Para entender, al menos parcialmente y muy a ras del suelo, la encriptación social rusa, su condición de sociedad cerrada, de la que un político inglés dijo que se trataba de un enigma envuelto en un signo de interrogación, se impone el acercamiento a uno de sus personajes históricos:
Fedor Dostoievski, (1821-1881) novelista del que no hay posiblemente que consignar que fue notable y que también sufrió profundamente esa condición y sus retratos del alma humana, sus conflictos íntimos.
Cuando se lo propone, el ser humano se convierte en la bestia mejor organizada.
Condenado a muerte en la época zarista, recibió un trato psicológico traumatizante.
Estaba acompañado por otros destinados a igual pena, acusados de traición.
Los llevaron al lugar donde realizaban los crueles e injustos fusilamientos.
Ataron a cada uno a un palo y les enseñaron las fosas abiertas en el mismo sitio donde serían enterrados.
Se formó el pelotón de soldados.
Un capitán dio la orden esperada temblorosamente por el grupo.
Pero las balas no llegaron a los cuerpos. No hubo disparos, sólo se trataba de un simulacro bien organizado.
Lo que recibieron fue una orden de indulto y traslado a la helada Siberia que era lo más parecido a una condena de muerte.
Mientras estuvo en Siberia, un admirador suyo le dedicó un largo poema en el que se le calificaba de protector del resto de los condenados, ya que como alma sensible, se dedicó a hacerlos superar sus desgracias.
Finalmente, les dijo que todo era verdad menos que él haya sido maestro sino que aprendió bastante de ellos y se consideraba un humilde discípulo.