Nos parece que el enfoque que plantea el historiador Esteban Mira Caballos, de tomar en cuenta colaboraciones indígenas que fueron claves para posibilitar la dominación y colonización españolas en lo que hoy llamamos América, es útil en la medida en que, como tantas cosas en el análisis social, no se desenfoque o extralimite, llevándonos, al intentar entender la historia hispanoamericana, de un simplismo o reduccionismo de opresores y oprimidos como agrupaciones absolutamente homogéneas y donde las vivencias y experiencias eran iguales para tod@s l@s de cada “bando”, a otro simplismo y generalización donde todo lo que ocurrió fue un pacto, generalizado y simple, entre l@s conquistador@s español@s y una mayoría de pueblos aborígenes de los que lograron obtener colaboración, y mediante el cual lograron someter a los grupos nativos que intentaron resistir al  bando europeo-aborigen triunfante y dominador.

Creemos que el problema o dificultad de hablar o plantear que la conquista-colonización de América fue pactada reside probablemente en su misma generalización o rotundidad, porque el concepto de pacto es bastante unívoco y rotundo.  Solemos usar la palabra “pacto” para diferenciarla de términos como “confrontación” o “conflicto”, en cierta forma como queriendo decir que donde hay pacto no hay conflicto o ha cesado el conflicto. De hecho muchas veces hablamos en el presente de “pacto” como solución ideal, negociada o hasta razonada, a los conflictos actuales que puedan llegar a hacer la vida social demasiado dolorosa o indignante, una situación en la que cada una de las partes enfrentadas cede “algo” a la(s) otra(s) con tal de ganar algo que le parezca tolerablemente satisfactorio, como opción a una confrontación donde la destrucción posibilite sufrir demasiado a l@s enfrentad@s.

Pacto suele querer decir no violencia y amortiguamiento de daños y destrucciones, y si nos atenemos a ese significado y uso, entonces hablar de conquista o colonización “pactada” tiende a privilegiar la importancia del elemento de acuerdo entre algunos pueblos aborígenes y los conquistadores-colonizadores, a expensas de (o silenciando, en cierto grado), la violencia que de hecho hubo y que provocó enormes destrucciones y sufrimientos.

Ante esa dialéctica sociohistórica entre pacto y violencia, en este caso a una escala demográficamente masiva y continental, se nos presenta el reto de qué posición tomar, y de cómo evaluar esa experiencia histórica múltiple y hasta contradictoria de un@s que pactaron entre sí para vencer, liberarse, vengarse y/o dominar, y otr@s que resistieron y confrontaron a quienes percibían como nuevos dominadores o competidores. Es inevitable que la percepción y toma de postura tenga un componente ideológico, ese de nuestra visión de la sociedad y de lo que quisiéramos que fuera la sociedad. Y en esa circunstancia, se nos presentan distintas opciones de administrar nuestras empatías y simpatías hacia l@s protagonistas de nuestro pasado que de hecho son nuestr@s antepasad@s.

Lo fundamental, a mi manera de ver y como punto de vista en este momento del debate, es plantear y recordar que si hubo un elemento de pacto en el proceso de conquista-colonización, que al parecer fue una realidad histórica, fue un pacto no-generalizado, no universal, sino entre ciertos grupos de los aborígenes y los colonizadores.  Con esa matización, recordando que fueron pactos, por decirlo así, étnica y poblacionalmente sectoriales, creo que se aplica mejor, de manera más útil, la noción generalizadora de conquista pactada.  No fueron pactos en los que (para muchos de nosotros hoy en día que tenemos esa mirada crítica retrospectiva) unos invasores-conquistadores-colonizadores que llegaron a América con unas convicciones religiosas asumidas de derecho a la dominación establecieran acuerdos ni étnica ni socialmente generalizados con las poblaciones aborígenes, sino pactos con sectores de esas poblaciones, mientras que a quienes se opusieron o resistieron el proceso se les combatió con violencia.

En otras palabras, para mi en particular, el uso del concepto de conquista-colonización pactada tiene su utilidad y tiene sus limitaciones, y siempre y cuando se use asegurándonos de que cuando lo usamos no estamos simplificando y recreando con un término nuevo la desfasada visión “rosa” y edulcorada de la conquista-colonización; mientras no nos impida calibrar la violencia que se usó y se aplicó  (y toda la destrucción y sufrimiento que causó, tanto en lo cultural como en lo social como en lo corporal; y toda la indignidad que supuso, una indignidad que ya supieron percibir en ese mismo momento aquellos que representaban mentalidades de derechos que hoy han ganado mucha presencia social y cultural), mientras no nos impida recordar y asumir esa experiencia histórica con su dialéctica, y mientras la noción de pacto no nos lleve a sentir/pensar en algo así como un “mal menor” o algo que no deba indignarnos como seres humanos de nuestro tiempo… Entonces considero válido hablar cuando menos de “los pactos de la conquista-colonización” o de “conquistas parcialmente pactadas”, porque como dice Mira Caballos, tales pactos en muchos casos son elemento esencial explicativo de la dominación lograda por los colonizadores aun siendo numéricamente minoritarios, junto con otros factores destructivos como el daño inmunológico.

