PEDERNALES, República Dominicana.- Era un grandulón con apariencia de manso. Se desplazaba por las dos o tres callejuelas de la comarca pedaleando su bicicleta aro 28. Llamaba la atención por su tamaño y porque usaba un medio de transporte exclusivo en el tramo final de los años 50.

Participaba en concursos populares de engarce de aros colgados de cintas de colores, con un lápiz mientras corría. Larguirucho y con su bici grande, al fin, ganaba y concitaba aplausos. También tenía una yola preparada con su vela, bien pintada, con pretensión de velero grande, y gustaba irse mar afuera a pescar.

Vivía con una mujer menuda en una de las casas hechas para guardias en la calle Baldemiro Méndez, perpendicular a la 27 de Febrero y Antonio Duvergé, entre la Genaro Pérez Rocha y Santo Domingo. Eran vecinos de Vizcaíno, primer chófer del Ejército. Parecía un gigante delante de ella, sobre todo cuando bailaban con destreza sinigual en los bares de la comarca. Nadie tenía dudas de que eran los mejores bailadores. Un espectáculo.

Detrás de toda la mansedumbre de este vecino de Vizcaíno estaba, siempre al acecho, el temible Rey Clan, un calié del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y Johnny Abbes García, el terror de la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo Molina (1930-1961).

Cuentan que lo llevaron a Pedernales en condición de “preso de confianza”, como castigo por haber hecho el “servicio” (matar) a un desafecto del régimen en plena Duarte con París, a la vista de todos, sin la mínima discreción.

Milcíades Mancebo refresca su rutina: “Llegó a Pedernales como un preso más, pero con la diferencia de que no estaba en la cárcel sino andando por todo el pueblo en una bicicleta, armado con un revólver. En ese tiempo también había otro calié en la ALCOA, como encargado de los serenos o guachimanes, llamado Julio Papa”.

Clemente Pérez

Claudio Fernández (Quique), 85 años, coincide con Mancebo. Habla resuelto.

“Yo te voy a repetir: yo era trujillista y conmigo no se metían. Pero yo sí sé que él llegó a Pedernales e hizo muchas  tropelías… Era un hombre alto, un hombre peligroso. Era un miembro del Servicio de Inteligencia de Trujillo, me imagino que era de la gente de Johnny Abbes García”.

Clemente Pérez, 98 años, barbero, agricultor y político de toda la vida, lo recuerda como un personaje tenebroso, tanto como Julio Papa, quien trabajaba en la Alcoa Exploration Company, Cabo Rojo.

Con voz enérgica, Pérez lo describe: “Oh, cuando eso yo era trabajador en Cabo Rojo. Y llegó ese supuesto trabajador de Cabo Rojo, en el taller de mecánica. Pero no él solo; también llegó un gordote llamao Julio Papa; un gordón que no cabía por esa puerta. Rey Clan, un calié, asesino, mandao por Trujillo pa que le cayera atrá a todos los que se dijera que eran contrarios, enemigos del régimen,  a nosotros. A mí, también Frank Manuel el de Ofelia, Frank Chichí, Frank Ciriaca… Éramos el combito caliente de esa época. Rey Clan amanecía en la ventana frente a mi cama. Él no era de aquí, nadie lo conocía, tenía como 40 años y paentro… Él no era empleado de la Alcoa, él visitaba; el que trabajaba allá fue Julio Papa”.

COMO PEZ EN EL AGUA

Pedernales era un sitio ideal para el régimen deshacerse de los desafectos. Distante de la capital, en la misma frontera con Haití y poco poblado. Una cárcel abierta. Muchos “presos de confianza” que, a diario, se tocaban la piel para saber si seguían vivos.

Muchos fueron llevados para usarlos como esclavos por parte de los Trujillo y sus áulicos. Algunos, de repente, desaparecían;  otros fueron indultados y sobrevivieron. Una parte se quedó a vivir en la comunidad.

Detrás de cada ejecución en la playa y en las carreteras, había un soplón de la estirpe de Julio Papa, quien trabajaba para la Alcoa y, en 1958, vivía en el primer campamento de la empresa detrás del play. O el reporte de un perverso como Rey Clan.

Miguel Pérez, 80 años, trabajaba en el gobierno como músico, y le conoció.

“Era un hombre que hacía vida normal en Pedernales. Su mujer era bajitica, y él, alto. Hacían una pareja dispareja, tremendos bailadores”.

Un día, Miguel, amante de la pesca, no resistió la tentación y se fue mar afuera en la yola, acompañando a Rey. Fue memorable, y no porque había abundancia de peces y picaran mucho las carnadas, aunque había buen viento para mover las velas, y se desplazaron sin dificultad hasta casi perder de vista al diminuto poblado.

