Las preocupaciones reflexivas respecto a la realidad e identidad siempre han estado presentes en cada cultura. Los griegos se preguntaban en el período antiguo lo mismo que la tradición oriental y la física cuántica de nuestro tiempo: el conocimiento de sí; los límites de la cognoscibilidad de lo existente o los entes que configuran nuestro espacio referencial.
Identidad y realidad son problemas presentes en la obra de Ramón Antonio Jiménez. Por medio de la estética del lenguaje, este poeta se enfrenta a cuestiones que han inquietado a las mentes más prominentes de la humanidad; lo hace con altura, busca explicar no sólo los límites de este espacio temporal, se adentra en la búsqueda de sí, indaga sobre el origen de lo existente atestiguando otra dimensión reservada a la intuición pura.
La belleza con que plasma sus experiencias sensibles, permuta a las formas esenciales sólo accesibles al poeta en su tránsito a dimensiones simbólicas, que, desde la inmanencia, tienen suerte de trascendencia. Esto quiere significar que por medio de lo bello el hombre tiene una aproximación a lo real, es que: «cuando el hombre percibe la belleza de este mundo y recuerda la belleza verdadera, su alma toma alas y desea volar» (Platón, 1971, pág. 207).
En Platón, la belleza, el bien y la verdad son equivalentes. No es casual que en la mirada intuitiva y trascendente de este creador, en el poema Contemplación, asevere lo siguiente: «La belleza es verdad que me ahonda» (Jiménez, 2020, pág. 75).
El vuelo poético de Jiménez es eminentemente metafísico. En él, los sentidos sólo son el medio para captar impresiones sutiles que le hacen expresar la identidad cósmica donde suceden enhebradas las cosas. Singularidad y totalidad son en el poeta del Jaya complementos de lo que ingenuamente llamamos realidad.
Las cosas son a este creador un portal que refleja en lo cotidiano una manifestación de amor ascendente que transforma en melodía todas las manifestaciones de la existencia, por cuanto tiene como verdad de vida la experiencia estética como éxtasis ascendente que conduce a plasmar por escrito lo transmitido por lo Absoluto ( el Tao).
La realidad en este corpus poético adquiere categoría de Pura. Se sitúa más allá de lo sensible y la ilusión de los sentidos. Es partir de la intuición del espacio-tiempo, que aporta el sujeto en que se construye la valoración de los entes, pero no las cosas en sí mismas, ilustra Kant en la «Crítica de la razón pura». Lo dicho está plasmado en el poema «Contorno de la brisa».
Contorno de la brisa
Miras
y crees ver
cosas definitivas
y hablas de La Creación
de Límites
del grave vocablo tasa
sin saber
que en el envés de lo transitorio
cosa real y permanente
es solo La Manifestación
lo que de ningún modo
cosa posible es
acomodar en la palabra
(Jiménez, 2019, pág. 92).
A Jiménez no le interesa la realidad sensible, hace uso de esta como mecanismo acceder y describir por analogía lo que denomina Realidad Pura, situada más allá de lo que vemos y sólo cognoscible por medio de las revelaciones e intuiciones místicas, debido a lo tornadizo de los sentidos o como dice el poeta al dialogar con El Oscuro de Éfeso: «Malos testigos son los sentidos, ha dicho ya Heráclito» (Jiménez, 2020).
El hecho de este poeta tener consciencia de que lo sensitivo es una ilusión sin asidero en sí mismo, no le impide poder formarse algunas certezas. Está convencido de que todo es energía palpitante de amor, como atestigua el poema «Salmo».
Salmo
De amor
todas las cosas están hechas
y sombra no hay
sólo luz
aun en la textura de la noche
que amuralla la mirada
Todo es luz
No te creas capaz de alumbrar
La Realidad Pura
con una mirada de sombra
(Jiménez, 2020, pág. 108).