En cuanto a la utilización que siempre hacemos (consciente o inconscientemente; restrictiva o militantemente) de nuestra comprensión/interpretación de ese pasado para comprender nuestro presente (sea local, nacional, continental o mundial), y en cuanto a la manera en que nuestras percepciones del presente que vivimos tienden a su vez  a condicionar como interpretamos (y sentimos) ese pasado, creo que podemos evitar caer en anacronismos que nos lleven a pretender que es@s antepasad@s nuestr@s del siglo XVI hubieran sido (o debieran haber sido) como much@s somos y sentimos hoy (después de las evoluciones habidas desde entonces), sin que renunciemos a nuestro derecho (y obligación, diría yo, porque de lo contrario caeríamos en la neutralidad de la indiferencia, que para mi no es opción) a ejercer una evaluación de lo que pasó, a las atrocidades que se cometieron, a las conductas que muchos de nuestr@s antepasad@s colonizadores pudieron haber visto como aceptables o normales aunque a nosotros nos escandalicen, y también a las miradas críticas y cuestionadoras que, ya a contracorriente en su propio tiempo, algun@s de ellos sostuvieron o pensaron, y con las que much@s de nosotr@s nos podemos identificar porque se han generalizado (aunque no totalmente) en nuestro tiempo.

Independientemente de cuántos pensaron y actuaron de una manera y cuántos de otra, parece que es@s antepasad@s se movieron, como nos pasa a nosotr@s hoy, según creencias e intereses que tenían, y tenemos que tomar en cuenta esos intereses y esas creencias para entenderl@s, lo cual no quiere decir aceptarlos moralmente, ni bendecirlos. Si los exoneramos, es como si nos laváramos las manos retrospectivamente.  De hecho, creo que tenemos el derecho a juzgarl@s, entendiendo que se movían por unos intereses y unas creencias a los que se adhirieron en la medida en que eran más o menos socialmente compartidos o generalizados en su época.

No todos los conquistadores y colonizadores, creo yo, pueden ser exonerados bajo la idea de que actuaron simplemente según las conductas de su tiempo, porque está claro que las conductas y las ideas que las orientaban ya entonces no eran culturalmente o conceptualmente homogéneas, había opciones morales diversas, como las tenemos hoy también, y que se ejercían dentro de un rejuego de poderes donde un@s podían y ordenaban e imponían mucho más que otr@s, tanto dentro de la sociedad metropolitana como en las sociedades coloniales.  Córdoba, Montesinos y Las Casas, y algun@s como ellos tomaron la opción que les dictó, en el grado que fuera, su conciencia social, o lo que fuera el equivalente mental de tal cosa en su sociedad. Obviamente no fue la suya la que predominó, sino la de quienes estaban más interesados en (y convencidos de) su opción de dominación colonial, explotación de trabajador@s aborígenes y negro-africanos y expolio o extracción de riquezas a las que estaban convencidos (a su manera…a cambio, por lo menos entre algunos de ellos, de una supuesta cristianización) de que tenían derecho, incluido el derecho de reprimir o eliminar a quienes frontalmente se les opusieran en su intento, aunque fuesen poblaciones que ya estaban en las “nuevas tierras” desde milenios antes de su llegada.

Pienso que la noción de conquista-colonización pactada es válida hasta cierto punto, aunque confieso que su rotundidad todavía me provoca cierta duda, y preferiría alguna otra más matizada que reflejara (o que nos sonara a nuestros oídos de ciudadan@s del siglo XXI, sea en España como antigua metrópolis o en las naciones actuales de Latinoamérica como antiguas colonias) mejor el carácter multilateral, contradictorio y de lucha que tuvo el proceso de ese imperialismo-colonialismo moderno que comenzó cuando los españoles-europeos llegaron por primera vez al territorio que es hoy República Dominicana. Lo que yo creo que no podemos consentir es que se use esa noción para silenciar y hacer olvidar (que no creo que es la intención de Mira Caballos, por cierto) la destrucción y sufrimiento colectivos, muchas veces masivos y reales que provocó a antepasad@s y antecesor@s nuestr@s de carne y hueso.

