La poesía de Julia de Burgos está condenada por el sufrimiento, el abandono, la angustia, la soledad, la desesperanza y el vacío. Líricamente sumergida por su malditismo existencial y amoroso, pero que la hizo levantarse y elevarse a los confines más sublimes de lo poético, donde siempre permanecerá entre nosotros sus lectores, como una de las más grandes poetisas de nuestro idioma.

Releyendo a Julia de Burgos en su centenario. No recuerdo si fue a Jorge Luis Borges que dijo: «Cada relectura renueva el texto», eso me pasa, con Julia de Burgos, volviendo a leer sus poemas. En nuestra lengua de estos lares, no existe una poeta mejor que ella, esa impresión me dio cuando lo hice por primera vez, pero me pasa cada vez que regreso a ella. En cada verso sentimos y vemos la alucinada luz, de su alma adolorida por su tristeza material y sentimental. Pero, por suerte, su genialidad poética pudo salvarse de su azaroso pesar, para conquistar la sagrada eternidad de la poesía.

Leerla, es un placer inconmensurable, por sus recursos estéticos. Una poesía transparente y profunda, pero con una adolorida pesadumbre que nos aflige en la sombra de su angustia. Aunque su mundo poético está rebosado de creación y belleza, es un aeda de una tristeza espeluznante e inagotable. En cada palabra que utilizó aflora su desesperante vida. Ninguna mujer o, mejor dicho, ser humano debe dejar de leerla, aun nos destroce el alma que llevamos en el corazón de su infortunio. La poesía fue su única salvación y su gloria, ante tantas embestidas que tuvo que sufrir sola y desahuciada por la indiferencia y el destino. Supo amar como nadie, a un hombre que también la amó y la abandonó: Juan Isidro Jiménez, quien la envíe a la metrópoli de Nuevo York, donde sembró su voz y su soledad, y luego la olvidó. Pese a su lucha a favor de las mujeres, la sepultaron en una fosa común, cuando falleció producto de su enfermedad que adquirió por la soledad de su alcoholismo.

Julia de Burgos.

La poeta dominicana Chiqui Vicioso, es la que mejor la ha estudiado, dedicando años a su vida y obra, como nadie en el país. Ha publicado varios libros, dándola a conocer, hasta un busto hizo en su honor y reconocimiento. La puertorriqueña fue querida y admirada por escritores de la estatura intelectual de Juan Bosch y Pedro Mir. Igual que ella, vivieron en el exilio en su tierra natal y en Cuba.

A la hora de ver y disfrutar de lo poético, no me dejo llevar ni arrastrar por la categoría de género, porque lo que importa es la creación, en el momento literario. Mujer u hombre, la obra supera ambos calificativos, aunque no justifico ni defiendo la discriminación a la que históricamente es sujeta y sometida, la mujer. Que como el caso que nos ocupa, está por encima de muchos de los varones en la historia de nuestra literatura. Su talento creativo, ante su desamparo, la hizo única y verdadera. Julia es una poeta formidable en nuestras letras, que debemos festejar y conmemorar en su centenario, como lo hacemos ahora. Ella nació un 17 de febrero de 1914, en Puerto Rico y falleció en la ciudad de Nueva York, el 6 de julio de 1954.

Río Grande de Loíza

Su fluidez la podemos hallar, en la mayoría de sus textos poéticos, sin rebuscamiento de ningún tipo. Su poesía es tan fluida como su «Río Grande de Loíza», el cual personificó cuando sus aguas cubrían y llenaban de sexualidad y erotismo su infante cuerpo, hasta llegar a su alma: «Muy señor río mío. Río hombre. Único hombre/ que ha besado en mi alma al besar en mi cuerpo». Nadie como ella, todavía no ha podido escribirle un poema de esa dimensión, a su amado y famoso río. La relación espiritual y física con él, se producen desde el inicio: «¡Río Grande de Loíza!… Alárgate en mi espíritu/y deja que mi alma se pierda en tus riachuelos, […]». En la segunda parte, vuelve a la comunión erotizante con el río, para luego escuchar «voces de asombro en la boca del viento»: «Enróscate en mis labios y deja que te beba, / para sentirte mío por un breve momento, / y esconderte del mundo y en ti mismo esconderte, / y oír voces de asombro en la boca del viento».

Un poema de un simbolismo natural y de un preciosismo metafórico, inigualables. «Apéate un instante del lomo de la tierra, / y busca de mis ansias el íntimo secreto;/confúndete en el vuelo de mi ave fantasía, /y déjame una rosa de agua en mis ensueños». Desde su niñez, el río se convirtió en una fuente de sus primeras fantasías poéticas: «¡Río Grande de Loíza!… Mi manantial, mi río, / desde que álzame al mundo el pétalo materno;/contigo se bajaron desde las rudas cuestas, a buscar nuevos surcos, mis pálidos anhelos;/y mi niñez fue todo un poema en el río, / y un río en el poema de mis primeros sueños».

