Anoche estuve participando en un largo recorrido turístico guiado, a pie, por calles y edificios de la Sevilla bajomedieval y temprano-moderna. Cuando llegamos a la Iglesia de San Juan de La Palma (San Juan Bautista), recordé de un modo muy vivencial a la familia de colonizadores de La Española de apellido Fernández de las Varas, colonizadores fundadores de algunos de los primeros ingenios y plantaciones azucareras esclavistas de las Américas en pueblos como (y tal vez no es tan casual) San Juan (de la Maguana) y, luego, Azua. Son gente a la que llevo persiguiendo documentalmente desde hace años y sobre quienes tengo que acabar algunos escritos y publicarlos/compartirlos.
Esos tipos eran de esa parroquia salieron de ahí, y confieso que me llama la atención de que partieran de la “collación” de San Juan en Sevilla y fueran a parar a un sitio tan distinto pero de nombre similar como era San Juan de La Maguana. Sevilla es un territorio plano y bastante seco. San Juan de La Maguana está en tierras altas y cerca de lomas. Y lo de hacer azúcar en San Juan de La Maguana en 1520 y hacerla llegar por esas fechas a Sevilla cruzando el Atlántico siempre me va a parecer como un milagro, o en todo caso una gran hazaña. Y no me puedo imaginar a los Fernández de Las Varas fabricando esa mercancía entonces muy preciada y enviándola a los mercados europeos por via del puerto de Santo Domingo en la boca del Ozama sin separar siquiera unas cuantas libras para sus allegados en este barrio de Sevilla.
Unas semanas atrás, poco antes de emprender este viaje, buscando desde Nueva Jersey, como casi siempre, papeles de archivo sobre el siglo XVI dominicano, me encontré en el banco de documentos PARES un manuscrito de la época, que ahora asoma nebuloso en mi pésima memoria, donde los hijos del patriarca colonizador Juan Fernández de las Varas, que heredaron ingenio de su padre en La Maguana y que luego expandieron sus negocios y fueron de por sí grandes oligarcas esclavistas de La Española de entonces y tutumpotes en las calles de Santo Domingo, comentaban que su viejo estaba preso nada más y nada menos que en la Cárcel de la Inquisición de Sevilla por cierta acusación que los curas de la Inquisición de Santo Domingo le habían incoado. Normalmente por entonces esa policía religiosa perseguía y encarcelaba (y torturaba) a quien fuera sospechos@ de abandonar la fe católica o no cumplirla por seguir doctrina o prácticas judaicas o de los otros cristianismos “reformados” que estaban surgiendo.
Cuando vi el comentario me quedé con la intención de no olvidarlo y de intentar algún día hurgar más a ver si, acaso, incluso se podría rastrear algo sobre lo que le pasó a Juan Fernández de las Varas cuando lo trancaron en el Castillo de la Inquisición de Sevilla, del que quedan todavía hoy unos pocos restos a la orilla del río Guadalquivir debajo de un mercado popularísimo al que van todos los días los parroquianos del Barrio de Triana, otro antiguo foco de emigración a América (incluyendo Santo Domingo) porque era el barrio de los marineros y pilotos y dueños de barcos de entonces. No me hice muchas ilusiones con poder averiguar nada durante este viaje a Sevilla porque normalmente esas son unas gestiones que toman tiempo, consultando libros, preguntándoles a historiadores especialistas de distintas instituciones y visitando archivos que tienen días y horas limitadas de acceso.
Pero he aquí que cuando estoy/estamos, la mencionada noche, de pie junto a la iglesia de San Juan de la Palma, en pleno foco de la Sevilla más antigua, oyendo las explicaciones y descripciones de quien hacía de guía, un joven graduado universitario en geografía y patrimonio monumental, nos dice el amigo que a partir de comienzos del siglo XVI, justo la época en que los Sánchez de las Varas se fueron a La Española, la parroquia de San Juan de La Palma se había convertido en foco sevillano de inmigrantes comerciantes extranjeros (no españoles), afanados por subirse literalmente al barco del boom colonizador americano de extracción de minerales y de comercio que los españoles (y entre ellos muchos andaluces y sevillanos como la familia mencionada), habían desatado. Muchos de estos extranjeros, como sería entendible, eran practicantes y militantes de las versiones reformadas de cristianidad que entonces el catolicismo y la Inquisición veían como enemigos y como epidemia religiosa que había que extirpar y sofocar a toda costa. Y como consecuencia de esta presencia “peligrosa”, nos cuenta nuestro guía, la parroquia de La Palma se convirtió entonces en una iglesia desde la cual se fomentó la persecución furibunda contra los “herejes” de entonces.
Al oír esta historia de persecución religiosa de la parroquia de San Juan de La Palma de hace quinientos años en medio de la ciudad-trampolín de la colonización de América, y base de todo el aparato imperialista montado desde allí por los españoles de entonces (y sobre todo por su oligarquía monárquica y su galopante y pujante burocracia de funcionarios de todo tipo), mientras nuestro guía daba su interesante descripción y a nuestro lado iban y venían los parroquianos sevillanos de hoy y los turistas, unos a pie y otros manejando autos por esas estrechísimas calles sevillanas como en un milagro de conducción, no pude evitar tener una de esas impresiones de casualidad que en el fondo no son tan casuales, y pensar en el viejo Juan Fernández de las Varas de cuyo encarcelamiento en las paredes de la Cárcel de la Inquisición de Sevilla acababa de enterarme semanas atrás, y de la que nuestro guía historiador, por su parte, no tenía ni la más remota noticia.
Me suena a demasiada coincidencia, y ahora tengo motivación para un comienzo de teoría explicativa de por qué al sevillano Juan Fernández, estando enfrascado con sus hijos en las faenas empresariales capitalistas-esclavistas explotadoras y buscadoras de lucro de su época en un sitio tan remoto como la colonia La Española, lo podían haber enviado preso desde Santo Domingo a la famosa (y supongo que temible) Cárcel de la Inquisición de Sevilla nada más y nada menos que “al otro lado del Charco”.
Sospecho que no es descabellado teorizar que, habiendo salido de un foco de extranjeros no católicos como era la parroquia sevillana de La Palma, se hubiera ido a América como creyente y portador de inclinaciones judeoconversas o cristiano-reformistas y que, en algún momento en la ciudad de Santo Domingo o en la misma San Juan de La Maguana “tierra adentro” de la Isla, se hubiera sentido tan-tan lejos de aquella vigilancia religiosa metropolitana, como para haber dicho o hecho algo que lo delatara o lo hiciera sospechoso, olvidándose tal vez por un instante que los tentáculos de la Santa Inquisición no solo estaban activos en las personas de los clérigos coloniales a los que pudiera identificar visualmente por el vestido de los hábitos en cualquier sitio de La Española, sino también en las mentes de sus paisanos cocolonizadores y cosúbditos de la Corona que lo acompañaban en esos primeros momentos de la sociedad dominicana y de la sociedad latinoamericana a las que parió la expansión europea moderna sometedora y explotadora de indígenas y africanos.
Sevilla, 9 de octubre del 2022