Y moralmente, lo que más me interesa de la tesis o descripción-interpretación de Mira Caballos respecto al rol social de un pacto en aquel proceso de “conquista”-colonización (como dijimos, pacto entre no-iguales que sentían que coincidían en ciertos intereses contra otr@s a los que, por diversas razones querían derrotar) es que nos recuerda como en estos grandes procesos de dominación social amplios como fueron el imperialismo español y el portugués que en cierta forma iniciaron la llamada “modernidad” se dieron ya esos procesos de alianza o colaboración (de corto o largo plazo) de los dominadores digamos máximos del momento (los que tenían más poder relativo, fuese militar o de otro tipo) y otr@s de dentro de las poblaciones, reinos, etnias o sociedades que llamamos “conquistados” o “dominados” o “vencidos” que entendieron que les convenían tales alianzas, de modo que los imperialistas o dominadores no pudieron completar (y mantener a la larga) su dominación sin esa colaboración.

Es la mencionada una evidencia contundente e iluminadora para nuestro presente nacional, continental y mundial que nos sirve para recordar y entender como ese fenómeno de la dominación social de un@s grupos y categorías sociales en cada una de nuestras naciones o “patrias” y en el mundo) solo puede existir (por lo que parece, hasta nueva evidencia en contra) en nuestras sociedades de hoy (las que formamos nosotr@s, sea en España, en República Dominicana, en Las América, en el mundo) justamente porque existen individuos y grupos, clases sociales o segmentos de clase, siempre dispuest@s a colaborar (en pacto implícito o declarado) con los grupos que “a nivel” nacional, regional, continental y mundial son los dominantes, en unas “pirámides” o jerarquías de poderes y riquezas donde en cualquiera de esos ámbitos, sea bajo el manto de “patria” o “humanidad” much@s de nosotr@s claramente estamos en el grupo/estrato de l@s desaventajad@s, dominad@s o vencid@s, no ya como resultado necesariamente de campañas militares donde un@s llegan con banderas étnico-políticas, símbolos religiosos y/o armas para imponernos cotidianamente un dominio incluso corporal, físico, pero sí mediante el cúmulo enorme de mecanismos de poder (que en el fondo es dominación, aunque algun@s no quieran llamarlo así) con que nos limitan (y hasta en algunos casos nos agobian) nuestras vidas mediante las jerarquías de formas de gobierno, de reparto de propiedad, de relaciones laborales, y de control de derechos que se sostienen con los regímenes legislativos, de producción cultural-simbólica, de creencias religiosas, y en última instancia policiales y militares con que se mantienen “en orden” nuestras sociedades.

Nosotros también, ciudadan@s de hoy, sea en República Dominicana o en España o donde sea, vivimos en unas sociedades donde la dominación y las ventajas y el acaparamiento (legal o ilegal) ejercidos por  l@s que más tienen y pueden sobre el conjunto de nuestras sociedades (y que en muchos casos se creen a sí mism@s superiores mediante un montón de justificaciones) se explica precisamente por un pacto o una colaboración que much@s hacemos (sin darnos cuenta o dándonos cuenta; pasiva o fervorosamente) con esos grupos dominantes de gente “poderosa”, “adinerada” o “privilegiada”, sean connacionales o extranjeros, que nos dominan, o si la expresión parece demasiado fuerte, que dominan las sociedades en las que vivimos y en las que much@s de nosotr@s nos contamos entre l@s que menos incidencia y poder tenemos en lo cotidiano para ir decidiendo el curso de lo que nos pasa colectivamente.

A veces l@s dominador@s viven en nuestra misma ciudad, en otros lugares de nuestro propio país-nación, en otras regiones, en otras naciones, o en otro continente, pero las dinámicas económicas del capitalismo global que domina por la mayoría del mundo nos llegan a tod@s y nos influyen en gran medida nuestras vidas, y en ese proceso, en esa “cadena” hay much@s prójimos que practican un pacto/colaboración constante.  La nuestra, la dominación en el mundo de hoy, es también, como nos dice Mira Caballos, una dominación pactada, un orden social que no sería posible ni se entendería sin l@s que colaboran con él. Está, como ha estado siempre, en “nuestras manos”, en las manos de los individuos y grupos, cuánto colaboramos o cuanto resistimos.

En cuanto a la dialéctica entre destrucción y creación presente en la conquista-colonización de la que nos habla Mira Caballos, coincido en que efectivamente una mirada desde nuestro presente lo más ecuánime posible hacia ese momento inicial de nuestros comienzos como pueblo americano, como conglomerado multirracial y multiétnico que luego se fué particularizando mediante su propia experiencia histórica local o localizada de criollización, requiere que recordemos y estudiemos cómo ambas estuvieron presentes e impactaron.  Mira Caballos a veces parecería, en sus expresiones, partidario de que recordemos más el hecho de que hubo creación que el hecho de que hubo destrucción, y que miremos más hacia el futuro que podamos construir con la herencia de esa creación que al pasado irremediable, irrevocable en el que ocurrió la destrucción (de vidas, de familias, de comunidades, de economías, de culturas con todas sus cosmogonías y creencias y usos, de religiones de idiomas, de folklore, de placeres compartidos, etc.).

