los avatares y pesadillas propios de una sociedad excluyente, como en la que él creció.
En efecto, de muy joven fue testigo de la dureza de un sistema social deshumanizado y corrupto, y soportó con entereza los devaneos y desafueros de la indolencia.
Sin embargo, mientras más dificultades se presentaban en su camino, su sonrisa se fortalecía y se abría al sol para iluminar su alma y su mente, a fin de que él hiciera realidad parte de sus sueños: vivir en una patria libre de enredos malévolos y verse a sí mismo superado. Lo primero no ha sido todavía conquistado, porque no depende de él, sino de la colectividad, pero lo segundo sí.
Con su inquebrantable voluntad venció los vejámenes del oprobio y se sobrepuso a los obstáculos que suelen impedir el desarrollo intelectual de los jóvenes.
Con férrea disciplina, y con su sonrisa multiplicada en las alas del viento, estudió la carrera de medicina en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde además de formarse académicamente se unió al ideal de cientos de jóvenes que luchaban contra el atraso y la desigualdad social.
Como su sonrisa, ese ideal jamás se ha separado de él.
Movido por su indomable espíritu de ahondar en sus estudios, eligió la ciudad de Madrid para convertirse en un gastroenterólogo que honraría con su práctica el juramento realizado por los galenos, basado en la ética del médico más importante de la Antigüa Grecia: Hipócrates.
A partir de ese momento, y ya de regreso a su amada tierra, se dedicaría a tiempo completo, sin abandonar la consulta médica, a la investigación y a la docencia. La universidad estatal lo acogió, y allí, con los años, desempeñaría importantes cargos docentes-administrativos.
Con igual tesón, se consagraría a formar una familia, que hoy es ejemplo de unión, amor y lealtad, y que ha dado a la sociedad dominicana frutos sanos y esplendorosos.
Sus conocimientos, que él ha enriquecido con su participación en decenas de eventos científicos, tanto dentro como fuera de la República Dominicana, han servido de estímulo a las nuevas generaciones, que reconocen en nuestro eminente médico, al igual que muchas instituciones académicas y científicas nacionales y extranjeras, su vocación de servicio a la humanidad, su ejemplo moral y su incansable deseo de superación intelectual. Por su preparación y dedicación se le ha reconocido como Maestro de la Medicina.
Sigamos, pues, al lado del doctor Ricardo Corporán, y dejémonos arrastrar por su eterna sonrisa, que nos llevará a puerto seguro.