El uso de la luz como símbolo no es casual. En ella está conferido un intercambio sémico que a veces deviene en una trasnominación. Yendo más lejos, se afirma que, en Ramón Antonio Jiménez, las nociones de energía y luz son equivalentes. Ambos aluden al origen; a lo esencial, cómo se interpreta en el texto «La Luz»: «Desnuda carne/ voz primera para el asombro» (Jiménez, 2014 pág. 168).
Algo interesante de la energía es su capacidad de transformación. Es conocida la Ley de la conservación de la energía postulada por Hermann von Helmholtz, que establece: «la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma». En los escritos del poeta analizado, cada cosa vibra en una escala energética que hace posible la densidad o consistencia, lo que lleva a pensar que sólo real, es la energía en su transformación o mudanza.
En el poema «El David de Miguel Ángel», de su más reciente poemario, «De la Realidad Pura», de forma clara y sin atisbo de duda el poeta en su trance a latitudes y planos vedado al común de los hombres corrobora lo dicho en el párrafo que precede a este uso de escritura: «una enorme roca/ densa de apretada energía/ quién puede ahora negarme/ que no sea una antigua flor» (Jiménez, 2021, pág. 22).
El amor es una categoría esencial en la noción de realidad del poeta del Jaya. Este es como la gravedad a la tierra: mantiene unida en su equilibrio al todo y sus partes posibilitando un aparente orden en el caótico universo, como legó Empédocles (2007), al decir que el amor es la energía que mantiene en su unidad a los entes (pág. 448).
La Realidad Pura que testimonia Jiménez, quizás no sea posible definir. No sería tal cosa si el humano osara encerrarla en las palabras. Ya dijo Lao-Tse (571-531): «El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao. El nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. Sin nombre es al principio del universo» (pág.1). Considerar lo externado en el poema Realidad Pura.
Realidad Pura
Frondas de niebla
del más sordo espesor
sin puerta
hacia posible memoria de quién
Aún no termina el sueño
Yo soy la niebla.
(Jiménez,2019,pág. 177).
El ser, lo que soy, remite a la identidad. En filosofía este problema es trabajado por la lógica y la ontología. La lógica dirá que lo que es, es igual a sí mismo y no admite contradicción; la ontología que el ser guarda identidad consigo mismo en tanto es. Este principio, como tal, tiene su punto de partida en Parménides (1940) cuando afirma en el Poema del ser: «una misma cosa es la que puede ser pensada y ser» (pág.103).
La identidad de Ramón Antonio Jiménez escapa a las valoraciones del mundo occidental, donde el principio de identidad es lineal y sólo admite al ser en su relación con sí mismo. Este se ubica en la tradición oriental y en los últimos avances de la física y la mecánica cuántica. Esta establece que dos partículas en la distancia mantienen relación de igualdad entre sí, negando la individualidad inherente a la identidad de la cosa (Escalante, 2022). El poema «Uno» es representativo al respecto.
Uno
Quien dice
que no soy también
sumergido en el otro
que su mirada
no es una ventana
para que puedan mis ojos mirarse
Quién cree
acaso
que no soy yo
que lluevo
el humilde hombre
que siembra y cosecha
Y quién podría pensar
que no eres tú
el que dice estas palabras
(Jiménez, 2014, pág. 71).
En esta mirada profunda de las cosas, en el que somos energía en diferentes estados y frecuencias, no estamos encerrados en sí; se rompe con una identidad rígida para dar luz a una concepción de unidad en la pluralidad. Yo, el otro, no es más que una ilusión, somos uno. Lo mirado es quién mira; lo cognoscente es también el ente conocido.
En definitiva, la realidad en Ramón Antonio Jiménez es una Realidad Pura, no accesible a los sentidos, captada sólo por la intuición que deviene de la experiencia estética revelada por los arcanos que sostienen el estado de cosas; la identidad no es ontológica, sino transontológica y cuántica por cuanto tiene como convicción la unidad cósmica.
Fraylin Esteban Pérez, San Francisco de Macorís; es poeta y ensayista, licenciado en filosofía por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y miembro cofundador de la Comunidad Literaria Taocuántica.