“Era un día de fiesta y yo, como músico, debía estar en la tarde en la fortaleza para bajar la bandera. Pero me fui con él, en su yola, mar afuera. Dos tiburoncitos de esos que les dicen Pega, nos siguieron, y él, con su puñal, pudo engarzar uno y lo subió a la yola. Ahí yo conocí ese tipo de tiburones. Entonces, cuando estábamos mar afuera, allá, frente a Cabo Rojo, y casi no se veía Pedernales, se paró la brisa y comenzó a llover, y las velas no funcionaban. Entonces tuvimos que regresar a remos. Llegamos de noche, como a las diez, y ahí había mucha gente esperando. Pensaron que algo grande había pasado. Yo tuve que aguantar una reprimenda. Me llamaron la atención porque estuve ausente de la ceremonia de la  fortaleza".

El “bonachón” estaba presente en todo. Fue el primero en llegar con su barquito de vela cuando cayó en el mar frente a los hoteles de Cabo Rojo uno de los dos aviones AT-6 que cada día, mañana y tarde, patrullaban la zona. El piloto, herido, había logrado salir de la cabina de cristal y flotaba con el salvavidas.

“Él contó que unos tiburones rodearon al piloto, atraídos por la sangre que manaba,  pero que se salvó porque el salvavida tenía un repelente que seguía activo y los alejaba. Eso quiere decir que él hacía vida normal en Pedernales y vivía en una casita de guardias. Decían que era un preso de confianza. Se decía que a él lo habían mandado de castigo a Pedernales porque lo habían mandado a hacer un trabajo (matar) con un enemigo del régimen y mató a esa persona en la esquina de la Duarte con París, delante de todo el mundo”.

Anselmo Medrano: “En 1960 yo estudiaba con su hijo Carlitos, en segundo curso de primaria, con la profesora Minerva. Rey era el calié de la zona. Un hombre malo”.

Milcíades Mancebo, 87 años, supo de sus andanzas.

“Llegó a Pedernales como un preso más. Pero con la diferencia de que no estaba en la cárcel sino andando por todo el pueblo en una bicicleta, armado con un revólver. También había otro calié en la ALCOA, como encargado de los serenos o guachimanes, llamado Julio Papa”.

CASTORCITO EN DESGRACIA

Como inspector de Rentas Internas en la oficina Barahona, Castorcito viajaba Pedernales para supervisar las patentes de los negocios. Y dicen que aprovechaba para adoctrinar jóvenes en contra de la satrapía.

Carlitos Pérez le conoció el día en que asistió a chequear su bodega, en la casona de la Duarte con 16 de Agosto, la que luego vendería a Carlos Montes de Oca y Elsita Méndez.

“Castorcito le quería poner una multa a Carlitos, y ya había llenado el formulario, pero lo rompió cuando observó que era Odfelo, y se hicieron amigos. A partir de ahí, cada vez que viajaba a Pedernales, lo visitaba. Luego, él hacía sus inspecciones y se iba. Y, cuando hicieron la provincia, él diligenció el traslado para Rentas Internas de Pedernales. Pero seguía haciendo viajes a Barahona a ver a sus familiares”.

Un día regresaba al pueblo y en la fortaleza le pidieron la cédula para el chequeo correspondiente. Era parte de la rutina de vigilancia del régimen. Ni imaginó que era el principio del fin. Rey Clan lo había denunciado ante el mayor comandante del Ejército.

No pasó una hora cuando le llamaron a la fortaleza donde –dicen- le emplazaron a salir del pueblo en no más de cuatro horas. Lo habían delatado y estaba fichado como desafecto del régimen. No había transporte en ese lapso; sólo dos vehículos salían del municipio y ninguno saldría.

Desesperado, Castorcito cogió carretera a pie, por el este. Conocía las agallas de los matones.

A unos cuatro kilómetros, cerca del cruce de Las Mercedes, fue hallado tirado en el pavimento, muerto. Rey Clan fue mencionado como el cabecilla de esa operación.

Otra versión refiere que el asesinato de este hombre de unos 40 años fue ejecutado en la misma fortaleza luego de identificarlo con el chequeo de la cédula.

“Y lo mandaron a tirar a ese sitio en el mismo camión en el que él había entrado, el camión del correo que manejaba Guarionex Victoriá. Y se cree eso porque el camión había salido en la madrugada, a las cuatro, y dizque halló el cadáver y se devolvió a dar la información… Todo un teatro”.

En 1961, tras el ajusticiamiento del tirano Trujillo y la huida de su hijo Ramfis después de provocar una masacre, brotó una ola de persecuciones contra los calieses del régimen. Hubo agresiones contra personas e instituciones consideradas adversas al Jefe.

Un grupo de jóvenes oficialistas irrumpió en la iglesia donde el cura oficiaba una misa por los caídos en el régimen, en especial por Juan Tomás Díaz y el teniente Amado García Guerrero, asesinados en la Ferretería Read de la capital. Y agredió a los presentes. El oficio religioso se hacía a petición de jóvenes del pueblo como Pillo, Marión, Robín y otros.

De Pedernales huyó Rafael Vásquez, el hacendado que administraba la bodega del Gobierno, en la Sánchez casi esquina Duarte. Y Rey Clan escapó en dirección Enriquillo, Barahona, vestido de mujer.