Oro, tabaco y chatarra se encuentran, según el Observatorio de Complejidad Económica, entre los productos más exportados por la República Dominicana. El listado es extenso y con el crecimiento exponencial del PIB que ha tenido el país en los últimos años, sigue aumentando.

Ahora la República Dominicana también exporta su miseria. Frente a la mirada atónita y pasmada de las clases acomodadas, que han tenido durante décadas acceso a una buena educación y han mantenido el dominio sobre los medios de comunicación nacionales, llega el último hit a través de Tik Tok: Teteo en Villa Duarte durante el paso de la tormenta Franklin.

Lo ven en las barberías de Madrid, en las bodegas del Bronx, lo enseñan en el metro de Berlín.  A pesar de que el contenido resulte incomprensible para muchos, las personas continúan absortas observando el video que sigue de las truchitas en la calle 42, de las presentadoras que se abollan los ojos en vivo y el de un rabakuku gritando hasta perder la voz.

Y las sugerencias continúan en una espiral interminable de canales de pornomiseria  de emprendedores que han comprendido el valor que tiene para el entretenimiento mundial saber expresar la ignorancia, pero con mucho flow, con mucha cadena y Gucci.

Frente a la era de Youtube e Instagram, en esa de los algoritmos que nos conocen mejor que nosotros mismos, ya no queda nada que hacer. Los gigantes tecnológicos han llegado para arrebatar el control mediático, han venido como salvadores a democratizar los medios y brindar las oportunidades a los que antes no la tenían porque no pasaban el filtro de blancura y clase, de cultura general y el hablo inglés nativo. Vinieron a restregarle en la cara la verdadera identidad del dominicano que se escondía en los barrios altos, dormida en las enramadas, que se mantenía fuera de los monitores de los televisores y lejos de las sonrisas de las cajeras de los supermercados.

A nadie parece gustarle

Rochy RD.

Las quejas de los chopos se alzan por todos los rincones de la isla. Los grupos empresariales quieren frenar la chopización de la nación y los conciertos con muertos de Rochy en España. Lloran, como lo hacen los turistas mexicanos cuando ven las ruinas de los incendios de Las Terrenas, que nadie repara, y a las olas fétidas de Boca Chica llevarse su dinero.  Y luego nos cierran el consulado y nos niegan las visas, como si quisieran que nos olvidemos de aquella vuelta larga hacia la frontera con los Estados Unidos.

La exportación de la miseria dominicana y sus consecuencias no terminará ahora. Tomará siglos. Los mismos que hemos pasando dándole la espalda a la educación de calidad y engavetado proyectos de industrialización arriesgados. Mientras, seguiremos enseñando los callejones y las casas a la vera del río con orgullo y frente en alto. Seguiremos siendo tendencia por las faltas ortográficas y exportaremos artistas que no ganan un Grammy y a los que ganan los premiaremos con el selecto galardón del olvido. Seguirá haciéndose viral la abyección en su forma más cruel, la de la ignorancia, y los que nunca pierden se lucran de ello.

Al reproducirse el video de la fiesta huracanada de pantalla en pantalla, los espectadores concuerdan en llamar “chopos en estado puro” a los individuos que alzan sus botellas de cerveza al aire disfrutando de la lluvía que baña sus Air Jordan. ¿También serán chopos los de la avenida Abraham Lincoln que exhiben sus vehículos 4×4 mientras se esperan vientos de 85 km por hora?

Se contempla el delivery del colmado frente a un espejo que le devuelve la imagen de un director de finanzas o la vicegobernadora del Banco Central se convierte de repente en el espejismo de una bailarina de La Santa. La distinción entre lo auténtico y su reflejo se desdibuja en esta isla partida por la mitad, porque todos descorchan en SGB en cuanto tienen la oportunidad y porque bajo los zincs de la villa o sobre el asfalto de Piantini, lo único que dominan con destreza demoledora sus habitantes son los colores de la última temporada primavera-verano de Versace.

Tal vez, después de quinientos años, estemos presenciando la posibilidad de que otro producto nacional supere al oro o a la caña en términos de exportación.