La pasión amorosa que sintió por el río, fue completa y plena, en su adolescencia regresa a sus aguas y se le entrega nueva vez: «Llegó la adolescencia. Me sorprendió la vida/ prendida en lo más ancho de tu viajar eterno;/ y fui tuya mil veces, y en un bello romance/ me despertaste el alma y me besaste el cuerpo». Cuando el río se va a cualquier nación del mediterráneo, también está siendo poseída en la playa: «¿A dónde te llevaste las aguas que bañaron/ mis formas, en espiga de sol recién abierto? / ¡Quién sabe en qué remoto país mediterráneo/ algún fauno en la playa me estará poseyendo!».

Se podría decir que el poema ¡Río Grande de Loíza!, es autobiográfico porque Julia de Burgos describe y predice todo lo que será toda su vida: rodeada por un ambiente creativo y natural, sabe que tendrá que irse a otras tierras y abrirse otros surcos, aunque estés […] «¡cansada de morder corazones, […]» y estés […] «congelando en cristales de hielo»!, su esperanza:  «¡Quién sabe en qué aguacero de qué tierra lejana/me estaré derramando para abrir surcos nuevos;/o si acaso, cansada de morder corazones, /me estaré congelando en cristales de hielo!». Como ya sabemos, ella estuvo en Cuba, donde conoció a poetas de la estirpe de Guillén y Neruda. En Nueva York tuvo que realizar todo tipo de trabajo para sobrevivir, hasta vagar entre sus calles, siendo casi frizada por el hielo que genera la nieve.

En poema tiene 12 estrofas; sin embargo, después de la 9, cambia el tono y comienza otro: el de la raza teñida en sus cristalinas aguas, la poeta contempla bajo el azul del cielo, también el negro y el rojo, para simbolizar el dolor y la sangre de los pueblos oprimidos y esclavizados, como es el suyo de Puerto Rico. Uno de los pocos países del mundo que sigue siendo colonia del imperio norteamericano. Es decir, el río le sirvió para crear una consciencia ideológica, que la hizo militar en el Partido Socialista de su nación. A partir de esta parte y, hasta el final, el poema se hace político, pero sin perder su don y su gracia por sus recursos literarios.

«¡Río Grande de Loíza!… Azul. Moreno. Rojo. /Espejo azul, caído pedazo azul de cielo;/desnuda carne blanca que se te vuelve negra/cada vez que la noche se te mete en el lecho;/roja franja de sangre, cuando baja la lluvia/a torrentes su barro te vomitan los cerros. /Río hombre, pero hombre con pureza de río,/ porque das tu azul alma cuando das tu azul beso./Muy señor río mío. Río hombre. Único hombre/que ha besado en mi alma al besar en mi cuerpo. / ¡Río Grande de Loíza!… Río grande. Llanto grande. /El más grande de todos nuestros llantos isleños, /si no fuera más grande el que de mí se sale/ por los ojos del alma para mi esclavo pueblo».

Canción de la verdad sencilla

Cuando quiso buscar la tranquilidad espiritual y sexual de su poesía, fuera del río, entonces fracasó en su primer matrimonio con el intelectual puertorriqueño Rubén Rodríguez Beauchamp, igual con el músico Armando Marín. Ahora bien, su gran amor fue el polifacético dominicano Juan Isidro Jimenes Grullón, un respetado político, médico e historiador. Cuando Burgos lo conoció, de inmediato se enamoró de él, surgiendo una relación entre ambos de aventuras y tormentos.

En varios poemas la autora deja plasmada su intenso y hondo amor por Isidro Jimenes, por ejemplo, Canción de la verdad sencilla lo proclamó con mayor hondura y devoción de parte de ella, que de él: «Él y yo somos uno/. Uno mismo y por siempre en las heridas/. Uno mismo y por siempre en la conciencia/. Uno mismo y por siempre en la alegría». Aun haciéndole esa revelación, no llegó nunca a alcanzar esa felicidad que tanto ansió y necesitó; en cambio, lo que recibió en su corazón fue sus «ráfagas suicidas». Concluye su texto, queriendo un retorno que ya era imposible, llega a la terrible confesión: «No es él el que me lleva… /Es su vida que corre por la mía». 

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Julia de Burgos y Juan Isidro Jimenes Grullón.