Yo también como Mira Caballos soy partidario de que construyamos una mirada colectiva hacia el futuro basándonos en lo que encontremos útil en la creación que ocurrió en la supervivencia de la sociedad colonial post-conquista, que en el caso de La Española-Santo Domingo (y a consecuencias de la “mala suerte” del impacto gigantesco que tuvo el “encuentro”-colonización sobre el grueso de la población aborígen) estuvo según todos los indicios mayoritariamente formada por negro-africanos esclavizad@s y sus descendientes (un número de ellos más o menos hibridizados por el cruce sexual temprano con europeos y con aborígenes), porque esa creación en cierta forma es lo único que nos ha dejado herencia viva, constituida hoy en nuestra complexión genética y “racial”, nuestra adaptación al medio, nuestra cultura en todos sus componentes y nuestra forma de integrarnos en sociedad.

Pero propongo que además recordemos siempre que esa creación imperial-colonial fue de por sí también dialéctica, que no fue simplemente una creación social gozosa y constructiva como la que solemos pensar cuando hablamos de producción de arte en nuestro tiempo, sino una creación que ha seguido llevando en su seno, regularmente, muchos mecanismos de violencia, marginación, opresión, exclusión, privilegios, explotación y dominación o jerarquización que nos llegan hasta nuestro mero presente como parte de la forma de la sociedad criolla hecha luego nación.

Creación en este caso que yo propondría que la entendamos como novedad histórica, como aparición de una entidad poblacional y étnicamente nueva, que al reproducirse y sostenerse en el tiempo nos ha permitido, como una raíz, llegar a ser el conglomerado colectivo vivo criollo-nacional que somos hoy en día, pero no simplemente como un simple brote de positividad histórica sistemática que reemplazó o sustituyó a la destrucción inicial del choque de la conquista. Y además, entendiendo que esa formación- creación no parece haber sido el resultado de ningún intento deliberado de l@s colonizador@s y su imperio por corregir la destrucción ya ocasionada sino como resultado de la convivencia colonial y las luchas por supervivencia y por bienestar libradas o desencadenadas por tod@s l@s que sintieron el deseo o la necesidad de poder vivir mejor contra unos mecanismos de coerción, dominio y marginación social justamente heredados del proceso de conquista y colonización y de las mentalidades que lo sustentaron, motivaron y justificaron.

Por otro lado, si las élites políticas y sociales españolas del siglo XVI encabezadas por l@s monarcas, las familias reales, sus cortes y la aristocracia española en un momento dado de esa centuria se convencieron y/o decidieron reconocer la condición moral y legal de libertad asociada a los aborígenes que no le hicieran resistencia armada en los territorios conquistados e intentaron promoverla mediante su burocracia colonial, hasta donde puedo ver eso no impidió el expolio de riquezas y la participación protagonista de la monarquía española de entonces por siglos en ese proceso con la convicción de quien usufructúa un derecho adquirido e incuestionable, por un lado, mientras abrazaba y practicaba un tráfico y utilización de centenares de miles vidas negroafricanas esclavizadas respecto a cuya explotación se tenía en general el mismo tipo de convicción inamovible, como parte de un sistema de jerarquización de la valoración humana que iba desde la cúspide política constituida por l@s monarcas hasta una gran parte de los estratos más depauperados de la población libre o no-esclavizada.

Ojalá en los ambientes culturales dominicanos, tan dormidos hoy en día en todo lo que tenga que ver con el estudio institucionalizado y la conversación crítica sostenida y sistemática sobre nuestro pasado colonial y sus implicaciones sobre nuestro presente, intervenciones como la aportada por Esteban Mira Caballos con su noción de conquista pactada nos puedan estimular a debatir e  ir construyendo un conocimiento y una interpretación cada vez más matizada, detallada y completa sobre ese pasado, que nos permita cada vez más entender mejor las creencias e intereses que movieron a nuestr@s antepasad@s en sus convivencias y en sus confrontaciones y usarlos como experiencia e inspiración para conservar lo digno, fértil e inspirador que tenga nuestra sociedad de hoy y luchar con contundencia para superar sus muchas indignidades sociales todavía vigentes, y que no necesitan aquí repetirse.  Es imperioso que en ese esfuerzo también seamos capaces de llevar ese conocimiento renovado de las formas de diálogos verbales simplificados y efímeros a formas de difusión masiva concreta que lo pongan con el máximo de claridad, rigor de datos y presentación de fuentes informativas al mayor alcance posible del público dominicano.