¡Oh mar, no esperes más!

 ¡Oh mar, no esperes más! Es un poema desgarrador donde ella retorna su dolencia, de una manera adversa como fue su existencia. Amó y se refugió en el mar, como uno de sus grandes símbolos de su poética, donde vierte su desasosiego, leámoslo un fragmento: «Tengo caído el sueño/ y la voz suspendida de mariposas muertas. /El corazón me sube amontonado y solo/a derrotar auroras en mis párpados. /Perdida va mi risa/por la ciudad del viento más triste y devastada. /». En su final, el drama es más devastador: «¡Oh mar, no esperes más! /Déjame amar tus brazos con la misma agonía/con que un día nací. /Dame tu pecho azul, / y seremos por siempre el corazón del llanto…» 

Canción amarga

Así podría pasar por páginas y páginas, demostrando y sintiendo en cada verso su aturdida pesadumbre. Usando la poesía como oxígeno y alcohol como acicate, pero nunca se suicidó como otras y otros, siendo un mérito que debemos destacar y reconocer.   Canción amarga, es otro testimonio de su sangre vivida y derramada en su cuerpo y su alma, tratando de: «Ser y no querer ser…», en sus dos primeras estrofas, lo deja más claro que las aguas del mar y de su río: «Nada turba mi ser, pero estoy triste. / Algo lento de sombra me golpea, / aunque casi detrás de esta agonía, / he tenido en mi mano las estrellas. / Debe ser la caricia de lo inútil, / la tristeza sin fin de ser poeta, / de cantar y cantar, sin que se rompa/ la tragedia sin par de la existencia».

Armonía de la palabra y el instinto

 A sabiendas, de todo su padecimiento, Julia de Burgos fue una poeta de la más alta poesía, a la que defendió en su agonía y en sus propios textos, nombrándola: Armonía de la palabra y el instinto, poema que comentaré brevemente, para consumar la recordación de su centenario. No hay, un poeta en el mundo que no haya tratado de definirla. Esto se conoce como metapoesia, Julia lo hizo maravillosamente, desde el mismo título. La poesía como armonía musical, viene desde los griegos con Platón y Aristóteles, este último filósofo consideró al poeta como un imitador de la naturaleza. No es posible poetizar, sin que la palabra sea el cuerpo del ritmo y el alma interior de su armonía. La poesía es la verdadera música de los poetas, eso es la poesía en principio para nuestra trovadora, agregándole otro vocablo fundamental, el instinto que debe tener el poeta, a la hora de su realización.

La concibe como un prodigio que desciende de un envión divino y terrenal, desde el fondo del amor y el alma.  Insertando una serie de palabras claves, la va explicando con acierto y lucidez, entre ella y la poesía. Cuando no sabía todavía de su éxtasis, se divisó virgen, entonces la poesía golpea su sensibilidad y la llama de su corazón, para ser emoción, flor, ilusión y entrega. Trasciende «las   paredes del tiempo», y la tragedia de su atormentada existencia, «fue brote espontáneo del instante;/ y […] estrella en tus brazos derramada». Julia se fundía en la armonía sexual, de la poesía, llamándola: […] «rosa emotiva/tallo verbal de la palabra, /   uno a uno fue dándote sus pétalos, /mientras nuestros instintos se besaban. Aquí les dejo con el poema completo, Armonía de la palabra y el instinto:

Todo fue maravilla de armonías/ en el gesto inicial que se nos daba/entre impulsos celestes y telúricos/desde el fondo de amor de nuestras almas./Hasta el aire espigóse en levedades/cuando caí rendida en tu mirada;/y una palabra, aún virgen en mi vida,/me golpeó el corazón, y se hizo llama/en el río de emoción que recibía,/y en la flor de ilusión que te entregaba./Un connubio de nuevas sensaciones/elevaron en luz mi madrugada./Suaves olas me alzaron la conciencia/hasta la playa azul de tu mañana,/y la carne fue haciéndose silueta/a la vista de mi alma libertada./Como un grito integral, suave y profundo/estalló de mis labios la palabra;/Nunca tuvo mi boca mas sonrisas,/ni hubo nunca más vuelo en mi garganta!/En mi suave palabra, enternecida,/me hice toda en tu vida y en tu alma;/y fui grito impensado atravesando/las paredes del tiempo que me ataba;/y fui brote espontáneo del instante;/y fui estrella en tus brazos derramada./Me di toda, y fundiéndome por siempre/en la armonía sensual que tu me dabas;/y la rosa emotiva que se abría/en el tallo verbal de mi palabra,/uno a uno fue dándote sus pétalos,/mientras nuestros instintos se besaban./